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Columna
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'Fumados'

El otro día el Parlamento vasco solicitaba la legalización de la marihuana; eso sí, para fines terapéuticos. Nada hubiese importado, en esta legislatura que ha aprobado el plan Ibarretxe, que la marihuana se legalizara, además de para los casos por razón de salud, para todo adicto a la misma y a los que no nos importaría serlo tras el vacile político que padecemos. Para ir fumados todo el tiempo y así poder sacarle algún sentido a las decisiones de los padres de la patria. Los unos, montándonos en el perro-dragón de La historia interminable, deseosos de aventuras para que acaben en la cárcel los hijos de otros. Por supuesto, se mandarán observadores a los juicios de los hijos de los otros (la conciencia limpia siempre), cuando todos sabemos -el buen cannabis nos desinhibe- que toda esta historia del plan Ibarretxe es para que no les pase a nuestros gobernantes vascos y vascas como a los de CiU en Cataluña. En definitiva, para evitar que la normalidad estatutaria y el buen sentido (el seny) -a pesar del mucho clientelismo, que se demostró insuficiente- les pueda arrojar del poder. Aquí no pasará eso, tenemos la historia interminable, el plan a bordo del dragón (que es un perro), y la carne de cañón que ponen los hijos de los otros con camisetas rojas. Todo para seguir en Ajuria Enea, con la berlina con flameante guión para ir a Madrid, y la irreductible patria de los vascos y vascas.

Y qué decir de los otros; de los otros otros, los innombrables, el PP y el PSOE. Se lo pasan bomba buscando titulares de prensa, lanzándose los trastos hasta en lo que están de acuerdo, hasta en el en el referendo de la Constitución europea. Cada vez que el PSOE le reprocha al otro que no hace lo suficiente, y el otro le contesta que qué está haciendo reuniéndose con Imaz y Carod, dan unas ganas de irse a pasar el día 20 al campo. Luego, con llamar héroes a los estúpidos que soportan las amenazas y la extorsión en Euskadi y dar una palmadita de vez en cuando a las víctimas del terrorismo,parece que cuela la apariencia durante una tarde de que hay consenso en lo fundamental. Aunque uno, al ver al presidente entrevistarse todas en La Moncloa las veces que sea necesario con todos los díscolos, tratándo tan bien el Congreso al secesionista, pues pide la legalización de la marihuana. Así, yendo por la vida de fumata, estamos a tono con los otros padres de la otra patria e intentamos escarpar de la mascarada carnavalesca en la que se ha convertido todo. Y eso que el día de Ibarretxe en el Congreso de los Diputados muchos creímos que volvía la política.

Lo que sobrevive son los estacazos del guiñol -¡toma!, ¡toma!- y sus protagonistas creen que eso estusiasma a nuestra edad. Si no viera a mi alrededor tanta desgracia y opresión, probablemente pudiera irme el domingo plebiscitario al monte y dejarles con dos palmos de narices, porque ya tiene guasa que hasta el PNV se apunte también al sí. Pero no se puede dejar pasar esta oportunidad. En política las oportunidades no pasan dos veces. Que uno ya votó una vez que no a una Constitución y sabe que fue un error: que no se puede votar en contra de un proyecto que posibilita y amplía el espacio de encuentro (también nuestra ciudadanía) sin preguntarnos si es porque somos vascos o vascas, y que nos permite ser de más sitios. No cometa ese error de mayorcito, déjeselo a Madrazo y a los de ELA.

Pues bien, creíamos que cuando llegara este día todo sería una estampa feliz. Pero no, no resulta lo suficiente serena la política española como para ejercer de europeos e ir tranquilamente en una soleada mañana de febrero a presentar nuestro a la Constitución europea. Ese día llega y somos bastante poco europeos; al menos, no en el grado en que, idealmente, hace veinte años creíamos que eran los europeos. Seguimos siendo broncos, seguimos jugando con el cainismo, destapando todos los problemas del pasado: la guerra, las carlistadas, las Cortes de Cádiz, el Imperio austriaco, que es a lo que quisiera llevarnos Ibarretxe... Pues bueno, a pesar de todo vote usted, a ver si nos libramos de nuestro pasado y, de paso, a ver si llegamos a ser, de verdad, europeos.

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