Patagónico
Aprendimos en Borges a aborrecer el peronismo. En la obra, y también en la vida del extraordinario escritor argentino. Borges, tan conservador y tantas veces reaccionario, también era anarquista moderado, que es una forma fantasiosa de ser liberal. De creer en la difícil fe del individualismo. Y tal vez por eso también Borges fue mucho más valiente que tantos intelectuales de la izquierda y de Castro que mucho lo denostaron. Hasta que sucumbieron, arrepentidos, ante la prosa más aérea del idioma castellano.
Borges, que cometió grandes errores políticos (infame la condecoración que aceptó de Pinochet, y que le costó el Nobel), tuvo grandes aciertos cuando denunció el espectáculo camastrón y autoritario del peronismo, actitud por la que pagó un duro precio. Borges ridiculizó aquella jerga testicular, aquel confuso querer ser a la vez de izquierdas y de derechas, aquel militarismo de opereta y aquella ordinariez gemebunda que tenía tratos con Franco. Borges luchó con el dardo de la ironía contra el primer peronismo, el que finó en un desvarío de descamisados y de Evitas muertas y embalsamadas. Y se burló del segundo y breve, chamuscado en una Isabelita de carencias, brujos y terrorismo de estado que propició la barbarie militar de los, por ahora, últimos espadones australes.
Perón tuvo sus aciertos, sería injusto negarlo. Y aunque sus vacas gordas no duraron mucho, perseveraron como un tango raro en la memoria del pueblo. Mas cuando aquel hombre caballuno y patriotero, inteligente y descreído se fue historia adelante, quedaron los peronistas, que son peores, mucho peores. Y de entre todos ellos emerge, tras el rastro corrupto de Menem, el actual presidente Kirchner, el altanero patagónico que vino a España a reñir a políticos y empresarios. Ese Kirchner de los glaciares, incapaz de suspender sus vacaciones heladas para consolar a las doscientas familias que han perdido lo mejor que tenían en un garito ilegal y tan oscuro como el trapicheo de un sindicalista mafioso. Kirchner escondido: qué pequeño "sos".
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