Un año para la historia
Ahora que más de 200.000 muertos y cinco millones de damnificados pesan sobre el ánimo de la comunidad internacional, la cuestión que nos obsesiona a todos es si este espanto se podría haber evitado. Dicho de otro modo, ¿qué podemos hacer para impedir que los desastres naturales se conviertan casi invariablemente en crisis humanitarias? Los sistemas de alerta temprana, la ayuda de emergencia y la eficacia a la hora de responder a la catástrofe juegan un papel esencial, pero ninguna medida sería más eficaz que evitar la tragedia antes de que se produzca. Para más de cien países en desarrollo situados en zonas de riesgo, la pobreza es al mismo tiempo causa y consecuencia de los desastres naturales. Un esfuerzo decidido para acabar con la miseria y la desigualdad en estas regiones contribuiría de manera definitiva a reducir el riesgo de futuras crisis humanitarias, y 2005 es un año clave para intentarlo.
Los líderes de los países desarrollados pueden sacar en 2005 a millones de personas de la miseria
Los estudios de la Unidad de Reducción de Desastres de Naciones Unidas muestran hasta qué punto el nivel de desarrollo influye en el riesgo que suponen los desastres naturales. Los países pobres acumulan 98 de cada 100 muertos producidos en estas catástrofes durante los últimos veinte años. También han cargado con la mayor parte de los costes económicos, que sólo en la década de los noventa alcanzaron los 660.000 millones de dólares. La falta de infraestructuras y servicios sociales básicos incrementa la vulnerabilidad de las poblaciones pobres ante los desastres naturales, agravando sus efectos, multiplicando los costes de la reconstrucción e hipotecando el futuro de las zonas afectadas durante años. Mozambique es un buen ejemplo: en los meses previos a las inundaciones de 2000 el Gobierno solicitó a la comunidad internacional 10 millones de dólares para preparar sus infraestructuras frente a las lluvias. La ayuda nunca llegó y la catástrofe natural se convirtió en una crisis humanitaria que alcanzó a dos millones de personas y exigió 100 millones de dólares en programas de reconstrucción.
Nos encontramos ante una decisión simple: lamentarse ahora y esperar a que llegue la próxima catástrofe, o poner sobre la mesa los recursos necesarios para reducir la pobreza y la desigualdad que se esconden tras desastres como el de Asia. La ocasión es histórica. En 2005 los líderes de los países desarrollados tienen la oportunidad de sacar a millones de personas de la miseria. A lo largo de este año tendrán lugar varias reuniones clave en la lucha contra la pobreza: la Cumbre del G 8 sobre África, la sesión especial de la Asamblea de la ONU sobre los Objetivos del Milenio y la VI Conferencia de la Organización Mundial del Comercio. Tres ocasiones de oro para hablar de la ayuda al desarrollo, la condonación de deuda externa y las reglas del comercio internacional, instrumentos críticos para el futuro de las poblaciones más pobres del planeta.
Los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) acordados por los líderes mundiales en 2000 constituyen un conjunto de medidas para reducir a la mitad la pobreza y el hambre, garantizar educación para todos, detener el avance de enfermedades como el VIH / sida y ralentizar el deterioro medioambiental. La mayor parte de estas medidas tiene como horizonte 2015, y han sido elaboradas con criterios realistas y calendarios razonables. Si se considera el avance que estos logros supondrían para la Humanidad, el precio de alcanzarlos es muy bajo. Convertir la deuda de los 32 países más pobres del mundo en salud y educación tendría para el conjunto de los países ricos un coste de tan sólo 1.800 millones de dólares anuales durante 10 años. Incluso la mítica cifra del 0,7 del PIB para ayuda al desarrollo resulta ridícula si la comparamos con los gastos de defensa o las ayudas que se llevan cada año los terratenientes y multinacionales agrarias en los países desarrollados.
Ningún esfuerzo sería más rentable que el de garantizar unas reglas justas para el comercio internacional. La Ronda de Doha de la OMC se ha convertido en una frustración permanente para las expectativas de los países en desarrollo. El empeño de la Unión Europea, los EE UU y otros países ricos por conservar sus privilegios ha puesto las negociaciones al borde del fracaso, amenazando gravemente el futuro de esta institución. Los trabajos que culminarán en la conferencia ministerial de Hong Kong (diciembre de 2005) pueden reorientar este proceso y poner el comercio al servicio del desarrollo.
La prioridad absoluta es cambiar las reglas que rigen la agricultura, de la que dependen cientos de millones de campesinos pobres. Al amparo de las normas de la OMC, países como Francia o EE UU destinan a sus grandes compañías y terratenientes subsidios multimillonarios a la exportación con los que controlan ilegítimamente los mercados internacionales, negando a decenas de países en desarrollo las oportunidades que les ofrece el comercio. Un fracaso a la hora de eliminar el dumping en las exportaciones agrarias supondría desaprovechar una oportunidad que no volveremos a tener hasta dentro de 20 años, cuando previsiblemente tendrá lugar una nueva ronda de negociaciones.
Desgraciadamente, hay pocas razones para pensar que, por una vez, los líderes de los países industrializados van a estar a la altura de su retórica. Cinco años después del lanzamiento de los ODM, los avances han sido inaceptablemente escasos. Es urgente incrementar los niveles de ayuda y condonación de deuda, así como garantizar un resultado justo para los países pobres en las próximas negociaciones comerciales. Si no se cumplen los compromisos hechos, 45 millones de niños habrán muerto antes de 2015, en un mundo donde 247 millones de africanos seguirán viviendo con menos de un dólar al día, esperando que el próximo huracán o inundación arrastre el futuro ante sus ojos.
En el siglo XXI, el coste de renunciar a una vida digna para todos no sólo recaerá sobre los países en desarrollo. La pobreza global amenaza la seguridad y la estabilidad globales, y es hora de que asumamos el reto histórico de erradicarla. La sociedad civil ya ha dado el primer paso: a lo largo de 2005 millones de activistas en todo el mundo se unirán a una Acción Global contra la Pobreza para exigir a sus gobernantes que reaccionen. Juntos, queremos construir el tipo de movimiento que logró acabar con el apartheid, que prohibió el uso de minas antipersonales y que puede lograr progresos reales en el acceso a medicamentos contra el VIH / sida. La ambición es mucha y la tarea no es fácil, pero estamos convencidos de que el éxito de este esfuerzo puede transformar la vida de las comunidades pobres de un modo nunca visto hasta ahora.
Ignasi Carreras y Gonzalo Fanjul son director general y coordinador de Investigaciones de Intermón Oxfam, respectivamente.
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