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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Destino compartido

España y Marruecos tienen un destino compartido. La inmigración legal e ilegal, una lucha internacional contra el terrorismo que en palabras del rey Juan Carlos no debe ser "ni ciega ni indiscriminada", las inversiones y el comercio, el turismo, el transporte de energía, el desarrollo del Magreb, la atracción de la Unión Europea a la que pertenece España y tantas otras cosas, incluidas las fuerzas mixtas de mantenimiento de la paz en Haití, obligan a estos dos países vecinos no sólo a entenderse, sino a una íntima cooperación, sin por ello ignorar los problemas que les separan. Por eso sólo cabe congratularse del viaje de Estado a Marruecos que hoy concluyen los reyes de España, y extrañarse de que sea tan sólo el segundo desde 1979.

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España estaba entonces en plena transición democrática y no había ingresado en lo que hoy es una Unión Europea mucho más integrada que 26 años atrás. Uno de los retos europeos es ahora asociar a su vecindad, en la que destaca en primer lugar Marruecos, junto al resto del Magreb. Por ello don Juan Carlos, en su histórico discurso ante la sesión conjunta de las dos cámaras parlamentarias en Rabat, se presentó ayer como valedor de Marruecos en la UE y su nueva política mediterránea, proponiendo impulsar un tratado que "consagre este anclaje". Abordó el "inmenso dolor" que genera la inmigración clandestina, pidió que se evite que el mar sea la fosa común de los jóvenes engañados, y defendió una solución para el Sáhara Occidental en el marco de la ONU y el derecho internacional.

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Tras los desencuentros del pasado con Aznar -que partieron de una ruptura en materia de pesca y culminaron con la crisis del islote de Perejil-, este viaje sella una nueva etapa en las relaciones entre estos dos vecinos. Marruecos está en un difícil proceso de transición política, económica y social que requiere todo el apoyo de España y de la UE. Sin querer imponer nuestro propio modelo, hay que ayudar y presionar todo lo posible para que cuaje un régimen plenamente democrático, de libertades y de respeto a los derechos humanos. Y es obligado subrayar que, pese a ser de los más avanzados del mundo árabe, los progresos en estos campos van muy lentos, demasiado lentos.

El calor del recibimiento a los reyes de España, la voluntad expresada por Mohamed VI de colaborar mucho más en la persecución de la inmigración ilegal, del narcotráfico o del terrorismo -los atentados de Casablanca y Madrid están ya unidos, no sólo en la desgracia, sino en las pistas de la autoría- van no ya en la buena dirección, sino en la única sensata. El monarca alauí ha hecho gala de escaso tacto al preguntarse, en la entrevista a este periódico, si en su política hacia el islote de Perejil, Aznar fue más franquista que Franco. Pero que el PP pida al Gobierno español una explicación al respecto está fuera de lugar en medio de un viaje de Estado destinado a unir y no a separar.

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