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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Hilos

(Resumen de lo publicado: un artículo de Josep Roth va abriendo tumbas: Robert Capa, Herbet L. Matthews, Ernest Toller, Wanda Morbitzer. Pero sigue cerrada la del desconocido payaso de Barcelona al que Roth dedicó su artículo y Capa su foto memorable.)

Cuando reanudamos la conversación sobre su padre, le pregunté a Cristina Tozer si se había fijado en un detalle de otras dos fotos de Capa pertenecientes a la serie del payaso. Era la inclinación de la cabeza de los niños. Bastante pronunciada. Las fotos, como las palabras, están hechas para mentir, y desde luego nada prueba que esa inclinación fuera incompatible con la mirada de un niño sobre un escenario convencional. Se sabía que Tozer hacía sus funciones de títeres desde una ventana de su casa, no muy alta ciertamente. Pero de altura suficiente como para tomar la precaución de asegurarse con una cuerda.

Pompilio, un elegante payaso con sombrero y camiseta de rayas. Tozer lo mantuvo durante toda su larga vida

-Usted quiere que mi padre sea ese payaso. No.

-Bien... ¿Quién era su padre?

Había nacido en 1902, en Villa Rica (Paraguay). La familia, inglesa, administraba la línea del ferrocarril. En estas pocas palabras hay una felicidad intacta y es perfectamente lógico que después de pasar los 12 primeros años de su vida no quisiera nunca volver allí. Máxime cuando de inmediato llegaron el ruido, el frío y el humo. En 1914, con la Primera Guerra, el niño H. V. Tozer fue ingresado en el St. Cuthbert School, en Worksop. Los rigores no eran literarios. Al cabo de algún tiempo, y constatado el derrumbe físico del muchacho, lo cambiaron al Modern School, de Bedford. Arrancado del paraíso y llevado a un continente en guerra. Ingresado en escuelas de humedad dickensiana. Además. Una noche de fiesta, en Kettering, durante una fiesta que celebraba el final de la guerra, un cohete le hundió un ojo. Tenía 19 años. ¿Qué hombre, en sus circunstancias, no se habría dedicado a la investigación y estudio de las marionetas? ¿Qué hombre no habría luchado por manejar él los hilos finísimos?

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Le llamaban Daddy, a Tozer. La hija y todos. Nunca se supo si la masa formada por la Villa Rica perdida, el internado inclemente y el ojo aplastado por la fiesta dejó en su carácter el inexorable poso melancólico que su compatriota Gerald Brenan atribuía sin distinción de sexo, edad, clase o circunstancia a todos los españoles. Hasta el final, Tozer mantuvo una absoluta impecabilidad sentimental. Y eso que en 1923 había empezado a vivir en Barcelona, donde la gente llora como terneros. Entró de contable en la Barcelona Traction y nunca abandonó la empresa. Ni siquiera cuando la empresa (en su espectacular e histórica quiebra) lo abandonó a él y se transformó en otra. Las razones de su llegada a la ciudad estaban fundamentadas en su conocimiento del español, en la buena oferta de trabajo y en una indeleble familiaridad con lo hispánico.

Como buen contable, a partir de aquel momento llevó una doble vida. Dado su talante british, el lado oscuro se proyectó sobre los títeres. El origen de la afición cabe buscarlo en el impacto que causaron al niño Harry las representaciones callejeras del guiñol típicamente inglés, el Punch and Judy. Luego, en los colegios, desarrolló una notable habilidad manual para la que no fue inconveniente el tamaño de sus manos, grandes, formidables. Allí aprendió también cómo trabajar la madera y la soledad. Tozer ha sido uno de los grandes titiriteros universales. Una mañana le pregunté a su querido discípulo Toni Zafra por qué había sido tan grande.

-Es sencillo. Introdujo la marioneta de hilos en España. Hasta Tozer sólo había polichinelas, muñecos de guante. Las historias que se representaban eran gruesas, costumbristas. Se correspondían a la técnica. Tozer puso elegancia en el títere y en lo que el títere narraba. Sus marionetas eran muy complejas y sofisticadas. Y siempre funcionaron perfectamente.

En el año 1936, H. V.Tozer acabó un nuevo muñeco. Se llamaba Esqueleto. Es como a aquellos recién nacidos que les ponen el santo del día. Esqueleto protagonizó algunas de las representaciones que daba a los niños desde la ventana de su casa. Un día un niño reflexionó al verle: "¡Ése tiene más hambre que nosotros!". ¿Quiénes eran esos niños? La hija Tozer sostiene que eran hijos de pescadores de la Barceloneta. ¿Pero qué hacían en el otro extremo de la ciudad, por encima de la Bonanova, alrededor de las calles de la Esperança y del Marquès de Vilallonga? ¿Qué hacían esos pescadores ciudad adentro? Huir de las peores bombas, seguramente. Fuera como fuese, ha quedado memoria de un claro intercambio. El inglés los entretenía suave y alegremente, desde una ventana, prendido a una cuerda, él mismo un títere. Al anochecer los niños volvían por la casa y le llevaban una caja de pescado vivo, casi sonriente.

Los últimos días de 1938 acabó otro muñeco. Faltaba ya muy poco para que las tropas franquistas entraran en Barcelona. Es un muñeco legendario. Tal vez el más humano de los que nunca articuló. Le puso de nombre Pompilio. Así es. Pompilio. Un elegante payaso con sombrero y camiseta de rayas. Tozer lo mantuvo durante toda su larga vida. De entre sus muñecos era el que mejor sabía cómo estaba hecho. Y es que podía separar metódicamente cada uno de sus miembros y recordar con precisión amarga el bombardeo en que habían sido ultimados.

Harry V. Tozer manejando a los hilos de su legendario muñeco Pompilio

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