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Columna
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Muebles

"A veces un puro es solamente un puro", le gustaba decir a Alfred Hichtcock cuando algún periodista se empeñaba en buscarle los tres pies al gato encerrado en alguna de sus películas. Lo mismo nos sucede, en la prosa diaria del paisaje doméstico, con el sufrido mobiliario: sillas, mesas, cómodas, lámparas o butacas son simplemente sillas, mesas, cómodas, lámparas o butacas, nada más, sólo muebles mejores o peores. Como mucho, algún poeta inspirado podría dedicarles un soneto o una oda elemental. El gran Jorge Guillén le dedicó a un sillón algunos de los versos más célebres de Cántico: un beato sillón desde el que el poeta corroboraba que, de vez en cuando (cuando se retrepaba entre sus dos orejas) el mundo parecía estar bien hecho.

Pero hete aquí que nuestro lehendakari, que de momento no se ha arrancado como bertsolari (aunque todo es posible en Euskadi), es capaz de observar en una silla algo más que una simple y llana silla. En la inauguración de Ikea, la multinacional sueca del mueble en Barakaldo, fue capaz de escuchar el lenguaje secreto de las sillas, las voces ancestrales de la tribu salidas de la entraña de madera de una silla modelo Mammut.

Era ya tiempo, dijo el lehendakari, de que la empresa de muebles más grande del mundo estuviera "ubicada también en uno de los pueblos más antiguos: el vasco. Bienvenidos a este pueblo que os recibe con las manos abiertas".

El jefe de la tribu les anunció a los suecos que desde que sus muebles se venden en la margen izquierda del Nervión pueden considerarse vascos. Y las sillas Mammut, que hablan en sueco (y un poco en castellano) acabarán hablando nuestra lengua, el idioma más antiguo de Europa, "el que van a utilizar aquí", afirmó el lehendakari, "y podrán usar en el mundo".

Antes de que las piedras hablen, el jefe de la tribu ha oído susurrar su mensaje primordial a las sillas de Ikea. Es la revelación de la silla Mammut. Uno escuchaba las palabras del jefe con la cara de arenque y el corazón en vilo. Lo normal es cortar la cinta preceptiva de una inauguración y hablar de economía, hablar de sillas, cómodas y camas plegables, pero no de pueblos milenarios que se encuentran en una encrucijada del camino de la Historia.

"Las alianzas que se cierran con el pueblo vasco son para toda la vida. Vamos a caminar y compartir nuestro futuro juntos", vaticinaba nuestro jefe tribal. Habría que recurrir a los primeros Nodos para escuchar discursos semejantes de labios de un político. Ya sabemos que todo es retórica, pero lo malo es que uno se malicia que el pensamiento de nuestro lehendakari es tan retórico como su discurso. El pueblo vasco es para él tan real y tan tangible como un aparador o una silla de Ikea. Por eso nunca deja de hablar en su nombre, en el nuestro, en el de todos.

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Siempre el pueblo sagrado en la boca. Dios mío, hasta los muebles comulgan en Euskadi.

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