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COCINA | ESTILO DE VIDA

Monumentos exquisitos

En un principio fue París. Allí surgieron, en la plaza de la Madeleine, dos legendarias tiendas de comestibles de lujo, Hediard y Fauchon, de obligada visita. Casi dos siglos después, el gusto por las 'delicatessen' ha abandonado su minoritario reducto para convertirse en mercado global. Algunas referencias para sibaritas.

Ana Pantaleoni

Quizá ya han visitado la Torre Eiffel. Seguramente han estado en el Louvre, o irán en breve. Pero esos turistas que abarrotan la plaza de la Madeleine no están fotografiando monumentos. Las atracciones son otras. Una excursión de ingleses posa encantada delante de un muestrario de fiambres; un grupo de italianos, ante una exposición de vinos, y una pareja española sonríe al lado de un escaparate con latas de lo más exclusivo. Están ante dos de los templos franceses del comercio de comestibles de lujo: de un lado, la tienda roja de Hediard; de otro, la blanca y negra de Fauchon.

Ferdinand Hediard llegó primero. Aunque lo cierto es que nunca salió. Era un hombre que detestaba viajar, y optó por conocer el mundo sin abandonar París, a través de los sentidos. En su propia ciudad descubrió todo un universo de olores, sabores y colores llegados de ultramar: especias, cacao, café, extraños frutos de perfumes exquisitos… En 1854, este joven emprendedor abrió su primer ultramarinos en la calle de Notre-Dame de Lorette. Ocupaban sus estanterías productos exóticos como la canela imperial, el azafrán o el curry de Pondichéry. En 1867, durante la Exposición Universal, vendería más de 2.000 kilos de vainilla de Borbón. Y en 1880 se trasladó a su ubicación definitiva, en la plaza de la Madeleine. La competencia también llegó para quedarse. Seis años después, el charcutero Auguste Fauchon plantó su negocio justo enfrente. El joven Hediard aprovechó entonces para ampliar el ultramarinos. Introdujo un surtido de pastelería selecta y una carta de champañas, y acondicionó un magnífico salón de té.

El Hermès de la gastronomía. La plaza de la Madeleine es el paraíso de las delicatessen, el lugar donde los sibaritas del mundo podrán satisfacer el pecado de la gula a sus anchas. Compota de manzana con mostaza, foie-gras de marron glacé, vinagre de miel y especia de granos de amapola. "Somos el Hermès de la gastronomía", dice uno de los empleados de Hediard. La etiqueta es menos poética: "Té negro de China con aceites de bergamota, limón y naranja dulce. Cien gramos, 14,60 euros". Pero el sibarita atiende más a su estómago que a su bolsillo.

Tampoco hace falta irse a París. Fauchon cuenta hoy con 650 puntos de venta abiertos en todo el mundo. Hediard, que aún tiene el 70% de su negocio en Francia, inició hace dos años su expansión internacional. Abrió sus primeras tiendas en Qatar, en Dubai y en Japón. Después llegaron otras, como la del hotel Arts de Barcelona. Todo lo relacionado con la fruta, como la mermelada o el mazapán, se produce en Francia. Para el resto acuden a los productores más exclusivos del mundo.

Siglo y medio después de la aparición de las dos casas, el sector de las delicatessen está en plena forma, mejor que ayer y peor que mañana. "Es probablemente uno de los sectores que más están creciendo. Pagas por lo que obtienes. No son productos para ricos, sino para conocedores de la gastronomía. Hay gente que viene exclusivamente a nuestra tienda porque le gusta exactamente una mermelada. Tenemos más de 50 tipos, gustos que no encuentras en el supermercado. Sucede lo mismo con el té, con más de 240 sabores", justifica Jean-Claude Bronner, vicepresidente de Hediard. Para Bronner es mucho más sencillo regalar una caja de bombones que cuesta 30 euros, que una pulsera de 100: "Hay un gran desarrollo de la delicatessen como concepto de regalo. Si te gusta, siempre vuelves". En un mundo en el que al viajero, al consumidor, le resulta cada día más difícil llevarse o regalar un recuerdo original, al final la solución está en el estómago. Caviar de Irán-Irán, melocotón de Calanda-Calanda, jamón de Jabugo-Jabugo… Productos exclusivos que tienen gancho por su prestigio internacional, por su exclusivivdad, por su materia prima, por su producción artesanal, por su precio… Entre las delicatessen se encuentran aquellos pequeños placeres que lo más probable es que el terrícola acabe degustando muy pocas veces en su vida.

Imitar la excelencia. La brecha abierta por estos dos parisienses ha tenido su influencia en el resto del mundo. También, cada vez más, en ciudades pequeñas. Es frecuente encontrar exquisitas tiendas de comestibles en donde más que comida se vende amor.

Fruto de esa pasión por la gastronomía exclusiva, la barcelonesa María Vidal viajó en los años cincuenta a París para conocer Fauchon y Hediard, a Londres para tomarse el té en Fortnum & Mason o a Milán para deleitarse con Peck. "Quería hacer algo diferente, y decidí salir para descubrir cosas especiales, productos exquisitos". María Vidal es hoy la propietaria de Semon, ejemplo de delicatessen español. Mujer emprendedora, decidió convertir la tienda de su padre en una firma de referencia en la alta gastronomía.

"Francia tiene una ventaja, y es que allí tienen una mayor tradición; aquí queda mucho mercado por conquistar", advierte Vidal. Junto a Semon, con tiendas en Barcelona, Madrid y Marbella, otros nombres como Mallorca, Embassy y Lavinia son estandartes de una corriente que no se limita a las grandes capitales.

Comer bien se ha convertido en una afición que gana adeptos, quizá porque cada vez es más difícil. Las grandes superficies han bajado a la tierra algunos de estos productos. El Corte Inglés dispone de 52 clubs del gourmet con un surtido de 4.000 artículos. Carrefour ofrece productos selectos bajo la marca De Nuestra Tierra. "El mercado va a más porque hay más conocimiento y más poder adquisitivo, unido a una mayor inquietud gastronómica. Hoy día, todas las grandes superficies están asumiendo estos productos", explica Francisco López Canís, presidente del grupo Gourmets. Canís dirige el Salón Internacional del Club de Gourmets, una muestra que en sus 18 años ha pasado de 60 expositores a 1.000 y de 8.000 profesionales a más de 45.000.

La filosofía de Hediard de vender lo mejor de lo mejor, proceda de donde proceda, consigue nuevos adeptos y adictos. Julia Pérez, por ejemplo, y Mark Eblan. Los dos decidieron fundar en el año 2003 su propia empresa, Maxmeridia. Se dedican a vender en Estados Unidos productos españoles de calidad. Por ejemplo, vinagre reserva de jerez, flor de sal o azafrán de La Mancha. El aceite tampoco podía faltar, y poco a poco se va imponiendo frente al empuje del aceite italiano en Estados Unidos. "La misión de nuestra empresa es que Maxmeridia se asocie a lo mejor de España", explica Eblan.

Un verdadero sibarita busca los mejores productos, y los busca donde sea, aunque tenga que ir a dos tiendas para una sola merienda. "Para mí, las galletas, de Fauchon, y el té, de Hediard; un corazón partido por dos", sostiene el vendedor de un delicatessen del aeropuerto Charles de Gaulle de París. En su estantería, de un lado, Hediard; de otro, Fauchon. Igual que en la plaza de la Madeleine, monumento de sabores.

El 'tour' de los cinco sentidos

Degustar. Lhardy. Carrera de San Jerónimo, 8. Madrid. Teléfono 915 21 33 85. Un delicatessen no se hace de la noche a la mañana, una de sus características suele ser cierto gusto añejo y la sensación de estar en casa. Lhardy va camino de los dos siglos y reúne todo eso. El gusto de Lhardy nace desde sus mismas paredes de madera recia, donde se exponen los mejores fiambres. Un imprescindible es su consomé, que se sirve el propio cliente en tazas de porcelana. Como ocurre con todos los delicatessen, Lhardy no es solamente una tienda, es casi un club social.

Oler. Sánchez Romero Carvajal / Cinco Jotas. Carretera San Juan del Puerto, Jabugo (Huelva). Teléfono 959 12 11 94. Es el delicatessen del olfato. Un lugar envuelto en jamones entre paredes pintadas de rojo. También venden los productos de Osborne, que se han convertido, con su logotipo del toro, en patrimonio nacional. Pero el rey de la casa es el jamón, que se puede degustar en el mesón o llevar por piezas, envuelto con mucho arte por los empleados del lugar. Aquí es básico el olfato para elegir la pata correcta. Y el auténtico placer reside además en comprar un jamón de Jabugo en el mismo pueblo de Jabugo.

Oír-Escuchar. La Campana. Calle Sierpes, 1. Sevilla. Teléfono 954 22 35 70. La confitería más antigua de Sevilla y la mejor situada. Desde su chaflán se escucha todo lo que bulle a su alrededor, otra de las características de los delicatessen, que regalan al cliente el espíritu de la ciudad. Polvorones, merengues, cortadillos de cidra, trufas, lenguas de almendra, helados…, en La Campana todo es artesanal.

Ver. Pecados Originales. Pasaje Gutiérrez, 6. Valladolid. Teléfono 983 39 23 26. Un comercio especializado en vinos. Su bodega subterránea, con más de un millar de referencias de todo el mundo, es un regalo para la vista. Vigas de madera y ladrillo macizo original toman unos cien metros cuadrados de este edificio del siglo pasado. Ya con la vista se peca.

Tocar. Casa Azagra. San Juan de la Cadena, 4. Pamplona. Teléfono 948 27 03 65. Hay que meterse las manos en los bolsillos para resistirse a la tentación de introducirlas en los sacos de legumbres, especialmente de alubia roja, pinta y pocha. Entre los frutos secos destacan los orejones. Y ya entrados en materia, imposible no sucumbir a sus espárragos, piquillos de Lodosa, chistorras y chorizos de Mendigorría.

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Sobre la firma

Ana Pantaleoni
Redactora jefa de EL PAÍS en Barcelona y responsable de la edición en catalán del diario. Ha escrito sobre salud, gastronomía, moda y tecnología y trabajó durante una década en el suplemento tecnológico Ciberpaís. Licenciada en Humanidades, máster de EL PAÍS, PDD en la escuela de negocios Iese y profesora de periodismo en la Pompeu Fabra.

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