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Columna
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El caballo

Manuel Rivas

Lo siento por el caballo. El despeinado Lec, genial librepensador polaco, pedía que se retirasen las estatuas y bustos de los déspotas, pero no las bases y peanas. Bueno, pues en España había que retirar al dictador y dejar el caballo. Adolf Hitler dictó una orden prohibiendo la costumbre campesina de ponerle a los animales de confianza el nombre del jefe del Estado. Uno de los recuerdos más gloriosos de la infancia es el de haberme podido fotografiar en los jardines de la Marina en la grupa de un garañón llamado Paco. Era de madera, traído de Cuba, y muy profesional, muy buen caballo.

Había muchas coincidencias entre Hitler y Franco. Entre las más inofensivas, ambos pintaban flores horrorosas, una especie de naïf carnívoro. El franquismo reguló todo, pero, que se sepa, Franco no prohibió expresamente que los burros llevasen su nombre. Es más, tenía tal sentido patrimonial, que es probable que no lo considerara una ofensa, sino un acto entrañable de cariño y adhesión. Una noche, en el yate Azor, Franco preguntó a qué localidad correspondían unas luces que se veían a lo lejos y se le contestó con absoluta precisión: "Es El Ferrol de Su Excelencia". Como resultado de ese sentido posesivo, no sabemos el nombre de los caballos de Franco, por lo que es posible que se aplicase la relación de contigüidad y fuesen también tratados todos de Excelencia.

Una estatua en la plaza pública confiere poder presencial. Si se trata de un dictador, es la prolongación de un oprobio. Y si hablamos del más sanguinario de la historia de España, su presencia simbólica, ese "poder oscuro" del inconsciente, es un acto de violencia en el paisaje moral. En una plaza de Francfort los barrenderos metieron en un contenedor una escultura conceptual y el artista no protestó. Aquí todavía hay gente que protesta si los barrenderos se llevan el concepto de un dictador. Pero, ¿qué culpa tiene el caballo? Hay que liberar a los caballos de las estatuas. Cuando notaba un bajón en la película, John Ford pedía el plano de un caballo. Ahí se explica lo de Madrid. Que ha pasado un caballo escapado de su estatua. Y hasta Mariano Rajoy se ha ido detrás, porque todavía no ha llegado al buen saber conservador de distinguir un dictador de un caballo.

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