Primorosa sinfonía de Mozart
Puede uno llegar al concierto con quince o veinte minutos de adelanto. El escenario no estará vacío. Allí están ya ensayando los contrabajistas, una tradición de la Filarmónica de Berlín. Estos días salzburgueses no han sido una excepción. Era la primera imagen de la tarde, de la mima manera que la última era la comparecencia en solitario de Simon Rattle para recibir las aclamaciones del público, refrendando el altísimo nivel de sus prestaciones y, en suma, del festival.
Rattle jugó fuerte apostando por Britten todos los días. Artísticamente fue una delicia, al contar con Ian Bostridge, que dio una lección de canto desde la Serenade, opus 31 para tenor, trompa y orquesta de cuerda, con textos de William Blake a John Keats, hasta Nocturne, opus 60, con textos de Samuel Taylor Coleridge a William Shakespeare. Todo ello añadido a Les Illuminations del primer día. Fue un miniciclo espléndido, por la calidad de la música y por la excelencia de la interpretación. El público asistente lo recibió con entusiasmo, pero la elección de este repertorio se cobró algunas bajas. Había butacas vacías en la sala. No excesivas, pero las había.
De Mozart brilló especialmente la última de sus sinfonías. No quiere decir que la 39 y 40 tuviesen realizaciones insulsas. Al contrario, fueron impecables, pero la magia saltó en la Júpiter, con una lectura primorosa, equilibrada, virtuosa, serena y cargada de tensión musical. Fue una versión de las que arrebatan, con una orquesta iluminada y un grado de perfeccionismo difícil de igualar. Rattle le tiene cogido el punto a Mozart y a ello quizá no sea ajena su experiencia previa en él con grupos de instrumentos de época.
La Primera de Shostakóvich permitió una demostración de brillantez, y el adagio de la Décima de Mahler una de musicalidad. En un momento determinado, Rattle se apartó para dejar que la orquesta recibiese en solitario los saludos. El pateo -máxima demostración de reconocimiento- fue sonoro. No hay duda de que la Filarmónica de Berlín es una de las triunfadoras de este festival.
Al margen del programa de abono, la sección Kontrapunkte se ocupa de los Britten menos conocidos y también de músicas más actuales como las de Turnage o Jörg Widmann. La primera de las sesiones -nocturna, evidentemente- tuvo como protagonista a la cantante de jazz Dianne Reeves, que acompañada de Peter Martin al piano, Reuben Rogers al contrabajo y Greg Hutchinson a la batería, dio un recital absolutamente clásico y emotivo de jazz en la sala Republic, uno de los lugares de la movida juvenil de Salzburgo. Y, efectivamente, el público era muy joven, aunque no faltaba algún adicto a los conciertos de Rattle, con esmoquin incluido y de procedencia japonesa, por más señas.
Por lo demás, Salzburgo vibra estos días con las exposiciones de cuadros y dibujos de mujeres a cargo de George Condo -un centenar- y Picasso -unas cincuenta- en el Museo de Arte Moderno. En la galería Ropac se exhibe una serie reciente de Baselitz y en la Residenz hay una prestigiosa feria de antigüedades. Gastronómicamente hablando, causa sensación la última estrella Michelín -Esszimmer- y se percibe la consolidación del Hangar 7 del aeropuerto, con su restaurante que cambia de chef cada mes. Ahora está Wolfgang von Wieser del hotel Bellagio de Las Vegas y para abril se espera a Xavier Pellicer del restaurante Abac de Barcelona.
Babelia
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