Los obispos y el condón
En los tiempos que corren, más cómodos con los titulares que con la letra pequeña, la expresión de la ministra Salgado es de una gran eficacia: "El sida es como si hubiera un tsunami cada tres semanas por los muertos que provoca". A pesar del apasionante divertimento del mete-saca del condón que estos días nos ha proporcionado la cúpula eclesial, para diversión de los sufridos mortales, tendremos que aparcar la tentación de la chufla, el recochineo y la coña marinera. Y eso que la marcha atrás, cual coitus interruptus del portavoz de la Conferencia, ha sido un espectáculo glorioso que otrora habría llenado de alegría la redacción de la mítica Codorniz. ¡Qué humano parecía José Antonio Martínez Camino saliendo, cual alumno disciplinado, de la entrevista con la ministra! Hubo un momento casi mágico, como si los hombres de Cromagnon de la Conferencia fueran capaces, en un extraño ataque de lucidez, de decir algo sensato. Duró poco, pero el tiempecito de alegría nos dio a todos un subidón hormonal. Sin embargo, como dice José Bono (hoy lo citamos para alabarlo, que quererlo, le queremos), no tardaron nada en volver al Concilio de Trento y así José Antonio salió corriendo a los micrófonos de la COPE para explicar que no le habían entendido, que dijo "digo" y no "Diego", que el condón era malo, malísimo, que el Vaticano lo prohibía, que la castidad era el único camino, cual camino escribano... y etcétera. Por cierto, a los que tengan un gusto particular por el humor negro, les recomiendo que escuchen el etcétera. Cuando se animan, estos chicos de la Conferencia se vuelven realmente extraterrestres.
Es verdad, sin embargo, que la rectificación sólo fue a medias, y que algo se ha movido en el cerebro marmóreo de la cúpula eclesial. La condena al condón ya no se hizo en términos científicos -parece ser que ya no pueden demostrar que "el bichito" traspasa los poros, como han escrito en tantos folletos eclesiásticos-, sino en términos morales. Retornan, pues, al lenguaje del que nunca tenían que haberse movido, y parece que dejan de hacer el imbécil peleándose con las verdades científicas. Algo es algo, si tenemos en cuenta que los muros del Vaticano son incombustibles al progreso. Hasta aquí el episodio del ponerse y sacarse el condón que ha protagonizado, para desgracia de su persona, el bueno de José Antonio Martínez Camino. ¡Qué broncón le habrá caído! ¿Cuántos cilicios deben corresponder en estos casos? En fin. Estamos pues un milímetro más cerca de la sensatez, pero aún tan lejos de la racionalidad que no podemos echar campanas al vuelo. Para los ciudadanos católicos responsables, lo que dice la cúpula eclesiástica continúa siendo algo tan surrealista, insensato y antimoderno, que sólo sirve para constatar hasta qué punto Dios no tiene nada que ver con el jurásico púrpura. Ese el tema e incompresiblemente eso es lo que no parece hacer mella en el poder de la Iglesia, que nadie les está haciendo ni puñetero caso. Están en contra del divorcio, pero se divorcian todos los católicos que lo necesitan. Y, por supuesto, Dios pagando mediante, hasta consiguen decenas de anulaciones matrimoniales. En contra de la homosexualidad, pero ahí están, para alegría del derecho a la felicidad, todos esos homosexuales católicos que practican su condición sexual sin dejar de rezar a su Dios. En contra de la sexualidad, pero los católicos han descubierto y bendecido el orgasmo. En contra del preservativo o cualquier otro método de anticoncepción, pero los católicos no se están de monsergas y deciden cuándo y cómo quieren ser padres. En realidad, y si somos un poco precisos, sólo les hacemos caso los medios de comunicación, y generalmente para reírnos un rato. También forma parte de la gran conquista de la libertad, dejar de creer en la obispada, para continuar creyendo en Dios.
Buen viento, pues, obispos anticondoneros, y gracias por los momentazos de humor que nos prodigáis con generosa frecuencia. Aunque, ¿podemos despreocuparnos, a tenor de la influencia cero que representan? Podemos despreocuparnos en el primer mundo y sus muchas opulencias, donde el poder de la Iglesia ha quedado reducido a la pataleta. La cosa, sin embargo, no es tan divertida ni tan inocente en los muchos mundos donde habita el hambre, la miseria, la desesperación y la muerte. Y donde la palabra de Dios, en sus muchas acepciones, llega y hasta convence. La irresponsabilidad malvada del Vaticano se produce ahí, justo en el corazón de las Áfricas, donde el sida mata a miles, y donde la palabra de Dios llega a caballo de moralinas carriclonas e inservibles. Por suerte para el mundo, los servidores católicos que están en el corazón del drama son auténticos héroes comprometidos con la realidad hasta el punto de entender la fe como un servicio. Y el servicio incluye el reparto de preservativos para evitar el sida. No conozco ni una sola monja, ni un solo cura que, sirviendo en África, no tenga clarísimo cuál es su obligación moral: salvar vidas. De manera que se pasan por... donde sea casto pero inocuo, las órdenes del Vaticano. Ni en África los suyos les hacen caso. Lo cual no significa que el papel del Vaticano, en el tercer mundo, intentando impedir la contracepción, no alertando del drama del exceso demográfico, criminalizando la sexualidad para vender un producto incomprensible y antinatural llamado "castidad" y parloteando contra el preservativo, no sea un papel profundamente irresponsable. Criminal, han dicho algunas ONG. Por eso, monseñor José Antonio Martínez Camino, lo suyo sería de risa, sino fuera de pena. Aún hacen daño. En nombre de Dios, usando el nombre de Dios en vano, ustedes aún hacen daño. Daño en el corazón del drama, en el centro del dolor, allí donde la muerte campa a sus anchas.
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