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Reportaje:CINE DE ORO

'Doctor Zhivago'

EL PAÍS ofrece mañana, sábado, por 8,95 euros, el libro-DVD del filme de David Lean

El trabajo del tiempo ha puesto a las superproducciones de David Lean Lawrence de Arabia y Doctor Zhivago en el lugar que les corresponde, es decir, entre las obras maestras de la historia del cine. Rodadas ambas en un periodo tan problemático para el cine estadounidense como fueron los años sesenta, en los que el saber narrativo clásico había entrado en crisis, no otro, sin embargo, es el saber del que David Lean se vale. No son, tampoco -como sucedía en algunos westerns inolvidables de la época, como El hombre que mató a Liberty Valance o Duelo en la alta sierra-, películas que se inscriban dentro de un clima crepuscular; muy al contrario, pese a sus desenlaces tristes, ahondan en los rasgos más emocionantes de la épica o, por expresarlo de otra forma, en un esplendor que sólo es propio de ciertas ficciones cinematográficas.

En el corazón del Doctor Zhivago se encuentra Lara (o, mejor dicho, la actriz que la interpreta, una inconmensurable Julie Christie) de un modo parecido al que T. E. Lawrence (o el maravilloso Peter O'Toole) ocupaba el centro del otro filme de Lean. Esto, en principio, podía hacer pensar que la primera de las dos películas mencionadas sufre de algún desequilibrio, pues no es Yuri Zhivago, su protagonista, tan absorbente y complejo como T. E. Lawrence en la interpretación de O' Toole. En esto Lean, a mi juicio, es totalmente irrespetuoso con el original literario del que parte, la novela de Borís Pasternak. El doctor Zhivago del filme (acompañado por las obvias limitaciones de su intérprete, Omar Sharif) aparece como un personaje desdibujado o, a lo sumo, como uno de esos caracteres de voluntad débil tan frecuentes en las obras de ficción del siglo pasado. Desde luego, no se atisban en él los rasgos fascinantes del poeta genial que parece ser, ni ninguna cualidad que desmienta un talante tan bonancible como anodino. Y, sin embargo, la Lara de la que nos habla la historia de Zhivago no puede ser otra que la de los poemas de éste; quiero decir que tanto Julie Christie como David Lean construyen un personaje mítico en medio de un drama histórico, y hacen así que su supuesto creador -Zhivago- ocupe un segundo plano en lo que se nos está contando.

Y el contexto de lo que se nos cuenta no es otro que cómo los anhelos colectivos de un pueblo -el ruso- funcionan como carburante para la imposición de un régimen de pesadilla. Vista 40 años después de su rodaje, el espectador occidental puede juzgar mejor con qué acierto está dado aquel contexto, y el carácter profundamente transgresor de usarlo, como hizo Borís Pasternak, como fondo para un drama romántico. A diferencia de lo que decía acerca de su personaje central, David Lean sí es fiel en su relato al más sublime romanticismo enmarcado en unas coordenadas de violencia y horror. La historia de Yuri y Lara se encuentra enfatizada en todo momento por la fugacidad que acompaña a las emociones más intensas y por la certeza de su desenlace trágico.

En un filme donde el paisaje y la música puntean una épica de los sentimientos que adquiere una cualidad simbólica -según Antonio Gamoneda, esencial a todo arte-, la Rusia del inglés Lean no tiene ningún afán por representar región alguna de la realidad, sino más bien expresa el potencial del cine para crear otros mundos que, tal vez, nos hagan comprender mejor el que tenemos delante. En su ritmo, la narración mantiene la grandeza del cine hollywoodense, ese cine que para Orson Welles se asemeja al Renacimiento en cuanto a que sólo durante muy poco tiempo (entre los años treinta y finales de los cincuenta del siglo XX) se hizo posible aquel milagro. Ciertamente, Lean no es un pálido reflejo de aquella forma de rodar, sino -y en esto creo que los años lo han situado en el lugar de honor que le corresponde- alguien que de forma anómala supo conjugar la sensibilidad del artista con los medios de la gran industria (mezcla que, como es sabido, define la cualidad del cine clásico estadounidense). Digo de forma anómala porque hay muy pocos directores después de los años cincuenta a los que se les pueda considerar auténticos clásicos. Y menos si tenemos en cuenta que las películas de Lean a las que me refiero son superproducciones, siendo ese género, en opinión de Víctor Erice, el que más ha contribuido a que lo que antes llamábamos cine haya dado paso a la degradación de lo audiovisual.

Dentro de lo audiovisual no habría espacio para una elegía de dimensiones operísticas como es el Doctor Zhivago. El uso que del color o del cinemascope hace Lean pocas veces ha alcanzado mayor viveza en la expresión de emociones. Recursos que en otra gramática fílmica alejada de lo clásico no serían sino polvo, adquieren aquí el valor de lo memorable. Las imágenes, las voces, la melodía son la propia historia que se nos narra; los desgarros que acaban por consumir a los personajes sólo se hacen posibles en su expresión cinematográfica. De este modo, un melodrama histórico atrapa toda la sutileza de la intimidad, la pasión de las leyendas, el resonar inolvidable del desencanto.

Tanto en cada una de sus a menudo largas secuencias como en su conjunto, Doctor Zhivago despliega una estructura de completa armonía, en ese punto en que lo cinematográfico guarda un especial vínculo con lo musical. La búsqueda de la hija de Zhivago que lleva a cabo el personaje de Alec Guinness -hermano de Yuri- desde un presente en el que (y en esto el filme es estrictamente irónico) los sacrificios revolucionarios justifican una supuesta prosperidad, es la búsqueda de lo inasible del amor, de esa nota de balalaica tras la que quedaron perdidos los individuos bajo una realidad pavorosa. Sólo imbuyendo en los aromas de lo legendario el comportamiento de esos individuos, David Lean -al igual que Pasternak- evita que caigan en el olvido. La narración termina por ser el relato de un pasado intenso cuyo fulgor sólo sigue vivo más allá de los márgenes de la historia.

Frente a la uniformidad de la naciente Unión Soviética, Doctor Zhivago refleja un gusto constante por detalles que nunca son anecdóticos, y la peripecia que esos detalles sostienen no puede ser más conmovedora. Pocos espectadores evitarán, cada vez que se acerquen a este filme, que las lágrimas asomen en sus ojos como reconocimiento a su auténtica emotividad, y ninguno de ellos olvidará esa melodía visual que condensan los ojos de Lara.

Este texto se incluye en el libro-DVD de Doctor Zhivago, que se ofrece mañana, sábado, por 8,95 euros, al comprar EL PAÍS.

Omar Sharif, Geraldine Chaplin y Julie Christie (de izquierda a derecha), en una imagen de <i>Doctor Zhivago,<i> de David Lean.
Omar Sharif, Geraldine Chaplin y Julie Christie (de izquierda a derecha), en una imagen de Doctor Zhivago, de David Lean.

Romanticismo y terror político

Doctor Zhivago se realizó en 1965. Fueron sus principales intérpretes Omar Sharif, Julie Christie, Geraldine Chaplin, Rod Steiger, Alec Guinness, Tom Courtenay, Ralph Richardson, Rita Tushingham y Siobhan McKenna. Director: David Lean. Productores: David Lean y Carlo Ponti para Metro Goldwyn Mayer. Guión: Robert Bolt, adaptación de la novela homónima del premio Nobel de Literatura Borís Pasternak. Director de fotografía: Freddie Young. Banda sonora original: Maurice Jarre. Vestuario: Phyllis Dalton. Decoradores: John Box, Terence Mars y Dario Simoni.

La superproducción de David Lean consiguió en 1966 los oscars de mejor guión adaptado, fotografía, banda sonora original, vestuario y decorados.

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