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La despolarización necesaria

El 31 de enero los ministros de Exteriores de la Unión Europea ratificarán lo que ya ocurrió: la normalización de las relaciones con Cuba luego de las sanciones impuestas por la ola represiva de 2003. La Administración de Bush y algunos sectores del Miami cubano rechazan de plano cualquier reblandecimiento -o lo que se perciba como tal- ante el régimen de Fidel Castro. EE UU y la línea dura del exilio sólo admiten una política de confrontación mientras, que la UE casi siempre prefiere el poder blando.

La decisión de la UE trata simplemente de recuperar una interlocución con el Gobierno cubano y un contacto más fluido con la sociedad civil y la oposición. A estas alturas ni la UE ni nadie comprometido con una Cuba democrática guarda ilusión alguna respecto a un diálogo serio mientras Castro reine. La llamada normalización responde esencialmente a las exigencias del día después del velorio, es decir, a la necesidad de reforzar desde ahora la comunicación con los actores fundamentales -Gobierno, sociedad civil y oposición- que determinarán el futuro de Cuba cuando el Comandante haya pasado a mejor vida.

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EE UU, por el contrario, casi nunca ha aplicado a Cuba su considerable poder blando. Así y todo, la política del embargo cedería si la comunidad cubana en Miami lo reclamara. Encuestas recientes en dicha comunidad registran opiniones aparentemente esquizofrénicas: aunque un 62% considera que el embargo ha fracasado, un 66% lo apoya. Las apariencias, no obstante, engañan. El embargo, evidentemente, no ha logrado su objetivo, pues el régimen sigue en pie. A la vez, la política del compromiso constructivo tampoco ha sido efectiva. Cuando se emprendió a principios de los noventa, ésta buscaba incentivar reformas económicas de peso y un cierto aflojamiento de la represión. Estos fines tampoco se cumplieron por el afán absolutista de la cúpula en Cuba. Por consiguiente, la mayoría proembargo en Miami prefiere apoyar una política fallida que apuntarse a una de poder blando que -a su entender- equivale a rendirse ante Castro.

La revolución fijó una polarización política que todavía perdura. Para recomponer a Cuba, los cubanos tendremos que alejarnos de los polos y abrir espacios hacia el centro donde, en definitiva, pactaremos la convivencia cívica. Si bien ese centro político amplio e imprescindible aún no se divisa, los cubanos -de parte y parte- hemos dado algunos pasos decisivos en otros planos como el de la reconciliación familiar. La separación de las familias ha sido uno de los costes más altos cobrados por la revolución. A lo largo de los noventa, la mayoría -aunque la de Miami apoyara al embargo- fue valorando las relaciones familiares por encima de las diferencias políticas. Sin duda, los viajes y el envío de remesas a Cuba contribuyeron a derribar muros. Por eso las medidas restrictivas de los viajes y las remesas decretadas por Washington el año pasado son tan contraproducentes.

La reconciliación política es, ciertamente, la más difícil, ya que depende de un pacto de coexistencia entre los actores políticos anclado en las libertades y los derechos ciudadanos. No obstante, los cubanos también hemos conseguido algunos logros que nos mueven lentamente hacia el centro. A todas luces, los de la Isla -incluso la mayoría dentro del propio régimen- apoyan una reestructuración económica profunda que sólo la terquedad de Castro impide. Esta brecha insalvable entre el Comandante y la sociedad, así como con amplias zonas oficiales es un buen augurio para el día después. Pese a su aferramiento al embargo, el Miami cubano ha cambiado en dos sentidos que también son prometedores.

El primero tiene que ver con la violencia. A lo largo de los sesenta y los setenta, la oposición a la revolución se manifestó violenta en Cuba y desde el exterior. Para fines de los sesenta, la oposición armada en Cuba prácticamente había desaparecido. Un sector militante del exilio, sin embargo, siguió esgrimiendo medios violentos contra objetivos castristas fuera de Cuba. La voladura de una nave de Cubana de Aviación en 1976 fue, sin duda, la acción más deplorable. A la par, algunos exiliados también fueron víctimas -por ejemplo, asesinatos y atentados contra negocios y residencias- por esbozar vías pacíficas contra Castro e, incluso, buscar contactos con Cuba. A fines de los setenta, la incipiente apertura que la Administración de Jimmy Carter intentaba con La Habana provocó un aumento de la violencia.

La elección de Ronald Reagan fue una bendición para la evolución del exilio. Por un lado, la nueva Administración inmediatamente cerró la distensión iniciada por Carter. Por otro, los esfuerzos ya emprendidos por Jorge Más Canosa para crear la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA) encontraron terreno fértil en Washington. A partir de los ochenta, Más Canosa y la FNCA -sin proponérselo- contribuyeron a apartar la violencia como medio principal de la lucha anticastrista al alcanzar éxitos como Radio Martí (1985) y el Cuban Democracy Act (1992) por vías políticas.

Hace 15 años, el exilio se veía a sí mismo como el actor cardinal en la cuestión cubana. Por una parte, a partir de mediados de los setenta, la disidencia en Cuba había alzado la bandera de la resistencia pacífica y el exilio rechazaba ese camino. Por otra, a fines de los ochenta, Gustavo Arcos Bergnes y Elizardo Sánchez Santa Cruz -dos disidentes de primera fila- reclamaron a Castro un gran diálogo nacional entre todos los cubanos incluyendo al exilio. Ambos fueron duramente atacados por gran parte del Miami cubano por el acercamiento al régimen que la propuesta de diálogo implicaba. Con todo, el desmoronamiento pacífico del antiguo bloque socialista y la agrupación de un mayor número de disidentes y opositores en la Isla sirvieron para orientar al exilio hacia Cuba. A lo largo de los noventa, grupos políticos en Miami trabaron vínculos estrechos con organizaciones políticas y de derechos humanos en la Isla. Por estos vínculos que tanto mortifican al régimen, la mayoría del Miami cubano hoy identifica a los cubanos en la Isla como los principales protagonistas del futuro de Cuba. Este reconocimiento es el otro sentido en que la comunidad cubana ha cambiado.

Mientras Castro permanezca al mando, el Miami cubano difícilmente modificará su posición sobre el embargo. Una polarización política tan intensa y duradera como la de Cuba no se destensa a empellones ni de la noche a la mañana. Los cambios que los cubanos en Miami experimentaron a lo largo de los noventa deben ser valorados con miras al futuro. Ambos son positivos y nos mueven hacia la despolarización necesaria para que, finalmente, una Cuba democrática se establezca. De igual modo, no vendría mal que la UE tendiera puentes al Miami cubano desde ahora, ya que -aunque secundario- éste también será un actor en la Cuba del día después del velorio.

Marifeli Pérez-Stable es profesora cubana de Sociología y Antropología en la Universidad Internacional de La Florida y vicepresidenta de Diálogo Interamericano. Autora de La revolución cubana. Orígenes, desarrollo y legado.

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