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Columna
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Confederación europea

A partir de la incorporación a la Unión Europea de España, Portugal y Grecia, la problemática de la ampliación versus profundización opera una clara división entre los Estados-miembros. Los países fundadores optan por el perfeccionamiento de la Unión que consideran una imprescindible etapa previa para cualquier nueva admisión. Sólo cuando la estructura institucional haya sufrido las adaptaciones requeridas y cuando se disponga de los recursos necesarios para su eficaz funcionamiento, tendrá sentido proceder a su ampliación. Por el contrario los Estados, con Gran Bretaña a su cabeza, para los que la Unión es antes que nada un espacio económico, han apostado por la ampliación inmediata y con las menores obligaciones posibles. El Reino Unido -de MacMillan, Thachter, Blair- lleva cuarenta años imponiendo el rumbo de la Europa-mercado y defendiendo que cuantos más Estados, mejor. Su obsesión ampliadora viene de ahí y de su identificación con el antagonismo norteamericano a la Europa potencia política. Por lo que más allá del propósito de pagar la deuda histórica con los países del Este y de reunir en una sola mano a todos los países de Europa, la urgencia de la operación ampliadora y la improvisación con que se realiza, obedece al designio británico de anclarla cuanto antes en la opción atlantista.

La caída del muro de Berlín plantea el tema de la reunificación europea. Mitterrand lo afronta y con el problema de la Gran Europa llegando a la conclusión de la imposibilidad de servirse de la Comunidad Europea y del Consejo de Europa como plataforma de acogida global, lo que obliga a concebir una nueva organización que cumpla la doble función, de satisfacer las aspiraciones inmediatas de los países que acaban de liberarse de la opresión soviética y de responder a su voluntad de incorporarse plenamente al mundo occidental mediante su integración progresiva en la Unión Europea. A dicho fin, el Presidente francés imagina una estructura político-económica, que llama Confederación Europea, a cuya preparación y lanzamiento asocia en 1991 a Vaclav Havel, entonces en la cúspide de su fama, para que el proyecto tenga dos grandes valedores, uno de la vieja y otro de la nueva Europa. Articulado en torno de seis grandes sectores, cada uno con un proyecto mayor que pueda darle consistencia y visibilidad, esta pensado como un proceso de largo decurso, susceptible, por una parte, de dar acomodo definitivo a aquellos Estados que quieren colaborar entre sí pero que no se sienten motivados para incorporarse a una entidad centralmente política; y, por otra parte, funcionar como un ámbito de puesta a punto institucional y de entrenamiento a la integración de los países que aspiran a la Unión Europea.

Con Mitterrand ya en Praga, juntamente con todos los que habíamos participado en el proyecto y habíamos sido invitados a su presentación el 14 de Junio de 1991, una enérgica intervención del Departamento de Estado de los EE UU, que coronaba las presiones de Bush padre sobre Havel, hicieron que se suspendiera su oficialización e impidieron su lanzamiento. Un año después, con ocasión de una visita-conferencia del ex-presidente norteamericano a los Cursos de Verano de El Escorial, que yo entonces presidía, tuve ocasión de oírle confirmar su intervención y explicar las razones por las que EE UU no podía aceptar iniciativas de este tipo. Este capital y fallido episodio de la construcción europea, que pone de relieve la extrema dificultad de un verdadero entendimiento atlántico, proponía una arquitectura institucional, al estilo de los tres círculos actuales de Fabius -Europa inicial, ampliada y asociada-. Se trata de estructuras que sin ser estrictamente unitarias constituyen espacios globales políticamente viables y capaces de responder a las necesidades del sistema europeo y a la estabilidad mundial. Más allá de la Constitución que tenemos entre manos y de las eventuales reticiencias-hostilidad de la opción atlantista, la Confederación como un orden político europeo global es una hipótesis a la que habrá que volver con imaginación y realismo.

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