Memoria que perdura
Díaz-Mas ya ha demostrado su brillantez en las distancias cortas tanto en los cuentos de Nuestro milenio como en las novelas El rapto del Santo Grial, compuesta por capítulos que funcionan de manera relativamente autónoma, y El sueño de Venecia, reunión de cuatro narraciones y una glosa. En este nuevo libro, se trata de ofrecer en viñetas independientes fragmentos de la infancia y primera juventud de la autora rescatados del olvido por una memoria esforzada y dispuestos en un orden más o menos cronológico. ¿Qué propósito guía a la autora? Principalmente, buscar respuesta a la pregunta sobre el origen de la vocación literaria. Díaz-Mas recupera para el lector una escena y muchas veces añade comentarios que evalúan la cualidad artística que tuvo su origen en el suceso evocado. Nos asegura que hay una relación directa entre lo por ella narrado y su consecuencia, la obra literaria, pero deberíamos preguntarnos por qué entonces las compañeras de colegio, que aceptando lo escrito en el libro vivieron la misma experiencia, no siguieron su mismo camino creativo. Es precisamente la vocación literaria de la autora la que permite contar con ese estilo exquisito y singular con que figuran en el libro las escenas de su infancia. No es un viaje del pasado al presente sino al contrario, del presente al pasado. Sobre la cuestión de cómo surge la vocación literaria ella misma ofrece una respuesta en el magnífico capítulo dedicado a interpretar la parábola bíblica del sembrador, "uno nunca sabe qué semilla está cayendo en tierra buena". Es decir, que se trata de las inciertas circunstancias de la vida misma.
COMO UN LIBRO CERRADO
Paloma Díaz-Mas
Anagrama. Barcelona, 2005
218 páginas. 15 euros
El esfuerzo consciente por buscar señales que confirmen la continuidad entre la infancia y la madurez no cesa. Así, un juego infantil que consistía en imaginarse un colegio diminuto incluido todo él dentro del colegio grande, el real (un capítulo admirablemente poético y borgiano) sirve a la autora para decir que así aprendió a diferenciar la realidad de la ficción, el sacramento de la confesión que practicaba de niña le sirvió para concretar la forma que debía tener su novela La tierra fértil, de la visita que hizo, sola, a los doce años, a la ciudad de Ávila surgió su aprecio por la Edad Media y las letanías del rosario le sirvieron para comprender la repetición y la variación en la poesía. Cada episodio tiene una gracia especial y el conjunto muestra la formación de una personalidad.
Evidentemente, ya se habrá
comprendido que uno de los temas más sobresalientes es el de la educación y, por suerte, las afirmaciones de la escritora destacan por ser políticamente incorrectas. No se corta un pelo para declarar la buena educación que recibió en el colegio de primera enseñanza (creo que de monjas), en el Instituto Lope de Vega de Madrid e, incluso, en la Universidad, todo ello en la España de los años sesenta, es decir, en esa España que, como dice ella, era un país "muy raro durante largos años" pero que "estaba a punto de dejar de ser tan raro". Todo ello no le impide criticar también el franquismo y la represión estudiantil. Como debe ser. Encontraremos como contraste una sangrante anécdota sucedida ya en tiempos de la Logse en un instituto entre una profesora de literatura y un inspector. Pueden verla en las páginas 95 y 96 y se quedarán sin habla.
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