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Columna
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Ganas sin confianza

Hay un afán de recomponer los platos rotos entre Estados Unidos y Europa, pero los viejos europeos no acaban de fiarse. ¿Ha cambiado Bush? ¿Viene a escuchar a Europa? ¿Dará algún paso en la dirección europea, ya sea referente a Kioto, al papel de la Corte Penal Internacional ante el genocidio de Darfur, o al reconocimiento de la UE como potencia (aunque sea potencia rara)? Y los europeos reticentes, ¿se han reconciliado con los resultados de las elecciones en EE UU y están dispuestos a dar algún paso al encuentro? Parece que sí. No cabe sentarse a esperar cuatro años a que gane Hillary Clinton, la gran esperanza blanca de muchos europeos. Son cuatro años que gestionar.

Muchos dirigentes y diplomáticos europeos ven un nuevo lenguaje, un nuevo estilo en Bush-2. Pero, a decir verdad, no acaban de fiarse. Su secretaria de Estado, Condoleezza Rice, preparó el terreno para la llegada hoy de su presidente a Bruselas, que por vez primera se reunirá en cumbre no sólo con la OTAN, sino con la UE. "Todo fue muy políticamente correcto" en Rice, señala un político europeo. Otros señalan que "realmente Condi no sabe muy bien cómo tratar o qué hacer con Europa". Un tercero considera que la consigna en Washington es que "hay que llevarse bien con Europa". Y de ahí los pasos dados para volver a encarrilar el conflicto israelo-palestino, o las buenas palabras sobre la ONU y su secretario general, pues la reconciliación con Europa pasa también por Nueva York.

La desconfianza no está sólo en los europeos. En la reciente Conferencia de Seguridad en Múnich, William Cohen, republicano pero ex jefe del Pentágono con Clinton, consideró que su sucesor Rumsfeld ni siquiera había cambiado de lenguaje. Y aunque no parece que Rumsfeld vaya a durar mucho en el cargo, algunas fuentes sí observan que, junto a Bush, el que sí sigue, como vicepresidente electo, es Cheney, el alma del giro que supuso Bush-1. Pero el problema profundo no es que Bush-2 se haya transformado, sino que es la sociedad americana la que ha cambiado. Y se ha roto la confianza que, pese a las desavenencias a lo largo de décadas, es la base de la relación, o incluso alianza, transatlántica.

Hay, sin embargo, algo claro: Bush se ha percatado de que EE UU no puede solo, ni siquiera con Irak. Y pide la ayuda europea. De ahí que el Bush que dividiera a lo que Rumsfeld llamó la vieja de la nueva Europa sea el primer presidente en prestar tanta atención a la UE como tal. Y es que las circunstancias y la propia Unión han cambiado. Eso es lo que intentó transmitir Schröder en Múnich: que las relaciones transatlánticas no se pueden limitar ya a la OTAN (globalizada en alcance pero convertida en una caja de herramientas de la que se saca lo más útil), pues éste "ya no es el foro principal en el que los socios transatlánticos discuten y coordinan estrategias"; la presencia militar americana en Europa "ya no es la póliza de seguridad que solía ser, aunque siga teniendo importancia política", y los "retos estratégicos de hoy no requieren primordialmente una respuesta militar". Schröder ha preferido ser franco, a la vez que constructivo. Y en todas estas afirmaciones tiene razón. Lo que no quita para que Alemania quiera construir sobre un Nuevo Occidente ese Pacto entre EE UU y Europa que se reclama como "espina dorsal de la seguridad global".

Pero a la vez, esta Administración y muchos americanos -expertos, diplomáticos o incluso empresarios, como había en Davos- esperan un cambio de actitud, sobre todo por parte de Francia, con un Chirac al que Bush vuelve a convertir en el centro, aunque no tanto como para pasar por París en este viaje. Sobre todo, piden que Chirac deje de hablar de un mundo multipolar. Les irrita soberanamente. Y sin embargo, salvo en términos militares punteros, hacia eso se avanza. Que Estados Unidos tenga más poderío -militar, económico, tecnológico o cultural- que nunca no implica que Europa u otros queden disminuidos. Una paradoja de la globalización es más bien la contraria. Suma; no resta. aortega@elpais.es

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