¿Alucinación o contagio?

Probablemente el lector recuerde algunas de las líneas que conformaban el argumento de El niño de los coroneles, la novela con la que Fernando Marías se llevaba el Premio Nadal de 2001. Sobre todo un periodista atribulado por la trágica pérdida de su hija, un documento atroz que ponía en entredicho la integridad moral de algunos momentos de la historia europea y latinoamericana del siglo veinte y una voluntad estilística por repartir el peso introspectivo de la novela en varias voces narradoras. En su nueva novela, Invasor, Fernando Marías nos pone sobre la pista de una intención moral parecida a la de su premiada novela, el alegato. Sólo que esta vez la estructura narrativa es bastante menos sutil que aquélla, y eso, más un desbocado ejercicio de imaginería, hace que, a pesar de todos los esfuerzos del autor para no llegar a lo inevitable, su novela acabe siendo un inverosímil panfleto.
INVASOR
Fernando Marías
Destino. Barcelona, 2004
215 páginas. 20 euros
Voy a tratar de explicar el
argumento. Resulta que un médico militar (un médico de unos treinta y pico de años que ingresa voluntariamente en el ejército) es enviado a Irak. Pablo, que así se llama el protagonista, se traslada en un Jeep por algún lugar de Irak junto con su amigo Paco. Son atacados y ambos deben, después de otros sucesos que les ahorraré a los lectores, refugiarse en una casa. Parece abandonada, pero sin embargo hay gente. Primero un chaval se abalanza sobre Pablo con un cuchillo y éste lo mata. Luego aparece otro, el padre, y Pablo también le dispara mortalmente. Mientras tanto, Paco, que también es atacado, igualmente despacha a su enemigo. De vuelta a España, resulta que Pablo (Paco tiene una depresión de elefante) comienza a sufrir alucinaciones. El lector tiene que interpretar que ello es resultado de su sentimiento de culpa por haber matado a dos seres humanos. El relato es como una especie de monólogo interior pero sin llegar nunca a su jerarquía introspectiva. Amén de todas las valoraciones políticas y humanas que se hacen en la novela, Pablo va notando (ante su asombro y el del mismo lector) que habla y actúa como el iraquí que mató. Y eso es porque descubre que le habían hecho una transfusión con la sangre del muerto. Y esa sangre es la que hace que un día viole y golpee a su mujer (es decir, que el espectro de los iraquíes asesinados va violando mujeres occidentales para vengarse de los invasores) y en otro momento quiera hacer otro tanto con su hijita. Al final el lector no sabrá si todo es una devastadora alucinación o la sangre del pobre iraquí inoculando odio infinito. Invasor no da para más. Una mala novela desde su planteamiento inicial hasta su resolución increíble. Demagogia y una oportunidad perdida de haber escrito esa novela que todo tiempo de ruido y furia necesita para explicarse a sí mismo.
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