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Reportaje:CINE DE ORO

'Una noche en la ópera'

EL PAÍS ofrece mañana, por 8,95 euros, una genial comedia de los Hermanos Marx

David Trueba

Hoy no existe un Groucho Marx. ¿No sería este dato suficiente para desnudar la decadencia de Occidente? ¿Qué clase de gente fabrica nuestro tiempo? Será que en la época de los hijos únicos y el control de natalidad ya no es posible que alguien engendre unos hermanos Marx? Hoy los humoristas son stand up, nos recitan el monólogo de pie. Se diferencian de los políticos en que no les ponen afiliados detrás que asienten todo el rato, sino risas enlatadas. Groucho no. Groucho saltaba a los brazos de una mujer. Agachaba la corva, arrastraba los bajos del chaqué y perseguía abiertamente el dinero fácil, el sexo fácil y la risa fácil. Qué fácil. A menudo ciertos idiotas desacreditan a tal actor con el siguiente argumento: "Siempre hace de sí mismo". Cuando alguien cree que un actor está haciendo de sí mismo es que ha alcanzado la maestría absoluta. Lo demás no es interpretación, es exhibicionismo. Para premiar esta última disciplina se inventaron los premios de interpretación. Que yo sepa, Groucho jamás recibió ninguno. ¿Existe mayor descrédito para los premios?

Una noche en la ópera es quizá la película mejor acabada de los Hermanos Marx. Fue su primera colaboración con el productor Irving Thalberg, el mítico niño prodigio de la Metro que los fichó y los convenció para rodar una "película de verdad". Eso significaba que tratara de algo, que tuviera un presupuesto digno, que se siguiera una trama coherente. Por un lado se limaba la anarquía habitual, por otro se disminuía su carga vitriólica, ese humor molesto, nada amable, que practicaban. Aquí ya no aparece Groucho como gerente de hotel que convence a sus empleados de que la felicidad está en no cobrar, como en The Coconuts, ni es el director de College desmadrado de Plumas de caballo ni, mucho menos, el jefe de Estado erotómano y anarquista de Sopa de ganso. Aquí es un cínico relaciones públicas que trata de introducir en sociedad a la millonaria Margaret Dumont y termina dirigiendo la compañía de ópera de Nueva York. El hombre que le dice: "Pondré toda la ciudad a sus pies, y aún sobrará sitio".

Cada vez más, uno se da cuenta de que las películas se miden por su capacidad para fabricar instantes perdurables. Ahí es donde trascienden su propia función y terminan por inundar la vida. En ese territorio mítico, en ese perpetuarse en la existencia cotidiana, Una noche en la ópera contiene dos pilares fundamentales de la historia de la comedia. El primero es la negociación entre Chico, autoconvertido en agente de un prometedor tenor bastante cursi, y Groucho, en su deliciosa función de empresario esmerado por aumentar su propia comisión. Ese diálogo, tan actual que casi da vértigo, contiene un mundo de sugerencias bajo el trabalenguas ya eterno de "la parte contratante de la primera parte...".

La otra escena ha pasado a ser un frase hecha: "El camarote de los Hermanos Marx". En ese lugar donde Groucho planea su íntima cita amorosa y acaba por convertirse en el rincón más poblado del planeta, se contienen algunas de las esencias de ése "más difícil todavía" que convierte a una buena comedia en mejor. Para acabar, ya abarrotado el camarote de polizones, fontaneros, camareros, masajista, aparece una manicura que pregunta a Groucho: "¿Cómo desea las uñas, cortas o largas?", y él responde: "Cortas, cada vez queda menos sitio por aquí".

Como en otras películas de los Hermanos Marx, sus guionistas fueron muchísimo más importantes que sus directores. Groucho fue un gran escritor y supo respetar a aquellos que dominaban el oficio. Su correspondencia y sus ensayos tienen un lugar de honor en ese canon tan despreciado de lo que hace reír. Harpo fue un habitual en la mesa del salón rosa del hotel Algonquin, donde se daba cita lo más inteligente de la escritura neoyorquina de los años veinte: Dorothy Parker, Robert Benchley, Ring Lardner, S. J. Perelman. En Una noche en la ópera, Morrie Ryskind y George S. Kaufman fueron los que escribieron el asunto. A ellos se sumó Al Boasberg, que era un vendedor de gags al peso, al que Bob Hope, Jack Benny o George Burns tenían contratado a la semana sólo para que les surtiera de chistes. Después de escrita la pieza, los Hermanos Marx salían de gira por teatros y allá iban remozando las escenas, añadiendo detalles a lo que funcionaba o suprimiendo lo menos eficaz. A la filmación de la película llegaban tan ensayados que Groucho podía aprovechar las pausas para perseguir coristas y Chico para jugarse el sueldo a los dados.

Era el viejo sistema, pero también era la vieja sociedad. Ésa que se metía en salas repletas a compartir la risa con el desconocido de al lado. Corría el año 1935, y frente a la crisis que alimentaba los fascismos más lamentables, sólo se inventó una medicina sana: el entretenimiento. Es posible que la comedia ya nunca pueda ser la misma en la era del cine por ordenador o la pantalla casera. Nadie lo sabe. Si el sexo se ha transformado en onanismo, no es raro que la risa se convierta en un placer solitario. Pero los Hermanos Marx siguen teniendo una eficacia absoluta en la intimidad. Al Woody Allen de Hannah y sus hermanas le salvaban la vida, cuando en la depresión más absoluta encontraba las ganas de vivir en un número de Groucho. Es seguro que habrá cosas en este mundo que le harán más sabio, más exquisito y más buena persona que esta película. Pero de vez en cuando conviene ser un poquito egoísta y no pensar en nadie más que uno mismo, hacerle un corte de mangas a las desgracias y echarnos a reír. Está muy mal visto, sí. Es despreciable incluso. Amoral. Blasfemo. Pero qué risa.

La famosa escena del camarote de <i>Una noche en la ópera. <i>
La famosa escena del camarote de Una noche en la ópera.

El camarote que pasó a la historia

Una noche en la ópera es de 1935. Sus principales intérpretes fueron: Groucho, Chico y Harpo Marx; Kitty Carlisle; Allan Jones; Walter King; Sig Ruman, y Margaret Dumont.

Producción: Irving Thalberg. Dirección: Sam Wood. Guión: George S. Kaufman, Morrie Ryskind y Al Boasberg, basada en la historia de James Kevin McGuinness. Fotografía: Merritt B. Gerstad. Montaje: William Levanway. Dirección artística: Cedric Gibbons, Ben Carré y Edwin B. Willis.

Los Hermanos Marx comenzaron en el cine con Paramount en 1929, año en que rodaron Coconuts. En 1933 filmaron Sopa de ganso, que puso fin a la colaboración con el estudio. En 1935 iniciaron su relación con MGM, con quienes realizaron un total de cinco largometrajes. Una noche en la ópera, con la inolvidable secuencia del camarote, fue la primera de ellas.

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