Balance de 2004
De ligeramente decepcionante podríamos calificar el año que acaba de terminar, al menos en cuanto al crecimiento del PIB, que ha quedado por debajo de las expectativas que había al comienzo. Además, lo que es peor, ello no parece obedecer a un contratiempo coyuntural, sino que tiene visos de ser algo más profundo o estructural: un deterioro del potencial de la economía española a largo plazo. Nada de esto debiera sorprender a los asiduos de esta columna, pues en ella venimos alertando desde hace tiempo de que la bonanza económica de los últimos años era en buena parte algo efímero, provocado por el shock monetario de nuestra integración en la UEM y por la masiva inmigración, mientras la eficiencia de nuestro sistema productivo y su capacidad de competir internacionalmente se deterioraban.
Lo sorprendente del mediocre resultado de la economía en 2004 es el dinamismo de la demanda interna
A falta de conocer los datos del cuarto trimestre, puede estimarse en el 2,6% el crecimiento medio anual del PIB, una décima por encima del registrado en 2003, pero casi medio punto porcentual por debajo de las previsiones del Gobierno anterior y también más de medio punto por debajo -con éste ya serán cuatro años consecutivos- del ritmo tendencial de la economía española a largo plazo (véase gráfico izquierdo). Hemos seguido teniendo un diferencial significativo respecto al crecimiento medio de la UEM, pero en disminución: unas siete décimas porcentuales, frente a dos puntos en 2003. En todo caso, este diferencial no debiera complacernos cuando las economías con las que nos comparamos son las menos dinámicas del planeta. Lo sorprendente de este mediocre resultado de la economía española en 2004 es que el dinamismo de su demanda interna (consumo e inversión en capital fijo) ha superado, a diferencia de Europa, la media tendencial de largo plazo, pero este dinamismo ha favorecido a las importaciones, no a la producción interior. Como consecuencia, el déficit por cuenta corriente frente al resto del mundo se ha disparado hasta un 4,5% del PIB (gráfico derecho).
La fuerte presión de la demanda y la subida del precio del petróleo -en gran medida contrarrestada por la moderación de los precios de las importaciones no energéticas a causa de la apreciación del euro- han mantenido alta la tasa de inflación y, lo que es peor, su diferencial con la zona del euro y el resto de países competidores. El sector público cerrará sus cuentas previsiblemente con un déficit de unas cuantas décimas del PIB, frente al superávit del 0,4% en 2003, si bien, este deterioro es puramente contable, al obedecer a la asunción por parte del Estado de parte de la deuda de Renfe, por un importe equivalente al 0,7% del PIB.
Pero no todo es mediocre o negativo en el balance del año que termina. El empleo ha continuado creciendo a un ritmo relativamente elevado, permitiendo una disminución de la tasa de paro de unas cuatro décimas porcentuales, si bien, ésta continúa dos puntos por encima de la ya de por sí alta tasa media de la UEM. Otro punto favorable es la recuperación de la inversión productiva de las empresas y lo que ello significa: parece que los empresarios no tiran la toalla y luchan por mantener en buena forma competitiva a sus empresas. Es por esta vía -aumentar y modernizar el stock de capital físico de la economía- y por la de mejorar el capital humano -educación y formación a todos los niveles laborales- por donde debieran discurrir los principales esfuerzos y recursos del país. Si es así, seguro que el nuevo año y los siguientes son buenos para todos.
Ángel Laborda es director de coyuntura de la Fundación de las Cajas de Ahorros (Funcas).
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