Sepulcro

Una de las propuestas que maneja el Consell Valencià de Cultura es que los restos de Vicente Blasco Ibáñez, que yace en un nicho del antiguo Cementerio Civil de Valencia, sean trasladados al sarcófago que para él labró el escultor Mariano Benlliure. Este exuberante sepulcro se encuentra en el Museo del Siglo XIX, que es donde debe estar y adonde ha ido a parar años después de que las autoridades franquistas desecharan el proyecto republicano de construir un mausoleo napoleónico para venerar al novelista. Y el Museo del Siglo XIX, que podría ser el destino final de los despojos del autor de La araña negra, tiene su sede en el edificio del antiguo Convento del Carmen, y quizá nada resultara tan apropiado para este fogoso anticlerical que acabar sepultado en un convento. No sólo se cerraría un círculo: también se cuadraría. El radical Blasco Ibáñez ha sido tan asimilado por el sistema que hoy incluso el arzobispo de Valencia podría culminar esta operación con una salpicadura de hisopo, y hasta disputarle al museo el cadáver de quien fuera el principal instigador de los sabotajes a la procesión del Rosario de la Aurora para llevárselo a la catedral y habilitarle una capilla. Qué se podía esperar de un pueblo que ha transformado el dragón del yelmo de Jaume I en un murciélago, que ha trocado el lazareto (llatzeret) del puerto en el bíblico Natzaret o en el que sus nacionalistas laicos se han convertido en los representantes en la tierra de los papas Borja. Más allá de esta cadena de contrasentidos, y sin desmerecer el fondo de la propuesta del Consell Valencià de Cultura, cuyo propósito no es otro que realzar la figura del novelista, si se llegara a sustanciar este traslado para llenar el sarcófago de Benlliure, se estaría vaciando otro símbolo como el Cementerio Civil de Valencia, que fue una conquista del laicismo y el pensamiento libre frente a aquella ciudad gobernada por sotanas, confesionarios y procesiones, y que tanto se parece todavía a ésta. El Cementerio Civil, con Félix Azzati, Alfredo Calderón, Payá Sanchis o Amparo Meliá, la viuda de Pablo Iglesias, por citar algunos de los que allí están enterrados, constituye un monumento mucho más apropiado para Blasco Ibáñez que el pudridero de Benlliure.
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