Atormentado por las dudas
Strindberg, es uno de los más grandes dramaturgos del teatro moderno, quizá el primero en hacer un teatro verdaderamente moderno; se aplicó también a otros géneros literarios, pero lo que lo convierte en un clásico es su obra teatral. Incurrió tres veces en la novela, la tercera de las cuales es esta que comentamos. Además publicó narraciones cortas, libros autobiográficos y poemas. A orillas del mar libre está escrita en 1890, un año antes del divorcio de su primera mujer, Siri von Essen, que le costó la pérdida de la custodia de sus cuatro hijos. La tormentosa relación con ella no fue sino el principio de los muchos desastres de su atormentada vida y si se trae a colación aquí es debido a la influencia que sin duda tuvo en la concepción de esta novela.
A ORILLAS DEL MAR LIBRE
August Strindberg
El Cobre. Barcelona, 2005
238 páginas. 18 euros
El planteamiento de la narración es muy tradicional. Comienza con una acción peligrosa; un inspector de la Corona, Borg, navega con mala mar hacia la principal de las islas de Oestekaer, cuyos bancos de pesca son los más ricos del archipiélago de Sudermania, pero se encuentran en franca regresión. La labor de Borg es descubrir las causas y poner el remedio. El accidentado viaje y la instalación en el pueblo ocupan los primeros capítulos. Acto seguido asistimos a un salto atrás donde se nos relata el origen del inspector y su familia, su vida, sus circunstancias, su formación y la razón que le empuja a aceptar ese trabajo.Después entramos en la descripción del escenario: espacios, flora, fauna, características geográficas. Y a partir de ahí, se establecen los primeros términos del conflicto: ilustración contra barbarie. Los habitantes del pueblo son gente arrumbada hasta allí por la vida moderna; son paganos, pero llenos de supersticiones; son cerriles y se niegan a cualquier tipo de mejora que suponga una modificación de sus costumbres.
Borg es un científico y un
convencido del progreso cuya autoridad es contestada enseguida. En vano trata de convencer a los pescadores de que hagan un uso racional de la pesca, en vano trata de advertirles de que diezman el objeto de su trabajo y de que así sólo legarán pobreza a sus hijos; Borg es un emisario del Estado en un grupo humano de mentalidad tribal. Pero Borg, en una escapada por las islas al objeto de refrescarse y escapar a la opresión de ese mundo cerrado y hostil, encuentra a una bella muchacha y a su madre que han venido a pasar la temporada de verano. Borg se enamora de la muchacha, María, o, mejor dicho, se obsesiona con su relación. Y aquí empieza la segunda mitad del drama: al enfrentamiento ilustración-barbarie de orden social general se une el personal de la atracción hombre-mujer. Borg considera que la mujer es un ser intermedio entre el hombre y el niño y no la concibe más que como sometida, sólo así entiende el matrimonio que, por otra parte, le asusta por lo que tiene de compromiso de vida. Además, ella es una joven convencional y Borg es un intelectual que se debate entre la frialdad de sus convicciones y la pasión de sus sensaciones: desea una mujer inferiorizada, pero, al mismo tiempo, detesta su incultura. Es un curioso y característico ejemplar de hombre de ideas avanzadas, pero retrógrado en cuanto al papel de la mujer en la pareja y en el hogar. Esa contradicción le desgarra sin que sea plenamente consciente de la causa. Y más tarde, la aparición de un antiguo compañero de estudios humillado por Borg y de un joven ayudante que coquetea con María irán complicando y retorciendo los sentimientos y los pensamientos del inspector dentro un clima social y personal cada vez más violento y obsesivo.
Strindberg era un hombre atormentado por sus dudas, sus contradicciones, su capacidad visionaria y su incapacidad de acoplamiento, que odiaba a las mujeres, al poder, a la religión. Odio, resentimiento e insatisfacción a partes iguales que lo convierten en un misántropo. En ese aspecto es muy semejante a su Borg y su relación con las mujeres, muy semejante a la que éste tiene con María. Cuando Borg se queda solo y se entrega a su propia demencia no está lejos de las crisis de angustia del autor. La novela está escrita en un tono fuerte, camino del expresionismo, con una prosa dura y cortante como los paisajes nórdicos, pero llena de belleza y sensualidad a través de la sensibilidad del inspector Borg. Porque Borg es un personaje contradictorio que ejerce una gran violencia sobre sí mismo, pero tanto su sensibilidad como la intención de ayudar a la mejora de las condiciones de trabajo de los pescadores son positivas, sólo que chocan con el medio, pero no lo hacen malo; la decepción procede de la incapacidad de contacto, de la incapacidad de descender y colocarse en el lugar del otro y, también, de la necesidad que siente de ser reconocido en la medida que se siente superior y protector. Todo ello es lo que forma la maraña de incomprensión que finalmente lo vence. Cuando descubre a la muchacha lo hace en un contexto de libertad personal y física y en un escenario de ensueño: será el trato el que deteriore la relación por su incapacidad y su propensión a imponer el orden superior del saber que está convencido de representar. En realidad, cuando se enamora, no se deja vencer por la mujer sino por su deseo de poseerla vitalmente y en esta diferencia está la clave de su dificultad de amar. El relato de esa lucha entre convicción y realidad es el meollo de este libro aristado y bronco, salvaje y vital. La verdad es que se trata de una novela que contiene obsesiones del autor puestas en la persona de Borg aunque no alcanza el grado de autobiografía de El hijo de la sierva o Inferno. Tampoco es una de las obras grandes de Strindberg, en mi opinión, pero tiene toda la fuerza expresiva y las características de su autor, sin duda alguna.
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