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Tribuna:
Tribuna
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Los virus andan sueltos

Hay personas y grupos que no encuentran paz en la paz, y se las arreglan para hacer de los problemas conflictos divisores. Algo así pasa por aquí, se manifiesta como un malestar que padecemos todos. Hay algo que da vueltas e incomoda, como si alguien estuviese revolviéndonos con un palo el estómago un día y otro, run, run.

Pero no son las grandes desgracias, las verdaderas, las que nos perturban, no. En realidad son palabras lo que nos está molestando, cosas que se oyen aquí o allí, en una tele o una radio, que se cuentan, que se leen en un periódico. Cosas que se dicen. Palabras fuertes; palabras que llevan mucho peso dentro, un peso oscuro y grimoso. No gusta oírlas pero nos llegan un día y otro.

En los últimos meses se ha oído de todo. A familiares de asesinados en atentado terrorista les gritaban "malos españoles", "meteos vuestros muertos por el culo". Y ya no nos sorprendemos de que políticos o columnistas de prensa unan e igualen a terroristas con nacionalistas vascos, o catalanes. Y así se les llama con todas las letras, "asesinos". Desde la oposición se ha dicho un día que el Gobierno ha dejado todo sembrado de bombas. Otro día que los que gobiernan "empezaron la guerra del 36". Otro día que hay que suspender la autonomía a los vascos como en el 34 a los catalanes. Emisoras de radio han difundido boicots a productos comerciales por ser de un lugar o de otro. La emisora de la comisión episcopal emite a diario sospechas, rumores y acusaciones, y en ella se ha faltado al respeto a todas las instituciones del Estado. Hemos visto a los obispos entrar directamente en la vida política pronunciándose hoy sobre una ley civil y mañana sobre el tema vasco. Hemos leído solemnes tribunas advirtiendo de que "un cáncer amenaza muy seriamente la unidad de España", un cáncer generado "por un virus antiespañol" y que "no se cura con pomadas". ¿Qué corresponde entonces para tratar ese cáncer que no curan medicinas? ¿La cirugía quizá? ¿Buscamos a un cirujano de hierro acaso? Tuvimos uno, durante 40 años. Él abrió y amputó, y una buena parte de nuestros males nos vienen heredados de entonces. Aún nos estamos recuperando. Así que, mejor sigamos con la medicina convencional, la medicina democrática con sus instrumentos: dialogar, discutir y buscar entendimientos y aceptaciones.

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Como ya éramos pocos, otros hacen planteamientos políticos que parecen sacados de un cuento infantil, como si hubiese países imaginarios con casitas en montañas y valles bucólicos que viviesen fuera de nuestro mundo industrial y complejo, en una burbuja particular fuera del tiempo. Como si una persona o todo un pueblo pudiesen existir en el aire, fuera de todo contexto, sea español, sea europeo. Para expresar a las personas y los pueblos no habrá soluciones políticas factibles, y que mejoren lo que ya hay, si no se comprende que no hay avance hacia atrás: los espacios nacionales se construyen hoy avanzando por este siglo XXI, que para todos es decididamente europeo, y no por el XIX, que extendió los Estados nacionales. Las ideas nacionales literarias generan políticas obcecadas que complican lo que se quiere resolver. Y a veces dan carburante a quien busca disculpas y puntos débiles para reventar la convivencia.

Pero aquí y allí leemos y oímos esas frases violentas, palabras sueltas, cada una en un contexto diferente; casi aparece alguna acompañando a cada noticia, hagan la prueba. Son palabras que, en realidad, llevan intención. Y si anotamos y reunimos todas esas palabras sueltas, de distinto tamaño y color, unas oídas y otras leídas, podremos leer todo seguido y de forma coherente el viejo discurso tan familiar de nuestra ultraderecha. Una tradición política que ahora no se presenta con un cuerpo o forma reconocible, unas siglas concretas, ahora la ultraderecha se ha vuelto proteica, multiforme y tecnológica. Es un ser que sabe que el modo de circular con fluidez es, por ahora, limitarse a que sus mensajes aparezcan sin remite ideológico, y en lugares diversos, en una columna de periódico aquí, una tribuna incendiaria allá, un sermón en la radio... Reclamaciones airadas, con profunda y sentida indignación, tanta que incluso parecen de izquierdas. Porque cuando no se acepta la política democrática, cuando el discurso se reduce a mantener una posición extrema, izquierda y derecha se funden con facilidad en un mismo animal desafiante.

Y en este país donde, después de una guerra civil cruel y una dictadura larga y no menos cruel, nadie se ha hecho una autocrítica, podrían al menos los intelectuales empezar a ser más prudentes. Los manipuladores de palabras podrían, por ejemplo, dejar de utilizar por una temporada los signos de exclamación, y exponer sus consideraciones en un tono bajo de voz. Porque las palabras las carga el diablo.

Y, ya puestos, podríamos todos mirarnos la tensión. Unos más que otros. Porque parece que con tal de que haya bronca cualquier cosa vale, no hay pega. Igual se denuncia un día un atropello contra la libertad de expresión que se denuncia la corrupción, la que sea, la que haya. Aquí se anuncia para mañana o pasado la muerte de España, una, allí se clama contra el terrorismo y sus cómplices, que, miren que es casualidad, son a su vez cómplices del Gobierno... Todos son cómplices, todos son culpables. Un cuadro apocalíptico que legitima cualquier cosa. Legitima, desde luego, no aceptar que quien ha ganado las elecciones gobierne. Legitima boicots, provocar una vida social y política caótica. Legitima la intoxicación de la sociedad con miedos y rencores.

Todas esas voces son las de un animal que huele a rancio y a miedo. ¿Pero quién controla ese animal? No parece ser nadie concreto. Es el propio animal el que actúa con instintiva conciencia colectiva, como un virus que se reparte y expande, moviéndose constantemente con rumor sordo.

No sólo debemos temer al virus del pollo, al de las vacas locas, a los de Internet. La ultraderecha hoy en España es un virus mutado que ha nacido del tejido humano de ambientes y familias de tradición franquista, gentes que hace unas décadas sentían incomodidad e inseguridad por su origen y aceptaron jugar a ser demócratas, pero que ahora se expresan con seguridad y contundencia. Probablemente porque han vivido la experiencia de que gobiernen otros, los otros, y sienten que España son ellos; pues cuando decimos que esta España es un cachondeo que degenera estamos diciendo que la verdadera España es aquella otra. Aquella de la que venimos y que recordamos. ¡Ah, aquella infancia en orden, aquella juventud alegre! (¡Viejos tiempos, buenos tiempos! ¿Y no habría posibilidad de recuperarlos de algún modo? Recuperar algunas cosas buenas, ¡pues no todas eran malas!) A este humus social se le han unido periodistas con sus heridas abiertas e infectadas y que conocen los resortes de la comunicación y de la irracionalidad de las sociedades.

Esa ultraderecha mutante se expresa por todos los medios de comunicación, de la radio al chat. Sus voces se entremezclan entre la masa de gente, y la gente en este país siempre estamos disgustados y críticos hacia algo; esas voces aquí y allí son la levadura necesaria para que la gente nos transformemos primero en masa y luego en chusma. Cuando la gente nos transformamos en un irracional colectivo enfadado y excitado es el momento de la extrema derecha. El objetivo de este virus es contaminarnos a todos en mayor o menor medida, intoxicar completamente el discurso de la derecha y apoderarse de su partido. La consecuencia, a corto plazo, sería que la derecha estaría inhabilitada para ganar unas elecciones, pero a medio plazo se deterioraría el sistema político y se desestabilizaría la sociedad.

Este virus está actuando entre nosotros y debemos conocer sus consecuencias.

También el modo de reconocerlo. Probablemente el mejor modo de detectarlo sea un remedio casero, cuando oigamos a alguien que anuncia catástrofes o que clama indignado contra la corrupción, la debilidad del Gobierno, los nacionalistas o lo que toque podemos preguntarnos, ¿realmente quiere que se arregle el problema o pretende lo contrario, que el problema se encone y que reviente todo? Esa pregunta es piedra de toque.

Seguramente todos hayamos sido ya tocados por el tal virus, pero algunos están intoxicados y otros son difusores conscientes. En todo caso, lo que más preocupa es oír síntomas del virus en políticos. Preocupa que jueguen con algunas palabras que tienen poder mágico, que atraen a los fantasmas. Palabras que un político tiene que manejar con cuidado, o no usar y dejar guardadas, como convocar el año 34, o traer a nuestro presente salvajadas del 36. Quienes juegan así con las palabras, ¿a qué juegan? ¿Qué es lo que quieren?

Suso de Toro es escritor.

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