"Auschwitz no fue la obra de un loco"
Director creativo de la BBC para programas de historia, el escritor Laurence Rees ha pasado los últimos 15 años investigando, escribiendo libros y produciendo documentales sobre el nazismo. El cuarto libro de una serie que inició en 1996 es Auschwitz. Los nazis y la solución final (Crítica), y en él Rees desentraña con precisión de cirujano el demencial (pero, a la vez, visto desde dentro, diabólicamente lógico) proceso que llevó al régimen nazi a convertirse en una despiadada máquina aniquiladora de seres humanos.
Sólo en Auschwitz fueron asesinadas 1.100.000 personas, la inmensa mayoría judíos. Rees basa su investigación sobre el símbolo del Holocausto en más de un centenar de entrevistas con supervivientes y verdugos, que por primera vez hablan de su experiencia y dan un testimonio en el que no cabe la culpa. El periodista británico, que presentó ayer su libro en Madrid con Antonio Elorza, llega a esta conclusión: "Lo más doloroso es que el Holocausto no fue el crimen de una única persona, fue un crimen cometido por cientos de miles de personas. Y la mayoría era gente de lo más normal".
"Stalin mató a muchos colaboradores. Hitler no usó el terror. Si eran incompetentes, los echaba"
"El burdel era un tema tabú. Ahora sabemos que las SS daban bonos a los presos privilegiados"
"El Holocausto fue una cuestión de orden interno, un nimio asunto de seguridad, un problema policial"
"Auschwitz simboliza la filosofía nazi sobre la selección de la raza, una mera corrupción del darwinismo"
Pregunta. ¿Quince años investigando sobre Auschwitz y el nazismo han cambiado su vida?
Respuesta. Bueno, ahora soy más depresivo y mucho más escéptico, pero no ha supuesto un cambio fundamental...
P. ¿Le quedan muchas cosas por descubrir todavía?
R. Muchas... Yo nunca pretendí llevar esta vida, pasar tanto tiempo estudiando ese infierno; por suerte soy jefe de programas históricos de la BBC y he podido ir haciendo otras cosas para no volverme loco. La razón por la que acabé tan metido en ello es que pensé que podía encontrar una respuesta a la pregunta que me obsesionaba desde que entrevisté a Wilfred von Owen, hombre encantador y muy inteligente, secretario personal de Goebbels, que me dijo que la mejor palabra que se le ocurría para definir lo que fue el Tercer Reich era "paraíso".
P. ¿Y encontró la respuesta?
R. No del todo, pero sí saqué una conclusión: el nazismo no se puede entender con un click, requiere un viaje muy largo y quizá sea imposible entenderlo del todo, quizá ese viaje no tiene fin.
P. Su libro explica que Auschwitz no siempre fue el campo de aniquilamiento que conocemos. ¿Cómo y por qué cambió?
R. Auschwitz es tan importante no sólo porque fue el lugar donde se produjo la mayor matanza masiva de judíos, sino también porque fue un caso único dentro del sistema nazi. Empezó en 1940 como campo de concentración para brutalizar a la gente, pero no para matarla, y cuando se decidió la solución final se convirtió en esa infame imagen de los crematorios y las cámaras de gas de Birkenau, con la verja de hierro como entrada al escenario de la gran matanza. Su complejidad deriva de eso: fue el único campo nazi que fue campo de aniquilamiento y campo de concentración y trabajo, y lo sorprendente es que se incorporó bastante más tarde que otros a los asesinatos masivos. Pero lo más importante es que simboliza la filosofía nazi sobre la selección de la raza, que no es más que una corrupción de la teoría darwinista sobre la selección natural: cada judío que entraba allí moría, unos antes (las mujeres y los niños no tardaban ni dos horas en llegar a las cámaras de gas) y otros (los hombres) después de trabajar en las redes de fábricas que había en el campo.
P. ¿Cómo era la rutina?
R. Depende de cuándo y adónde miremos. El gran problema de Auschwitz es que la gente piensa que era sólo uno. Pero en realidad había tres. Auschwitz 1 era sólo campo de concentración. Auschwitz 2 se llamaba Birkenau, estaba a tres kilómetros del 1 y funcionaba como cárcel. Era como una ciudad, medía tres kilómetros por cuatro y medio y cabían más de 100.000 personas. Auschwitz 3 se llamaba Monowitz y allí estaba la gran factoría IG Farben. Pero además, había 40 subcampos más donde la gente trabajaba. Al final, en Birkenau se hacía la selección: llegaba el tren, las mujeres y los niños iban a la cámara de gas, y los hombres, al campo de trabajo. En Auschwitz 1 los presos políticos polacos vivieron cuatro años. Lo fascinante de Auschwitz es que no hay una experiencia que lo defina del todo.
P. ¿Había clases sociales en el campo?
R. Era absolutamente jerárquico. Primero llegaron los presos políticos polacos. Los capos que controlaban y mataban a los presos judíos para que las SS no se mancharan las manos eran criminales alemanes convictos. Los testigos de Jehová fueron tratados mejor que los judíos. Sobre todo las mujeres: eran las criadas favoritas de Rudolf Hess, el jefe del campo. Los que sobrevivían lograban los mejores trabajos: bomberos, que casi no hacían nada y se dedicaban al contrabando, o cocineros de las SS.
P. Y luego estaba el burdel, uno de los hallazgos de su investigación.
R. Sí, era un tema tabú sobre el que queda mucho por investigar. No sabemos quiénes eran, cómo trabajaban, qué fue de ellas, pero sí que en el año 43 las SS empezaron a dar bonos a los presos privilegiados para que pudieran visitar el burdel: ni los judíos ni los rusos, sólo los alemanes y los polacos.
P. Una de las ideas más terroríficas que revela es que el aniquilamiento y su método no fueron una decisión personal, ni jerárquica, sino colectiva, tomada en muchos niveles de mando...
R. Cuando pensamos en Auschwitz y el Holocausto, tendemos a creer dos cosas. Primera, que todo fue obra de un loco insano, lo cual resulta fácil de asumir, pero no es verdad: Hitler no estaba loco, y la mayoría de sus adláteres, tampoco. En la reunión donde se decretó la solución final había 15 personas y ocho de ellas eran doctores universitarios, varios en Derecho. La otra idea cómoda es que Hitler, aquel loco horrible, forzó a todo un país a seguirle al abismo. Fácil de manejar, pero no cierta. Es verdad que sin Hitler todo aquello no podría haber pasado, pero él no fue quien decidió el Holocausto. Él dedicaba el 99% de su tiempo a la guerra contra Rusia y los aliados. Del exterminio se ocupaban Himmler y las SS, y era una cuestión de orden interno, un nimio asunto de seguridad, un problema policial. Hitler no daba o aprobaba planes sobre eso. Esto es típico del dinamismo del sistema nazi, sistema increíble porque tenía en su centro a un ser vago y aburrido que controlaba la situación porque hablaba en visiones. Los demás jerarcas competían entre ellos y sabían que el que mejor interpretara las visiones ascendería más. Todos trataban de dar la interpretación más radical, sabían que el radicalismo le encantaba. Lo raro es que el sistema funcionara como una gran empresa pese a que el jefe no trabajaba las 24 horas.
P. ¿Una dictadura con estructura democrática?
R. Stalin mató a muchísimos colaboradores, Hitler no. Si eran incompetentes, los echaba. No trabajaban con miedo, salvo el de perder el cargo. Los generales del frente del Este que iban a Berlín y entraban al despacho para decirle que iban a perder la guerra salían pensando lo contrario. ¡Los convencía! Stalin los hubiera matado.
P. ¿Por qué no visitó Hitler Auschwitz?
R. Aquello estaba muy por debajo de su nivel, y no quería fotos. Un general nazi me contó que casi nunca hubo informes de los encuentros secretos entre Hitler y Himmler. Hablaban andando por el bosque. Lo realmente importantepara Hitler era la guerra contra la Unión Soviética. Ahí estaba el futuro del mundo. Y hubo 27 millones de muertos rusos...
P. Así que el aniquilamiento judío y gitano fue, por decirlo así, una cuestión doméstica.
R. Exacto, y eso le da un carácter aún más terrorífico. No hay más que ver la foto de Rudolf Hess: un tipo corriente, gris, un policía sin valor para ir a la guerra. La excusa para emprender el Holocausto fue que había que matar a unas personas peligrosas para la seguridad interna del país. Y todo el mundo estuvo de acuerdo.
P. Según cuenta en el libro, el antisemitismo era una especie de tic interiorizado por todos.
R. Alemania culpó a los judíos de la devastación sufrida en la Primera Guerra Mundial. Los niños lo aprendían en la escuela. Era muy fácil ser antijudío. Muchos de los verdugos que entrevisté dijeron que hablarían para demostrar a sus hijos y nietos que lo que hicieron estuvo bien. La idea de Hitler era que el comunismo y el judaísmo eran lo mismo. Marx era judío, luego los judíos eran comunistas. El gran peligro, decía, era la doble conspiración: los judíos comunistas que controlaban a Stalin y los judíos de los bancos de Nueva York que controlaban a Roosevelt. Ese disparatado lavado de cerebro funcionó a la perfección, e incluso perdura: en Ucrania, Bielorrusia y los países bálticos no queda un solo judío. Los mataron a todos y ya no regresaron.
P. Según los testimonios que recogió, en los últimos meses de la guerra llegaron a quemar vivos a niños y mujeres.
R. En el verano del 44 se desencadenaron las matanzas frenéticas. Llegaron tantos judíos húngaros que las cámaras de gas no daban abasto. El problema básico era qué hacer con los cuerpos, la prueba del delito. Como en los crematorios no cabían, los ponían en grandes parrillas al aire libre, y ahí, según los testigos, fueron echados vivos bastantes niños y mujeres.
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