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El presidente Bush se vuelve blando

Joseph S. Nye

El primer mandato de la presidencia de George W. Bush estuvo marcado por el unilateralismo y el poderío militar. Estados Unidos era la única superpotencia del mundo, de forma que los demás tenían que seguirle. El resultado fue un drástico descenso del poder "blando" o atractivo. El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, dijo que no sabía qué era el poder blando. Ahora vuelve a estar de moda en Washington. El segundo discurso inaugural de Bush estuvo dedicado al poder de la libertad y la democracia. Esta retórica no es nueva para los presidentes estadounidenses. Harry Truman habló de defender a las personas libres en todas partes, y Woodrow Wilson habló de fomentar la democracia. Los neoconservadores de la primera Administración de Bush pertenecían a aquella tradición, pero pasaban por alto el hecho de que tanto Wilson como Truman fueron también creadores de instituciones que consultaban a otros países. Al olvidar esta mitad del planteamiento de Wilson, pisoteaban su propio mensaje, reduciendo su eficacia.

Al comienzo de la segunda Administración de Bush, el tono es diferente. Como dijo recientemente en París la secretaria de Estado, Condoleezza Rice: "Utilizo la palabra 'poder' en sentido amplio, porque más importante aún que el poder militar y, desde luego, que el económico es el poder de las ideas, el poder de la compasión y el poder de la esperanza". Bush no solamente eligió visitar Bruselas, la capital de la Unión Europea, en su viaje de febrero por Europa, sino que afirmó que lo que "nosotros pretendemos conseguir en el mundo exige que Estados Unidos y Europa sigan siendo estrechos colaboradores". ¡Incluso Rumsfeld intenta mostrarse conciliatorio! ¿Tendrá éxito la nueva estrategia de Bush? En un reciente viaje a Europa yo encontré tanto aprobación como escepticismo. Muchos acogían con agrado el nuevo tono, pero se preguntaban si no sería simple cinismo edulcorado. Las palabras tienen que ir acompañadas de hechos para convencer a la gente. Uno de los lugares donde se puede comprobar si estos hechos se harán pronto realidad es en el último presupuesto de Bush. El presupuesto rebaja los gastos discrecionales (excepto defensa y seguridad interna) casi en un 1% y recorta drásticamente hasta 150 programas nacionales. Y sin embargo, en este clima de estrechez fiscal, hace un llamamiento para aumentar las aportaciones a las organizaciones internacionales, a la Cuenta del Desafío del Milenio para proporcionar ayuda a los países que se comprometan a hacer progresos en la reducción de la pobreza, y a la Iniciativa Global VIH/sida. El nuevo presupuesto de Bush incluye también un incremento de la financiación de la diplomacia pública. La asignación a los programas de intercambio cultural y educativo del Departamento de Estado, incluyendo centros de investigación, bibliotecas y programas de visitantes extranjeros, ha mejorado casi en un 25%. Como se explica en la solicitud al Congreso del presupuesto de Bush, "rara vez ha sido tan claramente evidente la necesidad de un esfuerzo sostenido para garantizar la comprensión en el extranjero de nuestro país y nuestra sociedad". Esto viene después de un primer mandato en el que la diplomacia pública fue una hijastra desatendida, y de que un panel asesor del Pentágono definiera la situación como de "crisis".

Incluso con estos incrementos, falta mucho aún para mejorar la posición de Estados Unidos. Un reciente informe no partidista del Consejo para la Diplomacia Pública pedía un nuevo Organismo para la Diplomacia Pública dentro del Departamento de Estado, emisiones en inglés las 24 horas del día en la Voz de América y cuadruplicar el presupuesto en los próximos cinco años. La Administración de Bush tiene aún mucho por hacer en el campo de la promoción de ideas, pero las primeras señales indican un cambio frente al abandono del primer mandato. Pero a Bush no le va a bastar con comenzar su segundo mandato con una retórica grandiosa acerca de los valores y una mayor inversión en diplomacia pública. El atractivo de un país, o poder blando, se deriva en parte de su cultura y sus valores (siempre que resulten atractivos para otros), pero también nace de las políticas de un país cuando se contemplan como legítimas y consultivas y tienen en cuenta los intereses de otros. A no ser que las políticas se adecuen a los valores, la discrepancia dará lugar a acusaciones de hipocresía. Como mínimo, Bush tendrá que seguir líneas de acción -de una forma más consultiva- que busquen una solución política en Irak y el avance en el proceso de paz entre Israel y Palestina.

Aquí también son alentadores los primeros indicios. La participación del 60% en las elecciones de enero y las escenas de los iraquíes arriesgando su vida para votar han hecho nacer la esperanza en la posibilidad de alcanzar un acuerdo político en Irak. Las elecciones no son más que un primer paso; la insurrección continúa; la guerra civil sigue siendo posible. No obstante, las elecciones pueden haber suavizado en parte la sensación de ilegitimidad que ha empañado la política de Bush en Irak. De igual manera, con respecto al proceso de paz en Oriente Próximo, la sustitución de Yasir Arafat por Mahmud Abbas, las elecciones palestinas y los encuentros entre Abbas y Ariel Sharon indican un avance. En los asuntos nucleares complicados, como Corea del Norte e Irán, Bush ha buscado la consulta y la coordinación multilateral con otras potencias.

Naturalmente, esto deja aún sin resolver otros temas multilaterales, como la Corte Penal Internacional y el cambio climático de la Tierra. Hay escasas perspectivas de que Bush dé marcha atrás en su rechazo al Tratado de Kioto, pero será interesante ver hasta qué punto se amolda al empeño del primer ministro Tony Blair en convertir el cambio climático en una prioridad durante el turno británico en la presidencia del G 8, grupo de las ocho economías más importantes. Es demasiado pronto para dar un veredicto sobre las políticas del segundo mandato de Bush. Anticipándose al veredicto de la historia, parece darse cuenta de que el poder duro solamente no bastará para consolidar su reputación, y de que sigue siendo rehén de incidentes y percances que podrían desviar de su rumbo incluso los planes mejor trazados. Con todo, lo más sorprendente en este momento del segundo mandato de Bush es su tardío descubrimiento de la importancia de la diplomacia y del poder blando.

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