El vía crucis de la inmigración
Hace pocos días tuve ocasión de escuchar un discurso de destacadas figuras políticas (cuyo nombre no viene al caso) con motivo de un concierto organizado por la Casa Asia. Entre otras cosas, se habló apasionadamente del espíritu de apertura hacia países extranjeros.
Señores, antes de comenzar grandiosos proyectos, miren su ombligo. ¿Qué utilidad tienen estos proyectos y actos si luego la normativa en materia de inmigración está anquilosada y no sigue ningún patrón lógico?
Les cito algunos ejemplos: para tramitar el visado de estudiante, el potencial alumno sólo puede hacerlo desde su país. Esto se traduce a menudo en que primero deben venir con visado de turista, para informarse, y luego deben volver a su país para gestionar todos los trámites a distancia. ¿Cuál es la lógica de esto?
Otro ejemplo, también kafkiano: para solicitar una prórroga de estancia como turista, el candidato debe tener un sello de entrada en España. Pero se da la circunstancia de que, por el tratado de Schengen, no hay controles entre las fronteras de los países adscritos a este tratado, por lo que, por ejemplo, una persona que venga a España, vía Francfort, tendrá el sello de Alemania, pero no el de España. ¿Por qué estos sellos no son equivalentes?
Y, por último, una persona que consiga una oferta de trabajo debe esperar una media de 12 meses para que se le tramite el permiso de trabajo. ¿Qué empresa puede esperar este tiempo? Y aún más, si una empresa expresa su interés en contratar a una persona, ¿qué derecho tiene a poner trabas el departamento de inmigración?
La misión de este departamento debería ser controlar y gestionar, pero actualmente parece que, quizá debido a este anquilosamiento legal, sólo puedan dedicarse a entorpecer.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.