Indignante pasividad
La noche del domingo 23 de enero fui testigo en la estación de metro de Latina de Madrid de una brutal agresión por parte de un hombre a una mujer, ante la horrorizada mirada de un niño de unos 5 años que iba con ellos.
El hombre, de entre 30 y 40 años, golpeó repetidas veces a su acompañante, ante la incredulidad y la indignación de las personas que estábamos en el andén a las que insultó, llegando a agredirme cuando traté de intervenir en defensa de la mujer, como intentaban hacer otras personas.
Ni el vigilante ni el personal del metro fueron capaces de poner fin a la agresión, ni dar parte a la policía hasta que, a las 21.50, varias personas subimos a la taquilla del metro para solicitar que llamaran al 091. Pasadas las 22.30, y después de que el agresor y sus víctimas se marcharan en el metro, sin que el vigilante de la estación le pidiera la documentación o diera parte a los cuerpos de seguridad del Estado; la policía, a la que llamé repetidas veces desde mi móvil, seguía sin venir.
El personal del Metro se resistió, poniendo todo tipo de trabas a que redactáramos una reclamación (al final lo conseguimos) por la frialdad y pasividad con la que reaccionaron tanto los empleados de la estación como la policía.
Esta última alegó, ante la insistencia de mis llamadas, que ya estaba informada y que no era necesario nuestro testimonio, ni tan siquiera para relatar lo sucedido. Ahora comprendo cómo es posible que el año pasado murieran más de 80 mujeres en este país, después de lo visto el pasado domingo lo que no me explico es como no mueren más. A estas horas no sólo me angustia saber cómo habrá acabado esa pobre mujer, sino qué haré la próxima vez que sea testigo de actos violentos, a la vista de "la eficaz y contundente actuación" de quienes han de protegernos.
