¿Qué me pasa, doctor?
YO SIEMPRE SOÑÉ con tener un doctor que se llamara McDougall. Desde chica. He crecido, estudiado, suspendido, amado, divorciado, recasado, reproducido y llegado a esta espléndida madurez con la única meta de tener un doctor que se llamara McDougall. Un doctor al que le pudiera decir: "Doctor McDougall, me duele aquí; doctor McDougall, tóqueme acá; doctor McDougall, ¿vale que yo respiraba profundamente y usted me ponía el fonendoscopio sobre mi pecho?; doctor McDougall, pálpeme, ¿esto es grasa o músculo?". Dicho así podría parecer que el doctor McDougall sería, en mi mente calenturienta, como una especie de Nacho Vidal, y que cuando lo que una desearía es que cuando digo eso de "póngame el fonendoscopio", el doctor McDougall se sacara un miembro glorioso por entre la botonadura de su bata y la cosa se rematara en plan bíblico: en la camilla, y el doctor McDougall diciendo: ahora sí que te vas a curar, zorra, y yo diciendo: ay, qué placer me da usted, doctor McDougall. ¡No y mil veces no!, queridos lectores, no todo lo que busca una en un doctor McDougall es sexo, por mucho que el otro día felicitara a Nacho Vidal desde los micrófonos de Punto Radio porque su última película, Hot rats, ha sido galardonada con los Oscar del porno, y por mucho que le expresara mi honda preocupación porque fui el otro día a la mejor tienda porno de la ciudad (está en la Sexta) y pedí, no sin azoro, la reproducción del miembro de Nacho en látex, y me dijeron que aún no les había llegado y que me llevara, en su defecto, la de Rocco Sifredi, que también salía muy buena y estaba rebajada (10% off). Yo sentí, no sin melancolía, que algo ocurre con los productos españoles para que no sepamos promocionarlos bien en el extranjero, y que hasta que el vino español no esté en los mejores restaurantes y la polla de Nacho no esté en la tienda porno de la Sexta, nuestra España no existe. Claro que tal y como se está poniendo la cosa de balcánica, cada nación de naciones va a querer estar representada por su propia polla, y luego empezaremos a pelearnos por quién la tiene más grande. Y mira a los chinos. Qué les importa a los chinos tenerla pequeña si son los amos del mundo. Por cierto, habrá quien se pregunte para qué quería yo el pollón Vidal. Es una sorpresa, se siente. Volvamos al doctor McDougall. He cumplido mi sueño. Tengo un doctor y se llama McDougall. Desde mi hormonal adolescencia me lo había imaginado como Dennis Quaid, pero cuando entré en la consulta resultó que McDougall era negro. Un poco al estilo de Denzel Washington. Y me dije a mí misma: mejor todavía, que le den por saco a Quaid. El doctor McDougall me mira con esos ojazos; el doctor McDougall me pregunta cosas, y yo contesto ayudada por mi diccionario electrónico; el doctor McDougall quiere saberlo todo, me pregunta por mis movimientos intestinales. Qué guarrete el doctor McDougall. Y yo, con una soltura provocada por la química que se ha generado, se lo cuento todo: todo. Pero como mi inglés es limitado no controlo demasiado mi discurso: "Doctor McDougall, me sienta mal el vino en las comidas, pero me sienta peor en las cenas; si me tomo un gin-tonic a media tarde, for example, me sienta mejor que si me lo tomo por las noches. La otra noche, for example, fui a una discoteca para ver bailar a Javier Bardem, y entonces, for example, me tomé un gin-tonic y que casi me derrumbo delante de Javier Bardem. Ay, doctor McDougall, no sé si me mareé por el gin-tonic o por Javier Bardem". Dicho esto, me río como una loca para que el doctor McDougall entienda que acabo de hacer una broma humorística. El doctor McDougall se ríe; con un poquito de retraso, pero se ríe. Porque hay química. El doctor McDougall dice que a él le encanta Javier Bardem. Me mosqueo un poquito porque pienso: a ver si ahora va a resultar que el doctor McDougall es gay, ¡y eso sí que no!, que las criaturas ya estamos hartas. Pero luego me tranquilizo porque parece que sólo le gusta Bardem a nivel interpretativo. Además, en la mesa del doctor McDougall hay fotos de sus hijos. Sí, ya sé que hay mucho gay casado. ¡Pero, queridas amigas, habrá que vivir con esperanza! El doctor McDougall dice que el próximo día me va a meter un tubo por la boca, pero que lo hará con anestesia. Yo le digo: me encanta la anestesia; en el Gregorio Marañón te lo hacen sin anestesia, y a los clientes se le salen los ojos de las órbitas. El doctor McDougall no conoce el Gregorio Marañón, pero no me importa: muros más grandes han caído. Me acompaña hasta la puerta y me dice: "Intente no beber, querida". En el ascensor veo con claridad que el doctor McDougall me ha tomado por una alcohólica de tantas. El doctor McDougall habrá pensado: escritora y borracha, lo normal. La verdad es que debería perfeccionar mi inglés porque no sé ni lo que digo. Desconcertada, me meto en el primer sex shop que encuentro, y entonces es cuando pido el pollón Vidal. No sé guardar un secreto: era para ti, Loles León, que me hacía ilusión mandarte un detallito, porque, hija mía, en la colonia española de Nueva York eres la comidilla: "¿Cuándo vuelve Loles a la serie de una puta vez?", dicen. Qué mal habla la colonia española. Y yo no sé qué decirles, Loles, quién sabe lo que hay en el interior de la cabeza de José Luis Moreno. (PD: Loles, dime si te da igual el pollón de Sifredi, porque la semana que viene me hago la endoscopia y el sex shop me pilla al lado. Siempre tuya).
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