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Amsterdam exhibe la turbadora obra de Schiele

El Museo Van Gogh presenta más de un centenar de piezas realizadas por el pintor expresionista austriaco

Turbadora, a veces patética y, por extraño que parezca, también ingenua, la obra del pintor expresionista austriaco Egon Schiele (1890-1918) domina hasta el próximo 19 de junio el Museo Van Gogh de Amsterdam. En la primera gran antológica dedicada en Holanda al artista maldito de la vanguardia vienesa de principios del siglo XX, una de las mayores después de la presentada en 1998 en Nueva York, Barcelona y París, se han reunido más de un centenar de piezas en las que se mezclan la madurez del trazo con las dudas de la primera juventud. La muestra también incluye representaciones de danza inspiradas en el universo de Schiele por las coreógrafas Krisztina de Châtel y Marina Abramovic.

Fallecido a los 28 años por culpa de la denominada "gripe española", Egon Schiele vivió para su oficio. Estudió en la Academia de Bellas Artes de Viena, que le decepcionó por su conservadurismo. A los 19 años ya había fundado su propio grupo artístico con otros alumnos insatisfechos. Su primera exposición conjunta data de 1909 y, para 1910, sus retratos y paisajes expresionistas le valieron encargos de los intelectuales vieneses de la época. En 1913, y después de un periodo de aislamiento en el campo, expuso en solitario en Múnich. Un año después haría lo mismo en París. Prolífico hasta lo febril, siguió pintando durante su servicio militar. A pesar de que nunca perdió la aureola de inconformista algo perverso, llegó a ser aclamado en Viena y empezaba a ganar dinero cuando se contagió de la gripe. Edith Harms, su mujer, que estaba embarazada de siete meses, fallecería tres días antes que él.

Aunque resulte casi tópico dada su temprana desaparición, es cierto que no pudo saberse si la autocompasión mostrada en parte de la obra de Schiele habría dado paso a una madurez estética menos atormentada. Mientras que el pulso pictórico del artista es indudable y sus dibujos, poderosos, la desazón del conjunto es más espiritual.

Soledad

Los estudiosos de su obra recuerdan siempre la influencia de su compatriota Gustav Klimt, al que conoció cuando tenía 17 años. Es verdad que sus estilos parecen acercarse, pero donde Klimt pinta hermosos cuerpos sobre fondos suntuosos, Schiele consigue que la soledad emane de un desnudo. Sucede con la mayoría de los expuestos en Amsterdam, que constituyen el grueso de su obra, pero especialmente con un dibujo de sí mismo yacente, barbudo y tapado con una manta titulado Frenar al artista es un crimen. Data de los 24 días pasados en la cárcel en 1912 por un presunto abuso de menores y por unos dibujos de niños de la calle considerados pornográficos por la policía. El artista los usaba como modelos a cambio de una comida o algunos dulces porque no podía pagarse uno profesional. El escándalo para sus coetáneos es que los retratara a veces sin ropa o en posturas provocativas. La experiencia carcelaria resultó demoledora, y meses después aún seguía desconcertado.

El hecho de que aplicara un expresionismo implacable a la exploración de sus temas, ya fueran el sexo, la muerte o el erotismo, le valió a Schiele la crítica de la sociedad vienesa. La cascada de pieles blanquecinas que produjo puede resultar chocante incluso hoy. Según la experta Janir Kallir, que firma el ensayo que vertebra el catálogo, su acomodada vida familiar al principio y la posterior muerte del padre de sífilis -la madre perdió tres bebés al contagiarse y una hermana, Elvira, desapareció a los diez años- explicarían en parte la oscuridad de su pincel. Pero no todo son imágenes deshabitadas en su obra. Algunos retratos son magníficos sin más, como el de su colega Max Oppenheimer. O el de su benefactor, Heinrich Benesch.

En los autorretratos las cosas cambian. Si los expertos tienen razón en su análisis, la juventud misma del pintor guiaba la búsqueda incesante de sí mismo. Un ejercicio vital que constituye hoy un legado de múltiples rostros en acuarela, carboncillo o gouache. Ahí están desde el artista inseguro, amenazante y atormentado al estoico.

Los personajes de su época de soltero rezuman un erotismo algo angustioso, como de sexualidad todavía no plena. En la obra posterior a su matrimonio deriva hacia el realismo. O como señalaba Edwin Becker, conservador del Museo Van Gogh: "El interrogante vital que plasmaba en el papel no involucra ya al espectador, sino que le convierte en un mirón".

Algunos de los cuadros llevados a Amsterdam presentan una clara influencia con el anfitrión honorario de la muestra, Vincent van Gogh. El más evidente es Habitación en Neulengbach, pintado tras ver el famoso lienzo El dormitorio, de su colega holandés, aunque el de Schiele es más pequeño y marcado por la oscuridad del mobiliario. También Los girasoles, de Van Gogh, le gustaban al artista vienés, que pintó en 1911 una delicada y casi alegre versión. En sus paisajes, en especial las vistas ciudadanas o las casas de Krumau, el pueblo de su madre, regresa la oscuridad.

<i>Dos mujeres yaciendo entrelazadas</i> (1915).
Dos mujeres yaciendo entrelazadas (1915).
<i>El puente</i> (1913).
El puente (1913).

Diálogo con la danza

Si la antológica de Schiele ha sido posible gracias a la colaboración entre el Museo Albertina, de Viena, que guarda el grueso de su obra, y el Van Gogh, el "diálogo" entre el visitante y el artista mismo lo han facilitado dos coreógrafas afincadas en los Países Bajos. Tanto Krisztina de Châtel (Hungría, 1943) como Marina Abramovic (Belgrado, 1946) aseguraron ayer que poder llevar el mundo del pintor a la sala de exposiciones de Amsterdam "constituía un regalo".

Para el público, la experiencia resulta particular. En la misma sala donde cuelga la obra del vienés, y sin interrumpir su contemplación, actúan los miembros de las dos compañías de danza. Vestidos primero, ellos de negro y ellas de lentejuelas de color pastel, y enfundados luego en una especie de malla que semeja sus cuerpos desnudos, se mueven, saltan, tuercen el gesto y retuercen sus brazos mientras suena el piano. Otros bailarines permanecen entretanto inmóviles en el interior de unas urnas transparentes. En un caso, una joven sentada en una silla sujeta a la pared cerca del techo, juega con una esfera negra. La acción no llega a distraer la atención de los cuadros porque De Châtel y Abramovic logran que los movimientos de sus colegas reproduzcan la tensión de los dibujos de Schiele. O, como dicen las coreógrafas, establezcan el "diálogo y la paráfrasis" de una obra monumental, con miles de dibujos, ejecutada en ocho años escasos de profesión. Porque Schiele se apagó antes de la treintena, pero su carrera en solitario dio comienzo a los 19 años.

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