Pliegues
De los pliegues, título de la exposición de Juan M. Moro (Santander, 1960), resulta como poco atrevida. Puede verse en la planta baja de la Casa de Cultura Ignacio Aldecoa de Vitoria. Son 17 cajas blancas protegidas por un frente de cristal que guardan una serie de fotografías registradas por sistemas digitales. Se presentan sobre soporte de aluminio a modo de un libro infantil desplegable. Pueden tener dos o tres capas de imágenes superpuestas. El autor las enseña abiertas en pliegues caprichosos y de esta manera se interrelacionan una, dos o tres imágenes para incitar sugerencias complejas, es un trabajo donde parecen fundirse el oficio de un fotógrafo y el de un calderero manipulando aluminio.
En esta simbiosis, más allá de la imagen plana aparecen las tres dimensiones, un resultado para refrendar la afirmación taxativa de quien en el año 2000 fue Premio Nacional de Grabado. Su idea, al menos por el momento, despacha con cajas destempladas el tan de moda "encapsulado de fotografías en metacrilato". Le parecen una "gélida mortaja" que impiden al tacto de la mirada llegar al mundo de la realidad material que nos rodea. Por eso se niega "a aceptar como definitivo y único ese acabado plano, terso y pulido característico de las fotografías".
Queriendo o sin querer, este autor santanderino recuerda los peligros de trabajar dentro y entre las barreras de una disciplina cerrada en sí misma. Se apunta a los defensores de la interdisciplinariedad, al mestizaje cabal, incluso a los buscadores de nuevos marcos para la expresión, objetos de estudio alcanzados desde la transversalidad y que (todavía) no pertenecen a nadie. Su trabajo de arrugas y pliegues (para unos escultura, para otros fotografía) así lo pone de manifiesto.
Los temas que trata pueden combinar color y blanco y negro. Dentro de ellos se evita la figura humana, se incide en el mobiliario doméstico un tanto aséptico y en algunos paisajes. Un ámbito de proximidad donde se priman objetos cotidianos abiertos a nuevos y, en ocasiones, ensoñadores contextos. Entre sus piezas encontramos un fuego bajo cuyo hogar plegado da paso a un cielo azul repleto de aves; en el caso de una silla, sus patas se abren a modo de cortinón y debajo del asiento aparecen unos escalones o, en otro caso con el mismo recurso, un paisaje de montaña.
Algo similar se produce al destapar la primera capa de una cama con las sábanas revueltas y vemos surgir la espuma de una serie de olas rompiendo en la orilla. Todo el conjunto genera un universo donde se pierden las nociones preconcebidas de tiempo y espacio, donde el volumen y las tres dimensiones conforman una orografía inesperada.
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