Más allá de Kioto
El Protocolo de Kioto, que establece límites a las emisiones de gases de efecto invernadero para los 39 países más desarrollados, supondría, de cumplirse estrictamente, una disminución global para 2010-2012 del 5,2% respecto al nivel de emisiones alcanzado en 1990. Europa, a la que correspondería una disminución del 8%, ha sido uno de los actores políticos que con más vigor ha defendido el acuerdo. La buena noticia es que el protocolo ha entrado en vigor hace un mes debido a que lo han firmado un número suficiente de países, lo que ha puesto en marcha un complicado mecanismo de cuotas y sanciones, y la apertura de un mercado de emisiones que puede contribuir a que se alcance el objetivo global. La mala noticia es que el primer contaminante del mundo, en términos absolutos y relativos, EE UU, se ha negado a ratificarlo porque considera que afectará a su competitividad.
Con su enorme valor simbólico y la importancia de seguir presionando para que se adhiera la mayor cantidad posible de países y se cumplan los objetivos marcados, debe reconocerse que éstos son modestos. Se trata, por ahora, sólo de moderar el ritmo de emisiones. Es preciso empezar a pensar en lo que se hará el día después de la fecha límite y, por esta razón, la Unión Europea acaba de lanzar la idea de iniciar las conversaciones internacionales para conseguir reducciones más significativas hacia el año 2020. Las cifras sugeridas, tan sólo tentativas, se mueven entre el 15% y el 30% de reducción respecto de 1990, pero esta vez incluyendo también a las economías emergentes, especialmente China e India. Para esas fechas China contaminará tanto como EE UU y, aunque las emisiones per cápita serán todavía mucho menores, no es posible plantearse una nueva ronda de acuerdos sin involucrar a estos países. Aun así, la máxima prioridad será comprometer a Washington, una tarea difícil dada la imposibilidad de establecer sanciones a los no firmantes, sólo alcanzable si se crea una conciencia medioambiental de ámbito planetario.
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