Mamá también fue niña
Los padres de 30 a 40 años son los niños del 'baby-boom' español. Sus hijos son o han sido únicos hasta hace poco. Cuatro padres y madres comparan dos tipos de infancia muy diferentes.
Mercedes Roldán y su hija, Sara: "No creo que la niñez haya cambiado tanto. Es una época feliz por naturaleza"
Madre: 39 años, administrativa. Hija: 8 años. Sara es hija única.
"La maestra que yo tuve a la edad de mi hija era una señora con la que no tuve una conversación: llegaba, explicaba y se iba. Mi hija ha tenido buena relación con todos sus profesores. Este acercamiento con los padres y con los maestros me parece positivo, pero también hace que resulte más difícil marcar los límites y que, al menor descuido, los niños acaben tomándose muchas libertades. Me gusta el cambio que ha dado la forma de educar a los niños, porque antes te hacían aprender las cosas de memoria, de carrerilla; ahora se lo hacen entender, van enlazando conceptos de una a otra materia. Yo sólo tuve un estuche de pinturas, el lápiz, el borrador y el sacapuntas, que me duraban muchísimo. A mi hija le tengo que echar un lápiz y una goma casi cada día, porque los pierde. A mí me gustaba estudiar, miraba los libros en casa aunque no tuviera deberes. A Sara le cuesta más. Paso mucho tiempo con ella, por la tarde, repasando lo que ha visto en clase".
"Mis abuelos tuvieron que comprar un aparato de televisión porque les di mucho la lata. Como su pensión no era alta, tuvieron que pagarlo a plazos. Aún conservo los recibos. Recuerdo esperar con ilusión que empezaran Los payasos de la tele. No tenía nada que ver con lo que hay ahora. Hay muchos dibujos que no son para los niños".
"También recuerdo los castigos, como cuando tuve que escribir 100 veces Tengo que echarme la siesta, o cuando me pegó mi padre por no comerme un plato de lentejas. Hoy no les pegamos". "Para el mes de vacaciones que paso con Sara, alquilo un apartamento en la playa que tenga piscina. Cada año vamos a una ciudad diferente. La niña prepara una bolsa con juguetes, a los que hay que añadir la colección de bañadores, cubo, pala y rastrillo, moldes, manguitos y sus toallas. No sólo es lo que tú le das, sino lo que le regalan y lo que acabas comprando allí, como el churro o la tabla porque los usan todos los niños. Yo tenía un bañador que se lavaba cada día. De pequeña no fui a la playa. La primera vez que vi el mar fue en un viaje que hice con mi novio. De niña sólo me bañé en el río".
"Yo sólo conocía las galletas maría Fontaneda. Ahora tenemos decenas de tipos de cereales y galletas, y si la niña viene conmigo a comprar, todo aquello con lo que regalen algo. Ahora tienen tantas cosas que no sabes qué darle". "Yo escuchaba la misma música que mis hermanas, y recuerdo un disco de canciones infantiles que alguien me regaló; me encantaba. Sara tiene docenas y sabe ponerlos desde que era muy pequeña. También me gustaban mucho los cuentos, pero no tenía ni mucho menos los mismos que mi hija. Recuerdo uno de Pulgarcito y el de La sirenita. Y un recortable grande, de cartón, con una muñeca que tenía el pelo blanco. Sara tiene tantos recortables que ni los abre". "Jugábamos en la calle y no se veía un coche. Me gustaba jugar a la goma, a la comba, al escondite, al rescate. Y al tronco. Lo dibujabas tú mismo, con tiza, sobre la acera. Ella tiene uno permanente en el patio del colegio". "Lo que no creo que haya cambiado es la esencia de la infancia. Es una etapa en la que eres feliz por naturaleza, sólo con tener cariño".
Javier Sanmiguel y su hijo, Javier: "Yo cogía chapas del bar. Ahora se llaman 'chaps' y se compran"
Padre: 39 años, informático. Hijo: 6 años. El niño tiene un hermano de 4 meses.
"Todos los padres tenemos la misma conversación, seguramente desde la Prehistoria: que si las siguientes generaciones son un desastre, que cuánto he sufrido yo y mira éstos qué fácil lo tienen. No confiamos en los hijos, pero los chavales están cada vez más preparados. No hay color entre nuestra época y la suya. Creo que hay que darles la mayor cantidad de información posible, pero de una manera lógica y sin agobiarles. No se les puede tener en una burbuja. Es bueno que se enfrenten a situaciones nuevas, que reciban inputs y que experimenten. Que piquen de aquí y de allá, que conozcan cosas y sepan de su existencia para poder adoptar sus propias decisiones".
"Yo pasaba mucho tiempo en la calle, quizá demasiado. Jugábamos al fútbol en un bulevar con pelotas hechas con cajetillas de tabaco, o a las canicas. El inicio de la liga de chapas era un acontecimiento. Íbamos a los bares a buscarlas, las pintábamos o poníamos la foto de un jugador. A veces las pulías porque así corrían más. Un garbanzo hacía de pelota. También organizábamos carreras ciclistas con las chapas. La falta de recursos fomentaba la imaginación. Las chapas de mi hijo se llaman chaps, y se compran. Ahora todo se compra. No veas la cantidad de bolsas de patatas fritas, gusanitos y bollos que tenemos que comernos los padres, porque esas cosas vienen de regalo. Los fabricantes saben cómo vender. No intento que juegue como yo. Francamente, no me veo buscando chapas con él en el bar. Creo que no van con su cultura y que me vería como un pesado".
"Yo iba solo al cole; ahora eso es imposible porque hay muchos coches y estamos muy preocupados por la seguridad, aunque puede que sea la misma".
"Tampoco me gusta el giro que ha dado la programación infantil en televisión. Los dibujos animados que veíamos nosotros eran más apropiados, los programas eran más educativos. Los dibujos que ve mi hijo son casi existencialistas. Dragon Ball, uno de sus preferidos, me impacta hasta a mí. La tele es un invento fantástico, pero hay que saber usarla. No es bueno que nadie, ni un adulto ni un niño, pase cuatro horas frente a la pantalla, tragándose todo lo que emiten. Pero es muy fácil dejarle solo viendo la tele: así no incordia".
"Cuando llegaba la época de Reyes o tu cumpleaños, hacías una carta larguísima y pedías un montón de cosas, y luego te llegaban más o menos dependiendo de la situación familiar. Los juguetes que recuerdo con más cariño son un robot de ojos saltones que andaba y movía los brazos, y los indios y vaqueros. Ahora hay juguetes fantásticos que desarrollan la imaginación, como el Lego, y otros que son verdaderas estupideces. Uno de los juegos de esta época que más me horroriza es la Gameboy. No sé qué tiene la dichosa maquinita, pero en cuanto un niño tiene una, todos se arremolinan alrededor, venga a mirar. Sin hablar, sin jugar: les vuelve tontos".
Juan Carlos Jiménez y su hijo, Carlos: "Mantenemos un tú a tú distinto del que nos permitieron nuestros padres"
Padre: 37 años, administrador de bases de datos. Hijo: 6 años. Carlos espera un hermano en las próximas semanas.
"Yo me recuerdo como un crío hasta los 13 años, no me vi más suelto hasta el instituto. Ahora, mi hijo Carlos, con seis años, me pregunta por la muerte, por Dios o por política, cuando ha habido elecciones. El contraste es tremendo. Creo que la diferencia es que los tratamos como personas, les damos posibilidad de expresarse y de ser ellos mismos. Antes se nos decía lo que había que hacer y decir, y si no, se resolvía a guantazos. No ocurría como ahora, que una madre puede azuzar a su hijo, delante de todos, para que se cuele en una fila. Es un problema de valores que los padres no inculcan a sus hijos. Y eso que nos volcamos mucho más en ellos. Mantenemos un tú a tú distinto del que nos permitieron nuestros padres".
"Carlos es el encargado de poner la mesa y ordenar su habitación. Aunque no puedes pretender que esté recogiendo todo el día. Le das su territorio, su habitación, pero bajo unas reglas. Yo compartía habitación con mi hermano, siete años mayor. También me relacionaba más con mis tíos y primos, se vivía mucho en el núcleo familiar. Ahora tendemos más a reuniones con amigos".
"Cuando nos dábamos un golpe en casa, mi madre nos desinfectaba la herida y ya está. A lo mejor hubiéramos necesitado puntos, pero no nos llevaban al hospital si no era muy grave. El otro día Carlos se puso a saltar sobre la cama, se dio con el radiador y salimos corriendo a urgencias. Antes sobrevivíamos sanos y salvos sin protectores para enchufes".
"Nosotros viajábamos los cinco en un 127, y nuestras vacaciones consistían en ir de cámping. Carlos, con dos meses, se vino a Gredos. Con cuatro años subió a un avión. Yo no volé hasta los 20. Este verano recorrimos Argentina. Vimos ballenas, elefantes marinos y delfines. Montamos a caballo e hicimos rappel".
"Mis juegos favoritos eran en la calle: chapas, canicas, rescate juegos de contacto. En el patio nos juntábamos 15 o 20 niños. Siempre había un coche abandonado o un perro que adoptábamos entre todos. Ahora, Carlos no juega en la calle salvo que alguien esté con él".
"A mi hijo no le gustan las canciones infantiles, sino los éxitos del momento. En el colegio, yo no tuve laboratorio ni biblioteca. En mi clase éramos todos españoles. En la de Carlos del año pasado había dos chilenos, un uruguayo, dos marroquíes y una niña gitana. Esa convivencia me parece muy positiva".
"Carlos tiene un armario entero de ropa. Nosotros teníamos una muda de quita y pon. En mi época, todo lo heredabas. Hasta mi traje de comunión, que era de un primo mío".
Esther Herranz y su hija, Alba: "Hasta los padres desautorizamos a los maestros si reprenden a los niños"
Madre: 40 años, funcionaria. Hija: 4 años. Alba es hija única.
"Alba es una niña muy rebelde, le hablo y parece que esté sorda. Nosotros mostrábamos más respeto por los padres y los mayores. Si alguien te regañaba, te callabas; ellos contestan. Hasta los padres desautorizamos a los profesores si reprenden a nuestros hijos; así no hay manera de imponer unas normas mínimas, y los niños se desmadran. En el colegio se intenta que aprendan a desarrollar capacidades, mientras que a mí sólo me mostraban contenidos y conceptos. Pero algún fallo debe de tener ese sistema, porque ahora tenemos niños con aptitudes desarrolladísimas que no saben nada. Estamos formando personas muy irresponsables. Son niños hasta los 10 años, incapaces de ir solos al cole. Están saturados de atenciones y de bienes materiales y no saben valorar las cosas. Este consumismo desmedido nos arruinará, no económicamente, sino por la escasez de valores que les damos. Y es muy difícil salir de esa espiral. Cuando yo era niña, por mi cumpleaños, llevaba caramelos a clase. Ahora es un evento social: invitación, merienda en un parque de bolas y café para los padres. Alba lleva cuatro fiestas este curso".
"La renovación del vestuario es un duelo. No quiere faldas. Tengo que llevarla siempre conmigo, porque si compro sola puedo acertar o no y luego se niega a ponerse lo que no le gusta".
"Alba tiene muchos juguetes, demasiados. Pero los usa diez minutos y se cansa. Algunos, como los ordenadores, les hacen antipáticos. Se niegan a darte besos, a hablar, tardan en socializarse. Mis juguetes favoritos eran un piano, la goma, la cuerda y la Nancy. A Alba no le gustan las muñecas. Menos mal que las canciones infantiles siguen siendo las de siempre. El corro de la patata es eterno".
"La llevamos al zoo, al parque de atracciones, a los parques temáticos, de vacaciones En mi infancia no me faltó de nada ni lo echaba de menos; tenía pocas cosas, pero me parecían suficientes. Pero ahora les das algo precioso y no saben valorarlo. Estamos muy pendientes de ellos, y creo que eso influye en la maduración de su carácter".
"La televisión que veíamos antes me parecía más formativa, con programas pensados para los niños. Los dibujos que ve mi hija son muy agresivos. Hay más anuncios que programas, y lo peor es que se los sabe todos. Intentamos ver la televisión con ella, pero no siempre se puede".
"Aunque no todo es negativo. La relación entre padres e hijos es ahora más natural. Antes había más tabués, como los temas de la religión o del sexo. Ahora, con los niños se puede hablar de todo. Si se lo explicas de forma natural y adecuada, lo aceptan. Nuestros padres no nos contaban tantas cosas. De hecho, no recuerdo haber jugado mucho con mis padres. Mi madre estaba con sus cosas, y mi padre, trabajando. Tener a tu madre en casa te daba más seguridad, te arropaba. Comías mejor; ahora no tenemos tiempo. Mi marido y yo trabajamos, y nos gustaría poder ir a buscarla al colegio para que comiera en casa. Pero no creo que por eso vaya a tener problemas de afectividad. Jugamos más con ellos para compensar el tiempo que no compartimos".
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