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Columna
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DDT

Vicente Molina Foix

Los copitos de nieve y la ventisca de los últimos días han limpiado algo el enrarecido cielo de Madrid, pero no su suelo. Una gran cantidad de personas que desfilaban escudadas bajo la advocación de las víctimas del terrorismo, hollaron como animales desbocados el pavimento de la Gran Vía, de Alcalá, de Peligros, de Caballero de Gracia y Montera, calles que, de haber tenido adoquines en vez de asfalto, podrían haberse convertido en la pista de lanzamiento de proyectiles contra los altos cargos del PSOE presentes en la manifestación y contra las ventanas de la SER. Yo lo vi.

A las cuatro y media de la tarde del pasado sábado, el taxista que me llevaba desde Príncipe de Vergara hacia la Plaza de España tuvo que detenerse y desviarse. La circulación de vehículos estaba cortada a la altura de Cibeles, y le pregunté por qué: por la manifestación, me dijo. ¿De quién? Las víctimas del terrorismo. Me extrañó no haber leído nada en la prensa, pero uno a veces se distrae en la lectura, o lee el periódico indebido. En el desvío vi grupos de manifestantes que bajaban por el Paseo de Recoletos muy bien pertrechados de banderas españolas, llevando algunos pancartas que, dada la lenta marcha del taxi, pude leer desde la ventanilla. Unas eran perfectamente subscribibles, otras irreprochables, otras sospechosas de cierto partidismo derechista, y una, la última que distinguí, tan inescrutable como intolerable: "Bono, amigo de los maricas".

La portaba un señor de mediana edad con abrigo y sombrero tirolés, que daba la mano libre a una niña monísima de rasgos completamente orientales. Los conceptos de víctima del terrorismo, asesino 'abertzale', orgullo gay, solidaridad con los afectados por el tsunami, adopción de niños desvalidos de países remotos, se mezclaron unos instantes -sin solución- en mi cabeza, hasta que llegamos por fin a mi destino. Acabada la cita que tenía en la plaza de España subí andando Gran Vía arriba en dirección a la Red de San Luis y así tuve la oportunidad de seguir algunos de los sucesos por todos conocidos.

El asco que sentí en el tiempo de permanencia cerca de los últimos 'cruzados' del sábado no me hizo, sin embargo, olvidar otros sentimientos anteriores vividos en San Sebastián e igualmente marcados por la repugnancia y la pena. Me refiero a las dos ocasiones en que viajé a la capital guipuzcoana para asistir a manifestaciones convocadas por la organización '¡Basta ya!', actos distinguidos por la notoria ausencia del alcalde socialista Odón Elorza, una figura política para mí tan siniestra como las de los furibundos cargos del PP que en su día votaron la invasión ilegal de Irak y el sábado daban golpes bajos a Bono, a Rosa Díez, a Jordi Sevilla y al mundo 'libertino' en general. De hecho, siempre he pensado que, aun rechazando de manera acérrima la ideología, el historial y las políticas del PP, de estar yo empadronado en Donostia antes daría mi voto municipal a María San Gil que a Elorza o, por supuesto, al candidato de IU, partido en el País Vasco tan interesadamente cómplice de las fuerzas más retrógradas del nacionalismo 'étnico'.

Las víctimas. Es innegable que a las del terrorismo etarra y a sus familiares se ha tardado demasiado tiempo en considerarlas como tal, en honrarlas y asistirlas, y la izquierda fue a ese respecto lenta de reflejos y a menudo hipócrita. Pero ser víctima o superviviente de las víctimas no hace automáticamente dignos o ejemplares a los seres humanos. El presidente de la AVT Francisco José Alcaraz tiene toda mi solidaridad como hermano y tío de tres inocentes asesinados en uno de los más sangrientos atentados de ETA, pero si quiere ayudar a su asociación a mantener el respeto y apoyo de los demócratas de este país debería dejar de pedir incongruentemente la dimisión de Peces-Barba y dimitir él mismo de su puesto en la AVT. El señor Alcaraz es una persona mal encarada, mal hablada (algo impropio en quien tiene el cometido de portavoz) y que en sus últimas actuaciones públicas (fue en ese sentido llamativo el contraste con Pilar Manjón en la comparecencia parlamentaria de ambos) revela un reaccionario seguidismo 'aznaro-rajoysta'. Hay que desinfectar a grupos que en nombre de sus muertos dan licencia de injuria a otras víctimas de una más larga historia de persecución y castigo social y físico: los supuestos "amigos maricas" del ministro.

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