Una larga hospitalización bloqueará el funcionamiento cotidiano del Vaticano
En la Santa Sede se especula con establecer una jubilación a los 75 años para futuros papados
El papado de Juan Pablo II, uno de los más largos y densos de la historia, entra en territorio desconocido. La edad y las condiciones físicas del pontífice Karol Wojtyla abren graves interrogantes, ajenos a la fe, pero de extrema importancia para el funcionamiento cotidiano de la Iglesia católica como institución. Esos interrogantes se proyectan también hacia el futuro, ya que las eventuales respuestas influirán en próximos pontificados. La primera pregunta es la más obvia: ¿qué ocurre si el Papa pierde las facultades necesarias para ejercer su misión?
La ciencia médica puede prolongar la vida durante un cierto tiempo en situaciones de semicoma, e incluso sin auxilio clínico puede darse una agonía larga en la que el paciente desciende poco a poco a una situación vegetativa.
Esa situación no sería nueva en la Santa Sede. Otros papas, el más reciente de ellos Pablo VI, se apagaron lentamente y en los útimos meses cedieron las riendas de la Iglesia a sus colaboradores. Eran, sin embargo, otros tiempos y otras personas. Hoy resulta difícil concebir una "desaparición" de la imagen de Juan Pablo II y una Santa Sede en "piloto automático" durante un periodo largo.
El papa Wojtyla ha dicho una y otra vez que no se plantea dimitir porque no "ejerce" como Pontífice, sino que "es" Pontífice; una dimisión, por otra parte, que pondría a su sucesor en una situación dificilísima, dada la gigantesca popularidad de Juan Pablo II. Además, están los problemas cotidianos. Como descataba ayer la agencia Ansa, el Vaticano es una monarquía absoluta y el Papa es titular de los poderes legislativo, judicial y administrativo.
En ambientes vaticanos se especula con la posibilidad de que para futuros pontificados se establezca la jubilación a los 75 años, o se cree una comisión cardenalicia capaz de ejercer un "papado colegial" que tome decisiones en situaciones de emergencia. Ahora mismo, sin embargo, cualquier respuesta pasa por una hipotética carta lacrada.
Esa carta, cuya existencia todo el mundo da por segura pero nadie ha visto, contendría una dimisión sin fecha y habría sido firmada hace años por Juan Pablo II para el caso de que una incapacidad mental le impidiera ejercer su misión. Debería estar, se supone, en poder de la Secretaría de Estado. Pero ¿a quién tocaría decidir el momento de abrirla? Se supone que al propio secretario de Estado, cardenal Angelo Sodano. Seguimos en el pantano de las hipótesis, porque nadie en el Vaticano reconoce oficialmente que tal documento haya sido redactado y guardado.
Hay otra pregunta más delicada. Supongamos que el estado de Wojtyla se agravara y llegara un momento en que requiriera un respirador permanente. Tratándose de un enfermo de Parkinson, no es improbable la hipótesis de que su vida se apague cerebralmente, pero el corazón siga latiendo gracias a la ayuda externa. ¿A quién correspondería la decisión de desconectar? Juan Pablo II carece de familia. La persona más próxima a él es su secretario, Stanislas Dziwisz. Por otro lado, existe la "familia cardenalicia". Pero en ninguna parte están escritas las instrucciones para una situación de ese tipo.
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