Un pintor que esculpe
El artista germano Markus Lüpertz (Liberec-Bohemia, 1941), junto a otros compatriotas suyos, entre los que se encuadran Georg Baselitz, Jörg Immendorf, Anselm Kiefer y A. R. Penck, hicieron posible que el tradicional expresionismo alemán consiguiera alcanzar un segundo y brillante apogeo. Por tal motivo, se les calificó de artistas neoexpresionistas, y por estar adscritos a la estética de la ruptura, les enunciaron como los nuevos salvajes del arte neofigurativo.
La galería Colón XVI de Bilbao (Henao, 10) muestra diez esculturas de bronce pintado y cuatro óleos de Lüpertz. La atracción mayor se centra en las esculturas. A primera vista, parecen trazadas de manera basta, torpe y hasta como al desgarro, pero eso no es sino una falsa apariencia. Detrás de esa bastedad hay un ramillete de sutiles registros. En la mayoría de los casos, el valor artístico lo conforman tres especificidades. Por un lado, el deseo de plasmar la fugacidad de los instantes: una pose altiva, una actitud pensativa a través de una mano sobre el mentón, un gesto seco, expectante, misterioso, todo ello muy sincopado e instantáneo; por otro lado, las expresividades de los rostros, con especial cuidado en fijarlas mediante incisiones dibujísticas de ojos y boca, y, como remate último, la aportación del color. Si algo le faltase a tal o cual escultura, entran en acción los toques de color que sean precisos.
En ese sentido, se puede argüir que estamos ante un pintor que hace escultura. Quiere decirse que el dominio del color le confiere a Lüpertz una seguridad añadida a la hora de actuar como escultor. En tres ejemplos se evidencia el magisterio del color. Sobre el rostro de grafito de la escultura titulada Etrurierin salta el grato y armonioso azul intenso de la túnica que cubre el cuerpo; los colorines de Daphne 1 aportan candor y ternura al conjunto, como resultan vivos y sugerentes los colores aplicados al Pierrot Lunaire. De igual modo cabe significar la fulgente media cara pintada de rojo a la titulada Philosophin II. Por otra parte, en esta cara, como en alguna otra, la presencia de Picasso es altamente predominante. La escultura que lleva por título Kleine Spanierin parece poco acertada, por su carácter caótico, un tanto atrabiliario e impericia escultórica, a la que no salva siquiera el apoyo de la coloración.
Respecto a los óleos, más que sean piezas logradas -que no lo son-, vale el intento de mostrar que son obras que sólo tienen que ver con ellas mismas, y no como una parte del mundo ya preestablecido. O si se quiere, no desean ser un comentario a otro mundo que no sea el suyo propio.
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