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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Exorcismo de la ciencia social

José Luis Pardo

Un celebrado filósofo analítico dijo alguna vez, sin duda para colocarse en la órbita popperiana del desprecio del "historicismo", que el campo del pensamiento se divide entre quienes se interesan por la filosofía y aquellos otros -objeto del desprecio - que sólo se interesan por la historia de la filosofía. Esta actitud, que para los continentales puede resultar algo escandalosa en el terreno de la filosofía, está sin embargo mucho más extendida en el caso de las ciencias, en donde el que se interesa por la historia de su disciplina es a menudo considerado como alguien al margen de la investigación científica. En la esfera de la epistemología (como en otras) parece haberse establecido un "nuevo orden mundial" en el cual hay una sola fuerza dominante, a saber, el positivismo, con toda su hostilidad hacia la historia, por mucho que haya maquillado su envejecido rostro. En estas condiciones, el libro de Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría no representa únicamente una "historia de la sociología" que competiría con otros manuales clasificados bajo este mismo rótulo, sino que supone una perspectiva mucho más ambiciosa. Al mérito de haber construido una hipótesis verdaderamente discutible -es decir, enteramente digna de ser discutida- acerca de la situación crítica de las ciencias del hombre, añade este texto el de practicar unas relaciones entre sociología y cultura (literatura, artes, etcétera) que habían caído en un inmerecido desuso, y el de servir como espejo a una generación de investigadores que se inició en las herramientas del conocimiento social desde una perspectiva intelectual "de izquierdas" y que, aunque ha ejercido una notable influencia desde las aulas, no siempre ha encontrado los huecos institucionales en los cuales consolidarse como una voz autorizada a la altura de sus logros.

SOCIOLOGÍA, CAPITALISMO Y DEMOCRACIA

Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría

Morata. Madrid, 2004

391 páginas. 23 euros

Sociología, capitalismo y democracia es la constatación de que no es posible hacer ciencia de la sociedad sin hacer al mismo tiempo historia de esa ciencia y sin adoptar una posición político-moral con respecto a la sociedad que se pretende estudiar, aunque ninguna de estas dos condiciones merme en lo más mínimo las pretensiones de objetividad del conocimiento. El surgimiento y desarrollo de la teoría sociológica como saber positivo es inseparable de los movimientos sociales que atravesaron su nacimiento y su evolución, y sus sucesivas fases de institucionalización resultan incomprensibles desde el simple ámbito de la "teoría pura"; nunca hubiera existido la sociología de no haberse planteado con urgencia y decisión una pregunta nuclear que hoy parece también haber caído en el olvido: ¿hasta dónde y bajo qué condiciones pueden llegar a ser compatibles capitalismo y democracia? La pretensión de una impoluta y liberal "neutralidad" metodológica puede acarrear, deliberada o inconscientemente, una parcialidad vergonzosa allí donde la propia sociología no está comprometida con la defensa de la democracia. La profunda impronta que el pensamiento de Michel Foucault ha dejado en sus autores hace que este libro sea también una genealogía capaz de explicarnos la pertenencia irrenunciable de la sociología a ese compromiso y -lo que no es menos importante- los motivos por los cuales en nuestro tiempo esa pertenencia se encuentra obstruida, motivos en los que se entrecruzan de nuevo las condiciones objetivas del neocapitalismo y la hegemonía de ciertas escuelas sociológicas, y que han conducido a la actual crisis de las ciencias sociales.

El libro se inicia con un nom-

bre, el del cardenal Sandoval y Rojas, recordado estos días como dedicatario de la segunda parte del Quijote y que hizo una contribución notable a la modernidad apoyando al joven inquisidor don Alonso Salazar y Frías a favor de lo que Max Weber habría llamado "el desencantamiento del mundo" que la mentalidad moderna exige para la eficacia de las Luces. El aprendiz de inquisidor comprendió que no podía invocarse la influencia del demonio en los procesos en defensa de la fe, por la misma razón que llevó a Descartes a refutar la posibilidad de que un omnipotente genio maligno dirigiese los pensamientos de los hombres: si el todopoderoso diablo pudiera actuar libremente en la tierra, nada le impediría apoderarse de la voluntad del mismísimo Gran Inquisidor, y en tal caso sería imposible distinguir a los santos de los criminales y, en definitiva, no habría oportunidad alguna de formular un juicio justo ni una proposición verdadera. Si esta "expulsión de Satanás" de los asuntos mundanos forma parte de las condiciones necesarias para el nacimiento de la ciencia moderna, quizá no resulte del todo trivial para comprender su actual conflicto el hecho de que el demonio volviese a ser recibido en las ciencias sociales durante el siglo XX, al mismo tiempo que se alimentaba la carrera de los hombres en pos del espejismo de un "yo interior" irreductible al nosotros y de un "nosotros superior" de las élites, las razas y las culturas que carcomían los principios de la democracia. Todo parece indicar que el renacimiento de la ciencia social, cuyo vigor histórico nos recuerdan poderosamente estas páginas, requiere un nuevo exorcismo que ponga coto intelectualmente a los poderes del demonio en los terrenos de la mercantilización generalizada, la oligarquización del poder político y la manipulación de la información para que la verdad sea de nuevo posible.

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