La virtud incorpórea
Un señor, Joan Ducros, trabaja desde hace algún tiempo en una idea admirable. El corpus literario de la ciudad de Barcelona. Lo está reuniendo en la página www.joanducros.net/corpus y pueden ayudarle, que lo reclama. Los números que presenta ya van siendo estimables: 413 autores y 821 obras indexadas. Hay libros en catalán, en castellano y en lenguas extranjeras. Y artículos periodísticos. No conozco nada igual sobre Barcelona. Lo más próximo sería el excelente ágape de citas barcelonesas que Lluís Permanyer organizó hace años y donde se dicen tantas agudezas sobre la ciudad y sus habitantes.
La página de Ducros no se limita a dar cuenta de los textos con fondo o forma barcelonesa, sino que ofrece biografías ceñidas de sus autores y un resumen, por lo general bien hecho, de las obras. Y fotos también. Se trata del estupendo corazón de un particular aplicado a un objeto de conocimiento desbordante.
Hace cerca de 80 años, Julio Camba escribió un artículo sobre Cataluña en el que cifró la diferencia en una cuestión de acento
A medida que el corpus literario vaya engordando, serán posibles algunas operaciones literarias y sociológicas del más alto interés. Una que lleva tiempo rondándome es el estado, entre la realidad y el deseo, de algunos tópicos sobre los barceloneses e, inevitablemente, sobre los catalanes en general. Cómo esos tópicos cuajaron, quiénes fueron los máximos responsables de su difusión y sobre todo, ya digo, qué grado de veracidad alcanzan. Para acometer una operación de tal índole la primera condición, naturalmente, es subrayar el carácter imaginario de algo que sea los barceloneses con relación a defectos o virtudes no necesariamente teologales, como la laboriosidad, la avaricia o la ironía. La atribución colectiva no es nada más que las reglas del juego. Es un juego, quiero decir.
En este sentido, uno de los grandes misterios a los que se encara el decodificador plus del alma catalana es, justamente, el de la ironía. La especie que ha hecho de este pueblo un pueblo irónico. En mis rastreos, puramente aficionados, sobre este asunto suelo toparme con una característica sorpresiva y hasta inquietante. La ironía se presenta como una antigua característica de Barcino, hoy desdichadamente perdida. El problema es que la meditación sobre el irónico paraíso perdido puede darse por igual en un comentario sobre Josep Pla como sobre Ausiàs March. Hasta donde yo he podido entender, jamás me he encontrado con que esa meditación sea irónica. Tampoco he leído precisiones sobre algo que me parece importante. Esto es, que la ironía proyectada sobre los otros es relativamente fácil de encontrar allende los pueblos. Una virtud transversal más que teologal. Y cualquiera sabe que la única ironía que cuenta es la que se proyecta sobre uno mismo y su pequeño reino animal.
Lo cierto es que tengo una deuda de gratitud con Ducros y que voy a pagarla al hilo de todo esto, sugiriéndole con solemnidad que incluya en el corpus el artículo que Julio Camba publicó el 6 de agosto de 1917 en el diario Abc, y que tituló: "Cataluña y el humorismo o una cuestión de incompatibilidad". Cuando lo escribió, Camba llevaba unas semanas en Barcelona, como enviado especial del periódico. Publicó varios artículos, que hace poco fueron cuidadosamente extraídos por Xavier Pericay. En uno de ellos ironizaba sobre el acento catalán y venía a decir que los catalanes hablan catalán porque, hablando castellano, su acento resulta insoportable. Yo creo que Camba decía en ese artículo lo que es obvio: que las diferencias entre catalán y castellano son una cuestión de acento. Pero él era un irónico. Camba había escrito párrafos de una ironía igualmente memorable sobre italianos, alemanes, franceses y americanos. Y cabe decir que alguna vez tuvo problemas, porque la ausencia de autoironía (insisto: pleonasmo) está muy recorrida. Y en Barcelona los tuvo. El artículo cuya inclusión sugiero recoge los insultos que los barceloneses, mediante cartas particulares y artículos de prensa, destinaron a Camba por ironizar sobre la lengua. Son 25. Camba los clasifica en zoológicos, patológicos y varios, los pone uno debajo de otro y el conjunto queda gráficamente muy vistoso. El primer insulto es reptil. El segundo, hiena. El más injusto, almibarado. El más significativo, Quijote, que sería por no mancharse llamándole español. El menos erróneo quizá fuese vampiro. Un amigo retórico le daba la clave de tanta exuberancia: "Es que los catalanes lo perdonan todo -me dice un amigo-, menos el que les hagan bromas acerca del acento. En el fondo la cuestión del acento es la única que les interesa. Les interesa mucho más que la misma cuestión de la autonomía".
Se trata de uno de los grandes artículos que escribió Camba. Clava, finísimo, en diversas texturas melifluas del élan patriótico. Y en una especialmente dolorosa. Camba se declara entusiasta de la Cataluña política. De su autonomía. Y de sus derechos. Pero recuerda que ese derecho no es el resultado de una superioridad. De la asimetría, diríamos en tiempos modernos. Es resultado de la diferencia. De decir "salsicha por salchicha", eso es lo que dice. Se trata de una breve y profunda lección moral sobre la ironía y se impartió hace casi 80 años.
Al corpus, que no es de sangre.
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