La gestión de la derrota

Cuando Pedro Zarraluki, unos instantes después de haber obtenido el Premio Nadal de 2005, declaraba a la prensa que vivía la novela premiada como si fuera la primera, no estaba muy lejos de la verdad. Leída ya Un encargo difícil, uno sabe que nada más lejos de esta novela que La historia del silencio (Premio Herralde de narrativa), un ejemplo palmario de cómo su autor apretaba las tuercas a esos protagonistas tan pagados de sí mismos en medio de su burgués transcurrir insulso y banal. También muy lejos de Para amantes y ladrones, su última novela, texto tan acertado en el dibujo de algunas situaciones como desacertado en la entronización injustificada de la literatura dentro de la literatura.

Pero hay una novela de Zarraluki que sí prefigura la existencia del flamante Nadal, Hotel Astoria. Es ésta una historia de posguerra, además de centrar la atención del lector en la peripecia de una heroína que convierte su inocencia en un instrumento de desnudamiento de su propia vida y de su entorno. El aire externo de los personajes de Hotel Astoria, un aire de lujo canalla, cómplice y turbio, tiene muy poco que ver con el de los que inundan con sus despojos existenciales su nueva novela, pero algo de esa sustancia triste del que ha perdido una guerra y debe sobrevivir, y del que la ha ganado pero gestiona esa victoria contra su propia integridad moral, de eso tiene no poco la novela de Pedro Zarraluki.

Un encargo difícil transcurre alrededor de 1940. La guerra acaba de terminar. Un vencido de la batalla del Ebro, Benito Buroy Frere, es obligado, a cambio de salvar la vida, a hacer un trabajo de contraespionaje: matar a un alemán, dada la sospecha de que trabaja como agente doble para la Alemania nazi e Inglaterra.

Como está ocurriendo con

algunas novelas españolas de los últimos años, ésta no introduce el género de espías en su estructura; la apelación a la idea de espías apenas es una línea muy tenue para cuadrar el desenlace de la intriga. Sí en cambio es más evidente y rica en posibilidades dramáticas el dibujo del verdugo y la víctima, un dibujo que Zarraluki maneja con suma habilidad y envidiable rédito narrativo. La acción se desarrolla en Cabrera, la minúscula isla de Baleares. Un destacamento militar a la espera paranoica de un inminente desembarco inglés, una cantina regentada por un matrimonio formado por Felisa, una mujer como programada para hacer de bálsamo de los derrotados, y Paco, un borracho de tomo y lomo y pintura cabal del derrotado sociológico del franquismo. Y por fin, Leonor Dot y su hija Camila. La novela está narrada en tercera persona, salvo en los trámites en primera persona que asume Camila, una niña de trece años.Un encargo difícil es una novela realista. Esta escuela no le sirve a Zarraluki para convencernos del cuadro social e intimista que nos relata, sino para explorar con líneas muy nítidas los clarososcuros de su historia. La idea que sobrevuela la novela tiene que ver con la gestión de una derrota colectiva, esa que se fragua con la venganza y la crueldad sin límites y en medio de la más despiadada impunidad.

Como sucedía en Soldados de Salamina, de Javier Cercas, en la novela de Zarraluki alguien tiene que matar y no mata. Esto define el tono de piedad, de perdón tácito y esperanza que rezuma toda la novela. A partir del momento en que Benito no cumple con su cometido, uno ya comienza a sospechar que la historia tiene en su horizonte acordar un contrato de supervivencia digno de llamarse vida y humana. La presencia de Camila, los fragmentos de diario que alterna Pedro Zarraluki en su relato, sirven para recordar al lector trámites de la barbarie en plena guerra, pero sobre todo, para compensar esa inercia pueblerina con que se apuntala una victoria sangrienta con grandes dosis de lúcida inocencia.

Creo que no me equivoco si

digo que Un encargo difícil es una muy buena novela. Con escenas como la de Felisa cuando aprende a leer o Camila cuando decide ser mayor, la novela gana genuino impacto emotivo. No son menores en calidad las descripciones, todas de buena ley, esas que ponen a prueba los más rigurosos modelos prosísticos. No siempre el Nadal estuvo a la altura de las expectativas que debe generar un premio que tiene en su haber a Carmen Laforet, al reciente premio Cervantes, Rafael Sánchez Ferlosio, y a tantos otros consagrados. Alguna vez se relegó a segundo plano a Juan Goytisolo, cuando del ganador hoy nadie se acuerda, amén de otros experimentos no siempre literarios. Pero el Nadal es el Nadal. Y muchas veces, como ahora con Zarraluki, el premio se premia a sí mismo.