Carmen Miranda
Estaban de acuerdo el otro día la derecha y la izquierda en el Ayuntamiento de Almería, populares e independientes y socialistas, en aprobar una moción del PSOE, a propósito de los derechos de las mujeres, que incluía una solicitud a los Gobiernos para que favorezcan la igualdad real entre mujeres y hombres. Casi se pusieron de acuerdo la derecha y la izquierda, hasta que chocaron en un punto: la derecha no quiere listas electorales igualitarias, equitativamente repartidas por ley entre mujeres y hombres. A los populares no les gusta esto, y tampoco a los independientes. La concejala de Igualdad de Almería, la popular Rosario Soto, dice, y tiene razón, que las personas han de ocupar sus cargos por capacidad. Dice también que, en esto de las listas igualitarias, se toma a las mujeres por floreros.
Rosario Soto parece deducir que no hay suficientes mujeres con la necesaria capacidad para igualar el número de hombres en una posible lista electoral, y ni se le ocurrió pensar que los tomados por floreros pudieran ser los hombres de la lista. Y, sin embargo, existe una sólida tradición, desarrollada a lo largo de más de veintisiete años democráticos, de políticos-florero, a todos los niveles, desde las Cortes a los Ayuntamientos. Son floreros que aparecen, aplauden, pitan, votan y callan allí donde los quiera poner su partido, no vaya a ser que, si se mueven por su cuenta, el viento los deje sin flores.
Pero Soto, concejala de Igualdad, piensa que en una lista de, por ejemplo, veinte o treinta candidatos, todo el peligro de ser floreros recaería en las mujeres. Y es normal que piense automáticamente así. Es la tradición otra vez. Y ahora es una tradición mucho más fuerte, riquísima, antiquísima: la costumbre de considerar a la mujer exactamente un florero, o menos que un florero, una flor, adorno de una casa, una reunión, un hombre. Es la vieja idea de la mujer encerrada en el hogar o en un escenario: entre la quietud y la serenidad de un florero de comedor, y la exuberancia de una auténtica mujer florero como la portuguesa Carmen Miranda, llamada en Hollywood y Nueva York la Bomba Brasileña, de bailes exagerados y sombreros exageradísimos, frondosos de flores y frutas, floreros auténticos, una imagen de los años cuarenta y cincuenta.
El vigor de la misoginia es tanto, que la concejala de Igualdad de Almería no piensa en posibles hombres-florero, sino sólo en mujeres-florero. Pero el patriarcado económico y político, profundamente enraizado en nuestra cultura, podría ser vencido un poco más con listas igualitarias. Manejamos una doble conciencia porque inevitablemente vivimos entre el ayer y el hoy: las mujeres se equiparan con los hombres en derechos civiles, fuera de sus casas, por decirlo así, y se someten al conservadurismo de la vida privada, hombre y niños y abuelos y cocina y plancha. No irán las cosas peor con listas igualitarias, y seguirá habiendo políticos-florero. Y luego habría que dar un paso más: listas igualitarias por tramos de ingresos económicos, respetando el porcentaje de individuos de cada tramo, y siendo paritario cada tramo entre hombres y mujeres, por supuesto.
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