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LA CRÓNICA
Columna
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Amor de Matthews

(Resumen de lo publicado. Josep Roth escribe su artículo El desconocido payaso de Barcelona sobre una foto de la que se desconoce todo. Se localiza la foto, se descubre que su autor es Robert Capa y se llama a identificar a sus protagonistas, un payaso y un grupo de niños cobijados en un refugio antiaéreo de la ciudad).

Llamó Pedro Corral. Es un escritor vasco, autor de Si me quieres escribir, una crónica veraz sobre la batalla de Teruel. Corral está literalmente fascinado por un grupo. El que formaron Ernest Hemingway, Herbert L. Matthews y Robert Capa durante la Guerra Civil.

-Puede que el payaso sea Matthews, el corresponsal del New York Times durante la guerra.

-¡Hombre!

-Es un payaso muy raro. Va disfrazado de una manera precaria. El gorro. Lo que parece una peluca. Los pañuelos. Le veo un aire inglés. Esa chaqueta de tweed. Y las gafas, como las que llevaba Matthews. Me lo imagino perfectamente en el refugio haciendo bromas y a Capa o a Chim Seymour retratándole.

Puede que el payaso del refugio antiaéreo sea Herbert L. Matthews, el corresponsal del 'New York Times' durante la guerra

-¿Tiene fotos de Matthews?

-Sí, hay una en mi libro sobre la caída de Teruel.

La nariz y el labio del payaso son compatibles con las de Matthews. Y con las de otros tantos miles de personas. El problema del payaso es que podría ser cualquiera. Corral añadió, sin embargo.

-Matthews tiene unas memorias. Y un capítulo sobre la caída de Barcelona que yo no he leído. Tal vez allí hubiese una...

En The education of a correspondent no hay nada sobre el presunto clown Matthews. Aunque, en efecto, hay un capítulo del libro sobre la guerra en Barcelona. Un largo capítulo. Traducido al italiano con el título Esperienze della guerra di Spagna y publicado en 1948 en la ciudad de Bari. Un extraordinario capítulo. Lleva dentro una de las más precisas y terribles descripciones sobre las últimas horas de la Barcelona republicana. No está traducido ni al castellano ni al catalán. Memoriales democráticos... ¡Bastaría con que tradujesen los libros! Fuera hace un tiempo de perros. Lluvia siniestra. Pero en la biblioteca del Pabellón de la República se está muy bien. Contribuyen al ambiente las dos bibliotecarias. Cada 10 minutos traen un nuevo libro, una nueva foto o un nuevo dato sobre Matthews. O contra Matthews, como este opúsculo tan especial que escribió en los años cincuenta el periodista Manuel Aznar. Fue a propósito de un libro que había escrito el corresponsal. The Yoke and the arrows (El yugo y las flechas). Aznar le contestó: El Alcázar no se rinde. Pero lo que escribió en el prólogo era menos imperial y mucho más interesante. El reconocimiento, por ejemplo, de que Matthews amaba a España, aunque con un amor desastroso, que era un enemigo del régimen y que su pluma implacable la había adivinado muchas veces en los renglones editoriales del New York Times cuando se trataba de Franco y su régimen. Más allá del prólogo no pude ir. Mucho menos a El yugo..., el reportaje de Matthews sobre la posguerra española, tampoco traducido, como ninguno de sus libros.

Me concentré, así, en la Barcelona terminal que narraba Matthews en sus memorias. La mañana del día 24, por ejemplo. Los bombardeos franquistas no se interrumpieron durante la noche, pero el sistema nervioso del periodista y de sus compañeros ya no les advertía del peligro. Durmieron. Luego subieron al Tibidabo para controlar el avance de las tropas. Desde allí Matthews vio Castelldefels, el puerto del Ordal, Montserrat y los alrededores de Terrassa y Sabadell. Luego bajó a la ciudad. Hasta el Majestic. "Una comida tranquila, aunque poco apetitosa. Si no fuera porque había poca gente, podríamos haber pensado que todo era normal. El barbero, con mano firme, afeitaba cuidadosamente a un cliente mientras los bombarderos atacaban la ciudad; el cartero me trajo una carta de un coleccionista que quería sellos españoles; los camareros servían con la habitual negligencia complaciente".

Matthews resiste en Barcelona hasta un día antes de la entrada de las tropas de Franco. Entonces huye en coche en dirección a la frontera. Se detiene en Caldetes, donde está la Embajada de Estados Unidos. Thurston, el embajador, también está huyendo. Al final de un viaje de pesadilla el periodista llega a Perpiñán. El hotel, a rebosar. Y el propietario: "Un hombre intratable y seco como sólo sabe serlo un miembro de la pequeña burguesía francesa". Los últimos párrafos del capítulo español de Matthews son tremendos. En Perpiñán se entera de que Barcelona ha caído. ¡Pero sin lucha! Le habían asegurado que lucharían. "Por amor a la República y a la democracia se debió combatir por Barcelona. (...) Había razones suficientes para la caída de la ciudad y, sin embargo, suscita resentimiento que los catalanes, a diferencia de los castellanos de Madrid, de los polacos de Varsovia y de los rusos de Stalingrado no escribiesen una página heroica para consignarla en la historia".

Me sobresalta. El silencio de la biblioteca y las atentas mujeres. Esta última frase de Matthews. Una de esas obviedades olvidadas. Cierta y perturbadora. Ningún disimulo institucionalizado la podrá desactivar completamente. ¿Pero no es esto el amor desastroso tan agudamente detectado por Aznar? Este Matthews, epítome de tantos otros, al que la guerra le pareció "terrible y maravillosa". Este que en España, según confesaba, había dejado de ser fascista y que debía morir por persona interpuesta.

He perdido al payaso. Gran libro. Mala noche.

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