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Columna
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Los feministas

¿Dónde se celebra un Consejo de Ministros?, se pregunta ese ciudadano alérgico al telediario, por fortuna ya en extinción, y que sólo se informa a través de los diarios. ¿En el Museo del Prado, junto a ese perrillo desesperado enterrado en la arena que nos legó Goya?, ¿en la cuesta de San Vicente?, ¿a los pies del Viaducto que nos tapió hasta el cielo el anterior alcalde, José María Álvarez del Manzano, para evitar que, en un rapto de autoerotismo, nos estrellemos contra el pavimento de la calle de Segovia? ¿O se celebra quizá en el palacio de la Moncloa, la residencia del presidente del Gobierno, allá por esa autovía que ahora se llama A-6, en el tramo Madrid-Villalba, y que el conde-duque de Olivares, cuando les echaba las cartas a los amigos, ya llamaba el sendero del gallego Rajoy que conduce hasta los viñedos de Pontevedra?

El sábado, 5 de marzo, los medios nos informaron de que el Gobierno había aprobado, la víspera, en su Consejo de Ministros, 53 medidas decretadas para acabar con las discriminaciones de la mujer en tantos ámbitos públicos y privados y que el PP tacha de pura propaganda. ¡Ay, PP, PP!, ¿cómo te niegas a reconocer que el socialista Rodríguez Zapatero es el primer presidente de nuestra historia que ha nombrado - ¡por fin!- un Gobierno paritario? Por eso la vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, al finalizar el Consejo de Ministros llamó, con la mayor justicia, al presidente Rodríguez Zapatero feminista.

Se ha celebrado, el 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer y es el momento de hacer una pausa y pensar un poco en la divina noción gramatical de género. En el magnífico libro Mujeres en el mundo. Historia, reto y movimientos, de Mary Nash, ya en el primer capítulo, se nos da una lección magistral sobre los discursos de género en la construcción de la sociedad contemporánea que le robó a la mujer los derechos civiles y políticos y la confinó en el ámbito privado del hogar. Y aunque un editorial de EL PAÍS (6-3-2005) afirma -quizá con excesivo optimismo- que el discurso feminista se puede dar ya por prácticamente asimilado por la sociedad, es probable que, incluso en el terreno teórico, haya todavía alguna que otra confusión importante. Partamos de lo más elemental: la voz feminista puede ser sustantivo y adjetivo. Se compone de dos elementos: la voz latina fémina, que significa mujer, y de la terminación -ista, de origen griego, que designa a quien pertenece a un oficio, escuela, doctrina o partido. Esta terminación se usa tanto para el género masculino como el femenino. Decimos, pues, el cervantista y la cervantista. Y, antes de avanzar, una observación sobre fémina, una voz, como digo, latina, que significa mujer, y que, en consecuencia, es de una ranciedad absoluta para designar a la mujer en castellano. Decir o escribir las féminas en lugar de las mujeres apesta a latín ignorado. Quien sepa latín y castellano no lo dirá ni escribirá jamás, salvo con intención paródica. La voz fémina, con intención cómica, podría muy bien haber tenido su sitio en, por ejemplo, la genial carta fechada en "Habana, abril 22 de 1953" de Tres tristes tigres, del gran Cabrera Infante. Pero, fuera de un texto así o de aquellas fantásticas letras del programa televisivo La parodia nacional, es un delito lingüístico utilizar la voz fémina como sinónimo de mujer.

Datos de casi todas las esferas públicas y privadas revelan el largo camino feminista que queda por recorrer en la práctica. Pero ¿se han implicado los varones lo suficiente en este cometido? Evidentemente, no. Basta con ver que, en castellano, a la hora de mencionar a las personas que ejercen el feminismo, decimos las feministas -en femenino que, al menos, hasta ahora sólo engloba a las mujeres y no a los hombres- y no decimos los feministas que, además, de englobar a los hombres engloba también a las mujeres. Si decimos, por ejemplo, los quevedistas, pensamos que los estudiosos de Quevedo pueden ser tanto mujeres como hombres. ¿Dónde se dice los feministas? Por ejemplo, en la excelente Antología del feminismo, de Amalia Martín-Gamero: "Intencionadamente no se ha hecho un capítulo aparte con los feministas españoles (y conviene señalar, llegado este punto que, de no especificarse, el empleo del masculino incluye a personas de uno y otro sexo". Usemos, pues, este marbete de los feministas para avanzar también en el terreno del discurso feminista.

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