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CATÁSTROFE EN ASIA

Banda Aceh sigue paralizada por la gran ola

La ayuda internacional satisface necesidades básicas, pero la actividad en la ciudad es nula

Dieciocho días después del tsunami más asesino de la historia, en Banda Aceh no falta el agua potable ni la comida. La ayuda internacional, y en este caso especialmente la española, garantiza también una asistencia sanitaria que, aunque no esté a la altura de todos los riesgos, empieza a ser sólida. Pero más allá de estas condiciones indispensables para la supervivencia y la reconstrucción futura, la capital del territorio más asolado por la gran ola sigue paralizada, presa del miedo a que la naturaleza vuelva a descargar una nueva catástrofe insospechada.

"Todos hemos salido con el corazón encogido", dijo Moratinos
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Muchas de las caras que se agolpan tras las vallas del aeropuerto de la ciudad indonesia, junto a sus ropas tendidas bajo una tejavana, no son, en efecto, de gente que ha perdido su hogar, sino de quienes buscan refugio de su propio temor a nuevos embates en este lugar alejado del mar y protegido por todos los símbolos de la seguridad internacional, con su continuo trajín de cooperantes y helicópteros que descargan medicinas o raciones alimenticias. Lo explica un hombre de unos cincuenta años que dice haber sobrevivido al maremoto porque su hija le pidió que la sacara de la playa poco antes de que llegara la ola. "Están aquí por miedo, muchos de ellos tienen casa", asegura, señalando los rostros graves, inexpresivos, que le rodean.

Los niños tras la valla del aeropuerto no juegan, apenas sonríen, ni siquiera gesticulan para atraer la atención de las cámaras. José Manuel Suárez del Toro, presidente del Comité Internacional de la Cruz Roja, explicaba el pasado miércoles en Yakarta que su organización está más que preocupada por los efectos traumáticos de esta catástrofe que, sólo en Indonesia, ha causado 94.000 ya recuperados, 11.000 desaparecidos y 550.000 desplazados, según los datos oficiales que el presidente indonesio, Susilo Bambang Yudhoyono, le facilitó ayer al ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, durante la entrevista que celebraron en Sibolga, una localidad costera próxima al epicentro de la tragedia.

La Cruz Roja, añadió Suárez del Toro, busca, en efecto, psicólogos especializados en estos problemas, pero no abundan, de modo que los supervivientes de Aceh siguen reagrupándose cerca del aeropuerto, en los campos oficiales de refugiados donde el Ejército ha montado sus tiendas, o, por libre, en las cunetas, bajo precarios techados de plástico azul, donde permanecen tendidos y acumulan basuras.

Mientras, la ciudad, que sumó cerca de 200.000 habitantes antes de quedar diezmada, parece vacía, sin más actividad perceptible que la de alguno que intenta salvar del naufragio los restos de su lonja o la de quienes buscan quién sabe qué o a quién en un paisaje de destrucción comparable al de Hiroshima.

Desde que pasó la gran ola, el 26 de diciembre, en Banda Aceh no se ha vuelto a celebrar mercado, ni trabaja nadie ni han abierto las escuelas. Se entiende fácilmente por qué, incluso en una visita tan breve como la que la delegación española presidida por Moratinos hizo ayer a la zona. Hace falta más que agallas o entereza para asumir, primero la experiencia del maremoto y afrontar, ahora, la presencia devastadora de sus efectos, de los cadáveres que yacen por doquier, las fosas comunes al borde de la carretera, la persistencia sin plazo previsible de un caos absurdo, hiriente para la razón, y hediondo como un pernicioso magma. Aunque tienen fama de hiperactivos, rebeldes y pendencieros, parece que los habitantes de este confín perdido del norte de Sumatra no logran siempre sobreponerse, y, si lo hacen, es sólo a muy duras penas.

Dieciocho días después del tsunami asesino, buena parte de la ciudad de Banda Aceh es un escenario surrealista de camiones cisterna y coches destrozados varados en medio de aguas pestilentes que ya no separan ni comunican nada; de montañas de escombros; de ladrillos, de maderos hechos astillas que van bajando su cota a medida que se avanza hacia el mar, hasta quedar reducidos a meros esbozos de cimientos de lo que se adivina que fueron casas próximas a la costa. Los pocos troncos de árbol que han resistido la furia arrasadora refuerzan la penuria del paisaje. No falta la nota burlesca del cascarón de barco encaramado por la ola a los restos de una casa.

El Hospital Dr. Zainal Abidún estaba a cinco kilómetros del mar y ahora sólo está a un kilómetro del agua. La ola llegó con tal fuerza hasta esa posición retrasada que inundó totalmente y luego succionó todo lo que había dentro: instrumental, aparatos, camas, la totalidad de los 120 pacientes y dos tercios de los médicos, que también perdieron la vida. Lo cuenta uno de los galenos españoles que están en Banda Aceh desde el 28 de diciembre, y que empiezan a cooperar en ese centro restaurado, incluso con turnos de guardia, además de seguir manteniendo el hospital de campaña que la cooperación española ha instalado junto al aeropuerto, allí donde los helicópteros dejan a los heridos y los temerosos se refugian.

Cerca del 25% de Banda Aceh, sobre una franja de unos diez kilómetros de ancho que mira al mar y hasta una profundidad de unos dos kilómetros, ha quedado destruida como si le hubiera caído una bomba atómica. Luego viene otra porción comparable de terreno, que es la peor: un basurero apocalíptico al que no se le ve salida. El hedor de los cadáveres que aún yacen bajo las aguas y escombros obliga a llevar mascarilla a los pocos que se adentran en esa zona.

Lo ocurrido en Banda Aceh es excepcional en el panorama actual del Índico, e incluso en el de Indonesia. Aunque la catástrofe no tiene precedentes, hay especialistas en técnicas para librarse de tanta inmundicia. Parece imposible vislumbrar el día en el que todo vuelva a ser al menos como era.

Los cooperantes son el elemento activo que empuja para que vuelva la racionalidad y se afronte el futuro, pero tampoco éstos pueden ser inasequibles al desaliento. "Hay cientos de miles de heridos y no tenemos acceso a ellos, porque están lejos, porque no hay quien los traiga, porque los helicópteros son militares y tienen otros programas", dice con frustración uno de los 50 cooperantes del hospital de campaña español.

Antes de regresar a Madrid, Moratinos recibió anoche en Pekanbaru a los aviones Hércules que traen el segundo tramo de la ayuda española y acogió también con agrado las garantías del presidente Bambang de que los cooperantes tendrán libertad de movimiento y acceso a todas las zonas.

El ministro anunció que el Gobierno ha acordado elevar de cuatro a nueve millones de euros la ayuda humanitaria de emergencia. Tres millones de la cifra adicional serán para ONG españolas, y los otros dos, para las extranjeras. "Se siente uno destrozado psíquicamente al ver tanta miseria y lo que la naturaleza puede hacer", dijo el ministro al dejar la zona. "Todos hemos salido de Banda Aceh con el corazón encogido. Hemos comprobado la pequeñez de la civilización humana", agregó el ministro. La cura de la sangrante herida del terremoto será, con todo, muy lenta. La ONU calcula 10 años y, desde luego, no parece pesimista.

El ministro Moratinos (en el centro) conversa con médicos españoles tras visitar un puesto sanitario.
El ministro Moratinos (en el centro) conversa con médicos españoles tras visitar un puesto sanitario.EFE

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