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Reportaje:

En deuda con Torres García

Maragall reivindica al artista que pintó los frescos del Saló Sant Jordi que luego fueron sustituidos

Francesc Valls

Mientras el pueblo uruguayo vivía la resaca de los fastos por la toma de posesión del primer Gobierno de izquierdas en toda su historia, el presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, aprovechó un hueco en su agenda, el miércoles por la tarde, para visitar el Museo Torres García, en Montevideo. Allí le aguardaba una hija del pintor, Olimpia, y dos de sus bisnietos, quienes lo pusieron al corriente de que preparan una exposición de libretas, apuntes y manuscritos del pintor uruguayo-catalán, entre ellos el libro ilustrado El universalismo constructivo. Lecturas de arte y estética, en el que el artista acompañó con ilustraciones la teoría que con tanto ahínco impulsó.

La familia ya ha iniciado gestiones en España y, en principio, no estaba claro que Cataluña fuera una de las paradas de la exhibición que se proyecta. "Esta exposición debe venir a Barcelona", dijo Maragall ante la familia del pintor. El presidente catalán se comprometió a que sus colaboradores y el Departamento de Cultura inicien gestiones con Manuel Borja-Vilell, director del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba) para que la exposición sea acogida con los honores que se merece en la capital del país en el que comenzó a desarrollar su actividad pictórica. A finales de 2003 se presentó en el Museo Picasso de Barcelona una gran retrospectiva dedicada a Torres García, artista del que también pueden verse algunas obras en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC).

El presidente de la Generalitat visitó en Uruguay el museo del pintor vanguardista

Torres García, además, fue autor de los frescos del Saló Sant Jordi de la Generalitat, pintados en 1913, que fueron ocultados por Puig i Cadafalch. El presidente de la Generalitat se considera especialmente en deuda con este artista, hijo de madre uruguaya y de padre catalán, que vivió la Barcelona modernista, fue uno de los puntales del noucentisme clasicista y se integró después en las vanguardias hasta llegar a su conocido universalismo constructivo. En la convulsa Cataluña de principios de siglo, el seny pacato de algunos y el miedo de muchos pasaron factura a su renovadora visión estética, y se sustituyeron las todavía inconclusas pinturas del citado salón del Palau de la Generalitat por otras de carácter historicista. Los frescos fueron recuperados en parte y troceados a principios de los años setenta, y ahora se exponen en un salón del Palau de la Generalitat que lleva el nombre del artista. La llegada a la presidencia de Pasqual Maragall, en diciembre de 2003, hizo que una pequeña esperanza iluminara tanto a los entusiastas de Torres García como a los amantes de la justicia, ya que es conocida la aversión del presidente catalán, expresada en diversas ocasiones en privado y en público, a que un salón tan noble como el Sant Jordi concentre en sus paredes tal cantidad de mal gusto.

Maragall comparte la tesis de que merece mejor trato el pintor uruguayo, que estudió en Barcelona, hizo una exposición de pinturas y dibujos cubistas y futuristas en la vanguardista galería Dalmau, y fundó la escuela Mont d'Or de pedagogía artística en Terrassa. Así lo explicitó ante la familia del artista en Montevideo. Olimpia, hija del pintor, recordaba junto a Maragall y a su esposa, Diana Garrigosa, que su padre, durante su estancia en Florencia, repartía en abundancia papel y lápices a sus hijos para poder disponer de tranquilidad. De forma más trágica también mencionó cuando una parte importante de la obra de Torres García fue pasto de las llamas en 1978 en Río de Janeiro. En ese viaje al pasado, Maragall recordó su visita al museo en 1985 con Ramon Trias Fargas, líder de la oposición de CiU en el Ayuntamiento de Barcelona, cuando él era alcalde. "Esta vez no viene conmigo el líder de la oposición", bromeó el presidente catalán, que halló un remanso de tregua política en la casa museo del padre de la moderna plástica uruguaya.

El impulso pictórico de Torres García halló acomodo en 1934 en Uruguay -un oasis librepensador frente a una convulsa Europa-, donde Lluís Companys tuvo su primer reconocimiento tras ser fusilado. Una plaza y un monumento recuerdan en Montevideo al que fue presidente de la Generalitat. El pasado miércoles por la tarde, un Maragall entregado al bálsamo de la memoria y la cultura -justo la paz que no halla en el complejo momento político- quiso rendir homenaje al presidente mártir, no sin antes haber departido durante unos minutos con el escritor Mario Benedetti.

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