"La ola me arrastró kilómetros mar adentro"
El dueño de un hotel pensó al principio que se trataba de una avería del alcantarillado
En medio del horror y la muerte que han sembrado las fuerzas de la naturaleza en el sur de Tailandia, hay experiencias extraordinarias entre quienes lograron sobrevivir a las aguas. Una de ellas es la de Giorgio Gompf, propietario del hotel de cuatro estrellas Similan, situado en la playa de Khao Lak, 80 kilómetros al norte de Phuket. Esta localidad de la provincia de Phang Nga ha sido la más afectada por el maremoto en Tailandia. En ella han sido recuperados 3.854 cadáveres, 2.151 de ellos, de extranjeros, y se calcula que llegarán a 4.500.
"Me encontraba en la recepción, que está en el primer piso, cuando me llamaron los empleados de otro hotel que tengo en la playa de Patong. Decían que había agua por todos lados, que había subido la marea. No entendí nada, y pensé que era una avería del alcantarillado. A los 15 o 20 minutos me llamó mi mujer, que estaba aquí en su habitación, y me dijo que la gente estaba gritando que venían las olas. Ella cogió a nuestro hijo de siete años y salieron corriendo. De repente, el agua hizo añicos los cristales, inundó la recepción, rompió el techo y me subió hacia el interior del tejado [a más de 10 metros del nivel del jardín]", dice este alemán corpulento de 66 años. "Después, el agua bajó y me sacó fuera del edificio. El mar [que normalmente se encuentra a una distancia de unos 500 metros] cubría todo. Me agarré a un mueble y la corriente me arrastró varios kilómetros mar adentro hasta cerca de un pequeño islote rocoso que conozco bien. Por todos lados flotaban troncos. Luego vino una segunda ola, que me lanzó de nuevo hacia la costa, hacia el hotel. Vi cuerpos destrozados, que parecían peleles, en las copas de los árboles; gente intentando refugiarse en los tejados, que no sé qué ha sido de ellos. Y un hombre, al que intenté alargarle un trozo de madera, que no se movía. Pensé que mi mujer y mi hijo se habrían ahogado. Al rato, la corriente me acercó a una pared y pude escapar hacia el monte".
Gompf caminó hasta que llegó a la carretera, donde vio a algunos de sus empleados, a su hijo y a su esposa, que le daba por muerto. Había pasado dos horas y cuarto en el agua. "No sé cómo no me destrocé contra los hierros del edificio, o contra todo lo que flotaba. Sólo tengo un par de rasguños", dice. "Me ayudaron la ropa y no quitarme los zapatos, que me protegieron. Estos mismos que llevo puestos", dice mostrando unos mocasines negros. Gompf asegura que no tiene noticias sobre el paradero de sus clientes, que no eran muchos, ya que sólo estaban ocupadas 17 habitaciones.
Pero no puede dejar de mirar el paisaje de desolación mientras habla sin parar. Parece como si todas las habitaciones de la planta baja y de la primera hubieran sido reventadas por explosiones. Todo está cubierto de arena, y hay varios coches y motos empotrados contra las paredes. Lo mismo se repite a lo largo de varios kilómetros de esta zona abierta al mar, donde la marea arrasó todo lo que pilló a su paso hasta dos kilómetros tierra adentro. Pilares de hormigón arrancados, trozos de muros, televisores, aletas de buceo, tejados desplomados, piscinas sin edificios alrededor llenas de arena forman un paisaje de destrucción difícil de comprender. Equipos de rescate seguían encontrando ayer cadáveres bajo los escombros, que algunas excavadoras habían empezado a remover. "Es terrible, ésta es nuestra tierra, nuestra gente", dice Ruangdash Chotetirat, un policía, mientras busca cuerpos protegido con una mascarilla.
Pese a las pérdidas, Gompf se considera afortunado. "Nuestra habitación da al mar, pero ese día dormíamos en una de la parte trasera", dice sonriente Nun, su esposa tailandesa. Cuando las aguas estallaron con su furia infernal, se encontraban en Khao Lak más de 20.000 turistas.
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