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LA CRÓNICA
Columna
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Del obstinado temor a la autocrítica

Tiene uno la impresión de que el presidente de la Generalitat, Francisco Camps, a fin de compensar anticipadamente el parón político de estos días penitenciales, ha desplegado unas jornadas maratonianas de visitas a lo largo ancho del país. En una pausa de tal erranza ha venido a caer en La tertulia del Plaza, en Valencia, que no pasa de ser una frugal cena con periodistas, amparados todos por un pacto de confidencialidad, el llamado off the record. Lo lógico sería no aludir siquiera a tal encuentro, y menos todavía glosarlo, no vaya a cometer yo una indiscreción dando pábulo a lo que allí fue dicho para no ser contado.

Pero, bien pensado, allí no se dijo nada que no hubiera sido aireado en los periódicos, y si se deslizó algún juicio severo sobre una persona de las que alborotan la vida pública, la verdad es que no merece la pena ser reproducido. Hay tipos cuyo mejor correctivo es el desdén. Por otra parte, los contertulios que se concitan, además de juiciosos y moderados, son muy proclives al Gobierno establecido. Quiero decir, que sería sorprendente que alguno de ellos rompiera la baraja con preguntas inquisitivas o réplicas crispadas. Tan es así que los patrocinadores de estos cenáculos habrán de ver la manera de que no se les mueran de tan tediosos y desabridos.

Con el propósito de contribuir a esa fórmula que amenice el cotarro yo sugiero que los invitados a las tertulias, si de políticos en ejercicio se trata, y sobre todo si tienen mando en plaza, habrán de dedicar a la autocrítica un capítulo -y mejor dos- de su discurso. Es chocante que con tantos asesores de imagen como campan en el erario público, no aleccionen a sus aconsejados de que la autocomplacencia es aburrida siempre y, si excesiva, exasperante. No digamos ya si la verborrea ególatra anda ayuna de recursos retóricos o huérfana de la menor agudeza, además de eludir todo asunto más o menos conflictivo.

Estoy persuadido de que el presidente de Consell es un hombre que afronta con honradez los problemas del país. Pero, como es propio del estamento político que administra o usufructúa el poder, comete el error generalizado de asociar la realidad con Jauja y, a menudo, confundirnos -periodistas o ciudadanos de a pie- con tragaldabas. Todo marcha a pedir de boca, o tal declaran, y somos el ombligo del Mediterráneo. Es la típica reflexión simplista, electorera y gallinácea acerca de la cual no se sabe por qué se insta discreción, tanto más cuando se debe suponer que, si el auditorio está mínimamente cualificado, conoce las constantes vitales, digamos económicas, del País Valenciano, donde sólo el gremio del adobe ata los perros con longanizas.

No es un reproche al presidente Camps. Por ignoro qué breviario o libro de estilo, él y todos sus predecesores en el cargo han huido de la crítica como los gatos del agua, aun cuando a menudo la renuencia a designar las cosas por su nombre era patética y sus soflamas sólo sonasen a eso. En este episodio que glosamos, sin desvelar nada significativo de cuanto allí se comentó, la verdad es que sobró garrulería y quedaron en el tintero asuntos de gran actualidad, incluso gravedad, como puede ser la opinión bien informada del molt honorable acerca de la sostenibilidad de no pocos sectores industriales, abocados a una insoslayable crisis; o el futuro inmediato del territorio, acosado la voracidad inmobiliaria que se prefigura como un monocultivo con fecha de caducidad; o la cultura, que igual ha sido un alarde pirotécnico que un renglón secundario o invisible, y etcétera.

Por fortuna, en la tertulia que comentamos no hay ni hubo cuartel para el chisme y tan sólo se perdió el tiempo inevitable en la prospectiva electoral, que tampoco apasiona demasiado a la vista de los muestreos de opinión. A lo peor, el problema no reside únicamente en la renuencia de los personajes invitados a soltar prenda y sincerarse, no obstante la cláusula de confidencialidad. A lo peor es que los componentes de la tertulia han de ser más plurales y estar menos involucrados en los engranajes de la Administración y su ámbito de influencia mediática. Lo que no puede ser, porque delata que algo falla, es que el jefe del Ejecutivo comparta mesa y mantel con tres decenas de periodistas y, como se dice en el argot del oficio, se nos escape vivo.

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El alcalde de Torrevieja, el dinámico Pedro Ángel Hernández, ha realizado una operación inmobiliaria que le ha reportado beneficios superiores a los cinco millones de euros. La oposición, que es toda la izquierda, ha puesto el grito en el cielo, además de recurrir a la Fiscalía Anticorrupción. Nada prejuzgamos, pero será difícil que el edil se haya enredado en alguna trampa. Lo que no puede negar el munícipe, ni su partido, el PP, es que la transacción sea éticamente impresentable por sus visos de "pelotazo" y por el cargo que ocupa el beneficiario. Tienen mucha prisa o están perdiendo las formas.

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