¿Qué nos dice el 11-M sobre Al Qaeda?
Un año después del 11 de marzo, lo que sabemos sobre la masacre nos permite entender algo mejor la configuración que en la actualidad adopta el terrorismo internacional y su estrategia. El análisis de los actores y procesos que culminaron en la serie concatenada de explosiones ocurridas aquel infame día en Madrid proporciona una imagen más que aproximada del violento entramado islamista cuyo núcleo fundacional y estructura de referencia es Al Qaeda. Ahora bien, el alcance y las dimensiones del fenómeno van mucho más allá de los contornos propios de esta estructura terrorista constituida a finales de los años ochenta en Afganistán y consolidada durante la primera mitad de los noventa en Sudán. Así, la compleja urdimbre del terrorismo internacional denota en nuestros días tres componentes básicos, de composición y escenario de actividad diferentes, incardinados en pos de un objetivo último compartido. Éste consiste, según los ideólogos de esa violencia yihadista, en la instauración de un califato acomodado al riguroso concepto neosalafista del credo musulmán.
El primero de esos componentes no es otro que la propia Al Qaeda. Una vez perdido el santuario del que disfrutó en connivencia con el régimen de los talibán, como resultado de la intervención militar estadounidense desarrollada tras los atentados del 11 de septiembre, se fragmentó, descentralizó e incluso entró en decadencia operativa. Sin embargo, es posible que conserve un grado de coordinación en el mando y la planificación, al igual que una disponibilidad de fondos, mayores de lo que a menudo se supone. El segundo componente del terrorismo internacional lo constituyen las diversas organizaciones armadas islamistas de ámbito nacional o regional asociadas con Al Qaeda. Algunas están formalmente afiliadas desde febrero de 1998 y otras se adhirieron con posterioridad, al ser de más reciente creación. Estas entidades son, de cualquier manera, las que llevan a cabo gran parte de los incidentes que anualmente se atribuyen al terrorismo internacional, pues los cuadros de Al Qaeda solían reservarse la preparación y ejecución de unos pocos atentados particularmente espectaculares.
Numerosos grupúsculos o células locales autoconstituidas y relativamente autónomas en su funcionamiento pero que tienden a relacionarse entre sí a través de las fronteras dentro de un espacio geográfico contiguo forman, en conjunto, el tercero de los componentes observados en la actual red del terrorismo internacional. Estos colectivos de dimensiones reducidas se conducen en sus actividades de acuerdo con la línea marcada por los doctrinarios de la yihad neosalafista a través de Internet o los medios de comunicación. Es así como el terrorismo internacional se ha convertido en un fenómeno crecientemente complejo y difuso, más impredecible y hasta peligroso si cabe. En buena medida, asentado sobre un nutrido elenco de entidades con variable grado de articulación interna, alineadas con una vanguardia común cuya pérdida de consistencia apenas parece haber afectado a su relevancia simbólica. Es tan inexacto reducir el fenómeno del terrorismo globalizado a Al Qaeda como afirmar que esta última se ha transformado de organización en movimiento. En realidad, desde su mismo inicio fue creada como base para desarrollar un extendido sector multiorganizativo de yihadismo neosalafista en distintos países del mundo árabe e islámico. Cosa distinta es que se vea progresivamente subsumida por los resultados de su dinámica.
Pues bien, en el caso del 11 de marzo existen, en mi opinión, suficientes datos e indicios como para argumentar con fundamento que los autores de la matanza y el modo en que llevaron a cabo sus planes reflejan aquella configuración tripartita del terrorismo internacional panislamista. Muchos de los supuestamente implicados son individuos de origen magrebí socializados en el neosalafismo yihadista dentro de círculos locales amalgamados por ligámenes de amistad, vecindad o parentesco. Hubo también, según parece, terroristas pertenecientes a organizaciones explícitamente vinculadas con Al Qaeda, como el Grupo Islámico Combatiente Marroquí. Finalmente, las relaciones entre ciertos sospechosos de haber intervenido en la matanza del año pasado y otros imputados con anterioridad por su presunta integración en la primera célula de Al Qaeda constituida en España, algunos de ellos relacionados con el núcleo central de dicha estructura terrorista, sugieren la eventual existencia de conexiones con el entorno decisorio de la entidad que lidera Osama Bin Laden.
Pero el 11 de marzo alude también a la estrategia dual diseñada por los dirigentes de Al Qaeda, en especial por Ayman al Zawahiri, una vez que el concepto neosalafista de yihad fue reelaborado hace aproximadamente una década en un sentido defensivo a la vez que ofensivo. Consiste básicamente en practicar esa violencia que sus autores entienden a modo de guerra santa tanto contra el llamado enemigo cercano como contra el enemigo lejano. Es decir, por una parte contra los gobernantes calificados de incrédulos y tiranos debido a que rigen países de abrumadora mayoría musulmana sin atenerse a una lectura fundamentalista de los preceptos coránicos. Por otra, contra las sociedades occidentales que los neosalafistas belicosos tienen por propias de infieles, más concretamente de judíos y cruzados. Sus intereses y sus poblaciones son blanco designado para esa violencia yihadista, dentro o fuera del mundo musulmán. En este último supuesto recurriendo a atentados altamente letales e indiscriminados, como en el caso del 11 de marzo. Algo que, pese a su escasa probabilidad pero creciente posibilidad, obliga a pensar en la predisposición del terrorismo internacional al uso de elementos químicos, bacteriológicos, radiológicos o nucleares.
Además, lo ocurrido en los trenes de la muerte nos dicemucho sobre la llamativa habilidad que tienen quienes instigan y ejecutan el terrorismo internacional para aprovecharse de nuestras vulnerabilidades objetivas y quizá también de las situacionales. De las fallas en los sistemas de defensa y seguridad que les permite detectar blancos propicios, al igual que de las coyunturas sociopolíticas acaso percibidas como favorables para explotar en beneficio propio los efectos de un gran atentado. Los sucesos de hace ahora un año nos recuerdan también que, en lo referido al terrorismo internacional, la mayor amenaza para el conjunto de las sociedades europeas es principal aunque no exclusivamente de origen norteafricano, implicando procesos de radicalización que a veces acontecen en los países de procedencia y otras veces en el seno de comunidades inmigrantes. Asimismo, que se trata de un fenómeno inusualmente ligado tanto al crimen organizado como a la delincuencia común y que está lejos de remitir. Antes del 11 de marzo se había intentado sin éxito algo semejante en otros países de nuestro entorno inmediato y nada invita a pensar que las tentativas hayan finalizado, cualesquiera que sean los pretextos eventualmente utilizados. En otras palabras, el terrorismo internacional derivado de la yihad neosalafista global continúa siendo un grave problema para España y el resto de la Unión Europea.
Fernando Reinares, catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos e investigador principal de terrorismo internacional en el Real Instituto Elcano, es actualmente asesor para asuntos de política antiterrorista del Ministro del Interior.
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