Filipo, Olimpia, y el Museo y la Biblioteca de Alejandría
Alejandro Magno es una de las figuras señeras de la historia de todos los tiempos y protagonista del tomo quinto de la Historia universal que presenta EL PAÍS. Nacido en Macedonia en el año 316 antes de Cristo, era hijo de Filipo de Macedonia y Olimpia, un hombre de claro talento, astuto, emprendedor, ambicioso y perspicaz, él, y una personalidad extraña y turbulenta, aficionada a lo esotérico, ella.
La sombra del potro
Al contrario de lo que podría pensarse de un héroe, al joven Alejandro no le gustaban las carreras de caballos pero sí montar en ellos, ni los ejercicios atléticos, actividades favoritas de Filipo. Entre las anécdotas que se cuentan de su perspicacia está la de haber domado al potro salvaje Bucentauro al percatarse de que lo que le asustaba era su propia sombra, y lo consiguió poniéndole de cara al sol.
El futuro rey recibió durante cuatro años las lecciones que le dio Aristóteles. Durante el resto de su vida leía una copia de La Ilíada, anotada por el filósofo, antes de dormir y la guardaba bajo la almohada junto a una daga. Sucedió a su padre, que fue asesinado. Se cree que en la conspiración intervino la madre. E inmediatamente emprendió la conquista de Asia.
Alejandro fundó sobre una lengua de tierra paralela al mar y provista de agua dulce gracias a un brazo del Nilo la ciudad que lleva su nombre, Alejandría; llegó a ser el primer puerto del Mediterráneo y la capital de las artes y las letras.
En el Museo y la Biblioteca, fundadas después de la desaparición de Alejandro, estudiaron algunos sabios de la época, como Aristarco de Samos, que explicó la teoría heliocéntrica 1.800 años antes que Copérnico; Hiparco, que estableció un catálogo de estrellas y una lista de eclipses de Sol y de Luna, o Eratóstenes de Cirene, que midió la circunferencia terrestre ¡con un error de 385 kilómetros!
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