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Crítica:CRÍTICAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Nuestra música

Tiene un problema esta película, recibida con burlas apenas disimuladas en Venecia 2004 y en cambio brillantemente acogida en el festival de cine fantástico de Sitges, hasta el punto de hacer de ella uno de los filmes incuestionables de la pasada edición. Y es un problema cuanto menos paradójico: con su elegante puesta en escena (la primera secuencia del filme, un prodigio narrativo, ya lo anuncia... y cuánta importancia tendrá sobre el resto de la acción), sus modos para nada cercanos al género (hasta el punto de que, por momentos, nos parece asistir a un riguroso, sordo drama de interiores entre las sólidas paredes de una mansión neoyorquina de clase alta), no parece en absoluto lo que es, sencillamente, un filme fantástico, en la más pura, honda y honesta de sus acepciones. De ahí que desconcierte, y no poco, al espectador no avisado que cree estar contemplando "una de la Kidman", y en realidad, está asistiendo a otra cosa.

REENCARNACIÓN

Director: Jonathan Glazer. Intérpretes: Nicole Kidman, Cameron Bright, Danny Huston, Lauren Bacall, Anne Heche, Ted Levine. Género: drama fantástico, EE UU, 2004. Duración: 101 minutos.

Es decir, a una película que juega constantemente con su inteligencia, desde un turbador punto de partida: ¿será cierto, como afirma el precoz preadolescente (Cameron Bright) que persigue denodadamente a Nicole Kidman, que es una reencarnación de su marido muerto? ¿Por qué sabe él tantas cosas de ella? Y sobre todo, ¿por qué ella duda? ¿No ha cumplido aún su duelo? ¿El matrimonio que está preparando no resulta, a la postre, más inverosímil, en su inconsciente, que la aparentemente disparatada ocurrencia de que ese niño sea quien dice ser?

Ese punto de partida suministra, además, munición para que cualquier mojigato arremeta contra el filme, como de hecho ya ha ocurrido, tildándolo punto menos que de inmoral, sobre todo por dos secuencias, una, en la que Nicole Kidman está dándose un baño y el niño entra, impertérrito, en la bañera; otra, en la que la ya nada dubitativa viuda besa limpiamente al ¿reencarnado? en plena calle, y en la boca. Pero no hay que alarmarse: el tratamiento del filme nada tiene de exhibicionista, mucho menos de pedófilo, y sí más bien todo lo contrario, de mesurada, inquietante peripecia fantástica, de amour fou por encima del tiempo y de la muerte que hace pensar más en El retrato de Jennie, la inmortal película de William Dieterle, que en cualquier otra cosa.

Por lo demás, la inteligencia del guión, que firma nada menos que Jean-Claude Carrière, el viejo compinche de don Luis Buñuel, abunda en momentos de sobrecogedora fuerza dramática, espléndidamente utilizados por todos los actores, y en especial por la Kidman, a mayor gloria de cuyo talento está escrita la función. Por ejemplo, en ese plano, de larga, larguísima duración, en el que las dudas de la mujer ante la situación aparentemente disparatada en que está sumida por el deseo de otro parecen haber cuajado en una certeza, y que no se expresan con palabras: reconcentrada en un espectáculo escénico que más que contemplar, ni siquiera oye, Kidman fija su mirada en algo, no sabemos qué, y sin decir ni una sola sílaba sugiere en el espectador toda la hondura, la rotundidad de sus sentimientos... un momento de intenso, extraordinario dramatismo sólo al alcance de unos pocos, entre ellos, cómo no, la más grande de las actrices de estos tiempos.

Nicole Kidman, en una escena de la película.
Nicole Kidman, en una escena de la película.
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