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Columna
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Catilina

Enrique Gil Calvo

Cumplido el primer aniversario de la crisis política del 11-M al 14-M, es momento de empezar a enjuiciar la manera que están teniendo socialistas y conservadores de comportarse en el primer tramo de esta legislatura excepcional, tan trágicamente nacida. ¿Hasta qué punto han demostrado haber aprendido algo, esforzándose por superar la crisis? ¿Han sabido extraer consecuencias y asumir responsabilidades? Se diría que no demasiado, pues ambos partidos se comportan como si la cosa no fuera con ellos.

El Gobierno se muestra tranquilo, aparentando una normalidad demasiadas veces desmentida por los nervios. Pues como no fue responsable del atentado (aunque sí beneficiario), pretende pasar página con estudiada elegancia, para no reconocer que su derecho a gobernar con partidismo resulta cuestionable, dado el estado de emergencia en que se produjo su llegada al poder. Por eso conviene dejar para más tarde la consideración del papel que está jugando el Gobierno, cuando se cumpla un año de su investidura.

Mucho más grave resulta el papel que ha decidido jugar la oposición presidida por Mariano Rajoy. El Partido Popular parece dispuesto a todo con tal de negar la mayor, evitando asumir sus responsabilidades últimas. Que no son pocas, pues no supo prevenir un atentado cuyo riesgo incrementó con su política exterior, y cuando se produjo, al sentirse culpable no quiso reconocerlo así, tergiversando la información por miedo a perder las elecciones. Y para no reconocer esta evidencia, el Partido Popular ha boicoteado la comisión parlamentaria que investiga la masacre, ha sembrado de dudas el sumario judicial, ha creado toda clase de pistas falsas con ayuda de su prensa amiga y, lo que es todavía peor, ha utilizado a la Asociación de Víctimas del Terrorismo, que controla, para azuzarla contra el Gobierno y contra Pilar Manjón, presidenta de la Asociación 11-M Afectados de Terrorismo, sin duda para castigar a ésta por su pública requisitoria contra el indigno papel jugado por el PP en la comisión, cuando pronunció la exigente catilinaria que ninguno de nuestros Cicerones se atrevió a formular: ¿quousque tandem (hasta cuándo), Catilina, abusarás de nuestra paciencia?

¿Por qué lo hacen? Durante todo este año, parecía que el Partido Popular se comportaba así con el objetivo político que resulta más lógico en un partido de oposición, como es el intento de desgastar al Gobierno del PSOE para evitar que su inexperto presidente se asiente en el poder. Pero ya ha pasado un año y esto no se ha conseguido. Por el contrario, a pesar de todos los errores y debilidades del Gobierno, Rodríguez Zapatero se ha consolidado asentándose en el poder. Pero no ha sido tanto por su propio mérito, sino gracias a los esfuerzos de la oposición del Partido Popular, cuyo indignante comportamiento ha hecho bueno a Zapatero, aunque nada más sea por comparación.

Y sin embargo, a pesar de que resulta suicida para sus intereses electorales, el PP persiste en su error, emperrándose en llenar de odio y de rencor la política española. Tanto es así, que su infame comportamiento termina por recordar a la oposición desleal de aquellos partidos antisistema que, según Juan José Linz, quebraron la democracia durante la II República española.

Como estrategia política, la conducta del Partido Popular ya no es explicable, pues significa tirar piedras contra su propio tejado. Y sólo puede entenderse como estrategia personal en defensa de aquel Catilina cuyos espurios intereses sirven los hombres que hoy controlan el partido como hechuras suyas. Contra toda evidencia, el Partido Popular se empecina en negarse a reconocer ninguna responsabilidad sobre lo que pasó hace un año, sin darse cuenta de que esto le coloca en el papel del acusado.

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A diferencia del modelo anglosajón, nuestro sistema legal reconoce el derecho a mentir en defensa propia. Y eso es lo que está haciendo el Partido Popular. No sólo se empeña en negarlo todo, sino que además miente descaradamente acusando a los demás de toda clase de insidias calumniosas. Así demuestra Catilina cuánto le traiciona su inconsciente freudiano, pues comportarse como un acusado que se defiende por medios indignos implica reconocer que en su fuero interno se sabe culpable.

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