El año del milagro
Los dos grandes marcos conceptuales de la física contemporánea son la relatividad y la mecánica cuántica, dos teorías que violan nuestra percepción intuitiva del mundo -implican que el tiempo puede dilatarse, que la masa equivale a la energía, que la luz está hecha de partículas-, pero que han demostrado su exactitud más allá de toda duda razonable. Ya resulta bastante extraño que estos dos pilares fundamentales de la ciencia sólo tengan un siglo. Pero el hecho de que ambos fueran formulados con sólo unos meses de diferencia por un oficinista de patentes de 26 años roza lo inverosímil. Y sin embargo así fue. El de 1905 fue el annus mirabilis de Albert Einstein, el año en que uno de los mayores genios creativos de la historia cambió la física y el mundo.
Einstein no construyó sus grandes teorías desde abajo, sino desde arriba, reflexionando en profundidad sobre los desajustes entre las distintas áreas de la física de su tiempo. Pero también hizo explícitas las predicciones de sus ideas, de manera que los experimentos pudieran confirmarlas o refutarlas con nitidez, y sus teorías han superado hasta ahora todos esos desafíos. Sin su trabajo no existiría la televisión, el ordenador o el láser -tampoco la bomba atómica-, pero su motivación no tenía nada que ver con la búsqueda de esas aplicaciones prácticas. Su fe, si tenía una, era que el mundo es comprensible. Esa actitud, paradójicamente, le impidió aceptar el extraño cuadro de la realidad que pintaba la física cuántica, una revolución que él mismo contribuyó decisivamente a disparar.
La física actual le debe a Einstein más que a ningún otro científico desde Newton, pero ¿qué lección cabe extraer de su figura? El genio judío y alemán demostró como nadie el gran valor científico de la profundidad teórica, de la búsqueda de la coherencia y de la honradez intelectual, pero esos son valores que todos los investigadores comparten. No hay una receta para enseñar a los estudiantes a pensar como Einstein. Ni siquiera él, cuando le llegó la fama, parecía entender a qué venía tanto revuelo. Sus inventos dejaron con la boca abierta a todo el mundo menos a él mismo, que los había creado con una naturalidad pasmosa. Sólo cabe esperar que cuando aparezca otro Einstein seamos lo bastante inteligentes como para reconocerle.
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