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RELACIONES PERSONALES

Lucha contra la marginación

Treinta años lleva la Asociación Semilla en pelea diaria contra la miseria y la marginación de jóvenes y mujeres en Villaverde, uno de los distritos más pobres y olvidados del cinturón sur de Madrid. Una visita.

Lola Huete Machado

Éste es un lugar de Madrid llamado Villaverde que de verde tiene poco, y de villa, desde hace décadas, ya nada. Hoy es distrito de la capital, frontera con los de Villa de Vallecas y Usera, en el que viven alrededor de 140.000 personas con una de las rentas per cápita más bajas de la ciudad, 8.100 euros, menos de la mitad que los de Chamartín o Salamanca, por citar ejemplos. Aquí tiene su sede una asociación ya veterana con nombre esperanzador, Semilla, sesenta personas empeñadas a tiempo completo en rescatar a todos los que pueden de su predecible destino de pobres, marginados, fracasados, esos que no cuentan, ni suman, ni restan. Su apellido indica su principal objetivo: Para la Integración del Joven. De ellos se ocupan prioritariamente en Semilla, sí, pero también de mujeres que desean trabajar y no saben cómo o dónde; de niños desechados ya desde la infancia; de oriundos que habitan en el umbral de la pobreza y recién llegados que ni siquiera…

Exactamente tres décadas -cuando el padre Llanos aún habitaba en el cercano Pozo del Tío Raimundo, cuando el asociacionismo del Sur rezumaba fuerza- lleva trabajando Lourdes Ibáñez de Gauna, de 63 años, presidenta de la asociación, en esta zona: "Empezamos en las cárceles, con la droga", dice en plural, porque a su tarea se fueron sumando luego unos y otros. "Éramos famosos entre los presos, entre tantos y tantos que han muerto ya, una vez conté hasta 130, te los puedo citar con nombre y apellido, que eran atracadores de bancos, que se reencontraban allí y se decían: '¿Tú qué tienes?', y el otro respondía: 'Yo tengo dos occidentales, dos hispanos y una caja". Y sigue la presidenta, abriendo aún más sus grandes ojos, hablando de esos a los que el caballo quitó la vida. "Toda una generación desaparecida de uno u otro modo". Recuerda cómo los presos eran considerados héroes en el barrio, y entre sus hermanos se producía el fenómeno del mimetismo. "Porque igual se alimentaban sólo de aceitunas, cebolla y pan, pero tenían coches en la puerta, televisión en color y vídeo cuando nadie ni podía ni los conocía. 'Viven bien', decían algunos. 'Claro, claro…, tontos no son".

¿Otros tiempos ahora? Quizá. Otra pobreza. Otra gente. Igual falta de recursos. Los mismos problemas. Y alzar hoy los ojos del asfalto, camino de la sede de la asociación, en la avenida de Alberto Palacios -zona peatonal y comercial con grandes árboles que protegen un sembrado diario de top manta con CD, bolsos, zapatos-, es rebobinar la máquina de la memoria estética, volver a ese Madrid desarrollista en el que las moles de viviendas surgían como setas de un día para otro, cuando el perímetro de la capital engordaba a cada hora gracias a un festín de inmigración nacional. Allí llegaban a buscarse mejor vida extremeños, manchegos, andaluces… Obreros que poblaron esos cinco barrios de Villaverde bautizados con nombres beatíficos: a un lado de la nacional IV, San Cristóbal (7.423 euros de renta bruta al año; El Plantío, 31.218, valga otro ejemplo comparativo del Madrid de ahora mismo), Butarque, Los Rosales; al otro, San Andrés y Los Ángeles. El gran Sur. Territorio de asentamientos, de realojos gitanos, de edificos industriales mastodónticos y cientos de vías de ferrocarril al que, paradojas de la vida, le han crecido hasta casas de lujo en el último boom inmobiliario de la capital… Si alguien hubiera querido malograr y deconstruir un lugar a propósito, habría inventado el urbanismo de Villaverde y sus aledaños, metáfora de un tiempo.

Semilla no ha abandonado las cárceles, seguirá contando luego Lourdes mientras recorremos el edifico que les cedió como sede Servicios Sociales del Ayuntamiento de Madrid (y citará: "En Soto hay hoy tres presos de aquí; en Navalcarnero, ocho; en Aranjuez, dos; en Alcalá-Meco, siete…"), pero ellos, la asociación, se esmeran en la prevención familiar. "Llegar a tiempo" fue siempre y es uno de sus lemas. "Los que quedan de droga son residuales, no nos ocupamos de narcotraficantes, ni tampoco de violadores, eso no; y ahora empiezan a abundar los emigrantes en las prisiones, les ayudamos con los papeles…". Al tiempo, esta mujer de origen vasco, que se confiesa creyente, va mostrando con orgullo las distintas dependencias: aquí, el taller de costura… Y aquí está María Prado Martín, de 62 años, veinte de colaboración con Semilla, enseñando a coser como hace ahora mismo, pendiente de las manos de Tarika, marroquí, y Fanny, ecuatoriana, sentadas orgullosas ante las máquinas. Aquí se aprende a hacer cortinas, ropa de cama en miniatura, y luego se salta a lo grande. Hasta tienen una tienda, Metas, en los bajos, donde se vende y trabaja para el público. "Queríamos que las mujeres salieran de sus casas, enseñar y transmitir ciertos valores". Para Prado, la educación es como el encaje de bolillos: "Una labor creativa y laboriosa, la combinación de muchos palitos de madera…". Coser y coser, o lo que sea, hasta conseguir bordar un mundo más humano. Sonríe. Con cierto escepticismo.

La realidad de Villaverde la venían mostrando ya los datos oficiales desde hace mucho, desde que, a mediados de los ochenta, la zona sufrió uno de los mayores procesos de desindustrialización (tras el desastre de lo industrializado) de toda España y dejó regueros inmensos de parados y prejubilados tras el cierre de grandes empresas. Y el reciente Anuario Estadístico sobre Madrid (2004), elaborado por el Ayuntamiento, ha refrescado todo aquello: los vecinos de esta soñada villa verde sufren uno de los paros más elevados (9%, la media de la CAM es del 6%), un crecimiento de inmigrantes estremecedor (un 35%, frente al 21% de media madrileña) sobre ese 14% de población ya llegada de otros países, sobre todo Ecuador y Marruecos… Y de ahí, al cielo.

Los miembros de Semilla, un equipo de educadores sociales, psicólogos, monitores y hasta economistas…, se afanan en los ocho locales que poseen en la zona, donde desarrollan infinitas actividades de escuela abierta, centro de día, talleres de hostelería…; se mueven cada jornada de acá para allá por ese mapa de Villaverde que es como un juego de calles-laberinto donde parecen haber colocado de atrezzo miles de coches que engullen a hombres y aceras, esquinas que son aún barrizal o escombrera, hileras de pisos baratos con fachadas de ladrillo herido por el desgaste y la mala calidad, casas acondicionadas con las mínimas condiciones que son baratas y atraen en masa a los nuevos inmigrantes.

Lourdes sigue el paseo: éste es el taller de búsqueda de empleo por el que pasaron el año pasado seiscientas personas; al otro lado, la sala de nuevas tecnologías… Espacios funcionales, sin adornos, regentados por gente que cree profundamente en el proyecto, repletos hoy de muchachos y muchachas de diversa nacionalidad y mismo entorno social desfavorecido. Por estas aulas deben pasar en uno u otro momento esos 168 chavales que llega a atender la Asociación Semilla en lo que llaman "itinerario de integración". Dura de media 18 meses, desde el periodo de acogida, el más duro, que suele ser de tres ("Hay casos, como el de Nanuk, un rumano, que lleva siete, pero sufría déficit de hábitos básicos, higiene, relaciones…"), hasta los talleres y el club de empleo o la inserción en alguna empresa laboral, muchas veces de la zona. "Al principio había que convencer a los empresarios, explicárselo todo mucho, pero ahora es un poco más fácil, nos conocen, tenemos una bolsa de empresas habituales…", señala Beatriz Torres, de 30 años, tutora, alma del club de empleo junto a Miguel Ángel Martínez, de 28. Y cita a Campofrío, Alcampo… Deberían ser muchas más. Falta implicación social de los que tienen los fondos, opinan.

Ellos, los de Semilla, intentan siempre evitar ese discurso victimista que provoca respuestas de los que escuchan peticiones tipo "ahí están esos pobrecitos que se ocupan de…", dicen. Su meta es ante todo "quitar ese miedo, ese recelo de que una persona de inserción puede dar problemas". La asociación (financiada en un 75% por distintas entidades de la Administración; el 14%, de fuentes privadas, y el 9%, propias) busca medios y fórmulas incesantemente, se las ingenian. Además de la tienda, han abierto un restaurante en los bajos del edificio (donde practican los alumnos de hostelería) y su propia empresa de inserción, Albino 20, en la que trabajan otras quince personas. De que no haya suficientes ayudas por parte de la Administración, de la energía malgastada en papeleos, de que se prefiera subvencionar a grandes organizaciones ("porque es más cómodo que andar atentos a lo que hacen grupos más pequeños, más a pie de calle, que son en realidad más efectivos"), incluso de problemas en el cobro del dinero aprobado, se lamentan unos y otros en Semilla. "El vacío que se produjo con la repetición de las elecciones de la CAM nos hizo mucho daño, nos dejó desasistidos", dicen.

Por las paredes de los pasillos de la sede de la asociación se ven tablones repletos de programas, notas, informaciones, nombres y fotografías de chicos y chicas. Lourdes se sabe de memoria la historia de cada uno. "Éstos ya están todos colocados", suspira. "¿Que cómo llegan hasta nosotros? Por tres vías, el boca a boca, desde los institutos cuando han sido expulsados o a través de servicios sociales", aclara. "Se negocia todo con el chico, siempre; porque si no quiere, no quiere, pero acaban aceptando, porque se les ofrece un camino diferente, otra salida…". De lo conseguido con muchos jóvenes y mujeres, están más que orgullosos. Ése es su fin. De ello hablan todos, Elena Masa, Julia Ballesteros, Emilio Lázaro, Miguel Ángel Relojo, Miguel Martínez, Beatriz… Surgen nombres propios: Lorenzo, mozo de almacén estable desde hace mucho; Abdel, que lleva dos años en una cervecería del centro… "Nuestro trabajo nos apasiona, pero masoquistas no somos; si no viéramos a los chavales salir adelante, no seguiríamos… Es un milagro ver cómo cambian…". Y es una de ellos, Margarita, la que desde una foto colgada en uno de los paneles mejor define los logros de Semilla en estos treinta años de trabajo. "No quiero fregar escaleras, quiero subirlas", dice la adolescente marroquí. Ellos la ayudaron a desenterrar su autoestima, le provocaron el deseo se salir adelante, le hicieron sentir esperanza…

Más información de la Asociación Semilla en www.semilla.net.

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Sobre la firma

Lola Huete Machado
Jefa de Sección de Planeta Futuro/EL PAÍS, la sección sobre desarrollo humano, pobreza y desigualdad creada en 2014. Reportera del diario desde 1993, desarrolló su carrera en Tentaciones y El País Semanal, con foco siempre en temas sociales. En 2011 funda su blog África no es un país. Fue profesora de reportajes del Máster de Periodismo UAM/El País
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