Entre esperanza y desolación
Publicada originalmente en Buenos Aires en 1984, apenas un año después del regreso de la democracia a Argentina, La casa y el viento fue uno de los primeros libros de ficción -y, durante años, uno de los pocos- que hacía abierta referencia a los años terribles de la dictadura. La primera frase da la clave: "Desde que me negué a dormir entre violentos y asesinos los años pasan". Sin embargo, toda truculencia queda desterrada de esta prosa. Tizón forma parte de esa estirpe de escritores americanos -opuesta a toda barroquizante cornucopia verbal- que desconfía de la elocuencia y cristaliza su estilo a semejanza del paisaje y de su gente: "En este país impasible y duro las palabras -recalcitrante y vana tendencia del corazón- son un peligro mayor que el propio vacío", dice. Eso que aquí se llama "país" no es más que una parte de la provincia de Jujuy, la Puna, en el norte argentino, cerca de la frontera con Bolivia. Y, en efecto, cruzar la frontera, escapar al exilio, es el objetivo único -pero siempre demorado- del narrador de la novela. Demora que se deriva en su lentísimo recorrido por los pueblos del lugar, como quien se mueve sin ganas de moverse, como quien ya no desea ir a ninguna parte.
LA CASA Y EL VIENTO
Héctor Tizón
Alfaguara. Madrid, 2004
175 páginas. 12 euros
Don Plácido, uno de los personajes que se encuentra en ese rodeo, le dice, en efecto: "Por aquí no se va a ninguna parte". ¿No es casi lo mismo que el carretero Gerstäcker le espeta al desasosegado y sin embargo infatigable K., que busca el camino hacia el castillo? Como en Kafka, en Tizón no se trata de alegoría, sino más bien de lo contrario: de una descripción tan minuciosa y extraordinariamente cercana del miedo, de la angustia y de la persecución que por momentos parece inverosímil o demasiado cifrada.
Hay un pasaje del relato en que el protagonista, refugiado en una escuela rural, ve llegar a la Gendarmería y se esconde detrás de unos muebles apilados: "En este momento me doy cuenta de mi propia estupidez: esconderme otra vez sin motivo; pero ya está hecho. Si me descubrieran no sabría explicarlo". La banalidad de la culpa, el carácter casi imperceptible y sin embargo letal de la acusación: en La casa y el viento el aire irrespirable del tribunal de El proceso se ha hecho histórico y asfixia a un país entero.
¿Pero qué es exactamente La casa y el viento? Parece una novela, acaso una nouvelle, aunque cada uno de sus cinco capítulos puede leerse como un cuento aparte, y de hecho hay visibles variaciones de estilo a lo largo del libro. En el primer apartado -quizás el mejor- la frase es tensa, seca, restallante: muestra a la vez lo que dice y lo que calla, como ese paisaje mineral del norte argentino donde algún desesperado busca todavía una veta de oro. Después el periodo se afloja un poco, y por momentos parece que se superpone con los cuadernos que el narrador escribe de noche (y que podría ser el diario del propio autor): "En tiempos en que yo, apartando los gruesos libros de jurisprudencia que habían sido durante buena parte de mi vida el nexo con la historia...". Estas oscilaciones no parecen descuidos: Tizón trabaja una zona de ambigüedad donde las máscaras se transparentan o caen, en el que la única manera de salvarse es convertirse en otro: de algún modo, enajenarse en el exilio.
Cruzar la frontera: un tema clásico de la literatura argentina; desde su origen y, sobre todo, desde que el gaucho Martín Fierro -en la epopeya de José Hernández (de 1872)- prefirió irse a vivir con los indios a seguir tolerando la ley arbitraria y corrupta de la civilización. Como Fierro, el narrador ha perdido -le han arrebatado- su familia y sabe que ya no habrá reparación posible. Salvo, quizá, la promesa de un reencuentro con el paisaje de origen, con ese desierto misérrimo del que brota al tiempo la desolación y la esperanza. Éste es uno de los libros más originales y precisos de la literatura argentina de los últimos veinticinco años y esta nueva edición demuestra su persistente vigencia.
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